República Democrática del Congo
Hambre, muerte, enfermedades y guerra: los Jinetes del Apocalipsis asedian Sake ante la indiferencia del mundo
Las fuerzas del M23 se encuentran a 10 kilómetros de la ciudad y 50.000 desplazados por los combates se preparan para volver a huir
En una motocicleta se sientan cuatro personas, en el orden siguiente: conductor, prostituta, militar, militar. Ella va muy apretada y gruesos goterones de sudor le resbalan por la cara mientras la motocicleta circula entre los socavones de la ciudad de Sake (República Democrática del Congo) de camino al cuartel de las tropas congoleñas. Dentro de unos minutos le atraparán las piernas de los soldados que la acompañan y que buscan una mañana de placer mientras esperan su turno para combatir contra el M23, un poderoso grupo armado financiado por Ruanda y que se encuentra actualmente a 10 kilómetros de la localidad. Estrechando el cerco.
Feroces combates se libran por el control de las orillas del lago Kivu mientras nuestros televisores guardan silencio. El cielo se ilumina del rojo de las bombas durante la noche.
Sake es el último bastión que separa la estratégica ciudad de Goma, con cuatro millones de habitantes, y los territorios controlados por el M23 en la provincia de Kivu. La tensión aquí es evidente; el 8 de diciembre, soldados congoleños que abandonaron sus posiciones al otro lado de las colinas fueron tiroteados por sus propios compañeros para cortarles una retirada inadmisible, provocando el caos entre la población civil, que pensó al escuchar los disparos que las fuerzas enemigas ya estaban en la ciudad. Aquí se libra la guerra más importante del mundo y la que menos interés despierta entre la audiencia. De esta guerra envuelta en la pugna por el coltán que alimenta los ordenadores del mundo (el 80% del suministro mundial de coltán procede de RDC) dependen las industrias militares, el desarrollo tecnológico, la Inteligencia Artificial y los adictos a la pornografía online.
Soldados bangladesíes integrados en la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO), burundeses pertenecientes a la misión de la Comunidad de Estados de África Oriental (CAO), milicias locales afines al Ejército, instructores rumanos e incluso mercenarios Wagner financiados por Emiratos Árabes Unidos para defender sus intereses mineros forman parte de las fuerzas que se enfrentan al M23, o eso parece.
Al borde de un precipicio
En realidad, las tropas de la MONUSCO no participan de forma activa en los combates; los burundeses fueron vistos por este periodista haciendo el petate en su base de Sake, ya que abandonarán el país antes de la próxima semana pese a la proximidad vertiginosa del M23; los mercenarios Wagner se limitan a la protección de las carreteras (con una efectividad positiva) para facilitar el libre tránsito de materias primas; y los soldados del ejército regular congoleño se debaten entre la deserción y el heroísmo. Únicamente los instructores rumanos, muy apreciados entre la población local, junto con las milicias locales conocidas como Wazalendo, cumplen con las expectativas a diario.
Douglas Batachoka, secretario del grupo Kamuronza, afirma que “la situación es confusa. No dejan de llegar desplazados a Sake desde hace dos años y algunos se han tenido que movilizar en tres o cuatro ocasiones previas, antes de llegar aquí. Ayer llegaron nuevos refugiados de Shasha, también hoy. Vivimos una situación crítica”. Alrededor del edificio de su despacho se despliega un mar de lonas blancas, que son miles de tiendas de desplazados ocupando poco a poco la localidad como si se trataran de un festival de música macabro. A la hora de expresar cómo vive la población local sus horas más oscuras, Douglas habla claro: “viven como los desplazados”. Se refiere a que los agricultores no tienen forma de acceder a sus campos, los ganaderos no pueden liberar a sus reses en los pastos y los comerciantes no consiguen salir de la ciudad. Viven como los desplazados: sin nada. Sólo para que nosotros lo tengamos todo, calculadora incluida, al otro lado de nuestras pantallas.
Los números que conciernen a los desplazados son opacos. Se producen las llegadas a un nivel superior del que se contabilizan, aunque las autoridades entrevistadas aseguran que en Sake viven en torno a 50.000 desplazados. La población local no llega a los 60.000. Es por esto por lo que Douglas considera que asegurar Sake ante la ofensiva del M23 es fundamental, o 110.000 personas huirán en dirección a Goma y generarán una crisis humanitaria en la capital de la región, que ya acoge a decenas de miles procedentes de otras zonas de Kivu Norte.
Sin ayudas
¿Y qué ayudas tienen estos desplazados? El párroco de la Iglesia Católica en Sake explica que Cáritas cuenta con un proyecto psicosocial a pequeña escala que pretende prestar apoyo “aconsejando” a personas traumatizadas por el conflicto y a mujeres que han sufrido abusos sexuales. Lo confirma Hagena Lau Rent, líder de una de la comunidades de desplazados de Sake. La Cruz Roja aparece de manera esporádica para fumigar las tiendas y frenar un brote de cólera que no logran frenar porque este mes de diciembre ya se ha cobrado 48 vidas. ACNUR lleva un recuento deficiente del número de desplazados y hace entrega de las lonas para construir las tiendas. El Gobierno congoleño les ofrece agua traída en cubos y arroz en cantidades insuficientes por la inexactitud de los números.
Y ya.
Los jóvenes no tienen trabajo, el agua que les falta la sacan de un riachuelo mugriento donde los locales lavan la ropa, comen un plato de arroz en todo el día (los desplazados miraban a este periodista con los ojos hundidos y las mejillas chupadas, esperanzados por salir de un olvido del que no saldrán), viven un brote de cólera pero también otro de malaria y de gripe a causa de las lluvias, las mujeres más valientes escogen prostituirse con los soldados para sacar unos dólares con que comprar proteína para sus familias. Esto es casi peor que Gaza: en medio del horror que afecta a ambos, al menos hay quienes se preocupan por los palestinos. Y, para colmo, a poco más de una semana para que ocurran las elecciones presidenciales en el país, los desplazados no han recibido su tarjeta de votante y se le impide así ejercer su derecho al voto. Todo son malas noticias.
Los niños no tienen forma de acudir a la escuela. Entre los desplazados hay un profesor, Olivier, que podría darles clase, pero su respuesta ante esta propuesta enseña los rastrojos de dignidad que le quedan: “¿Y quién me paga?”. Prefiere gastar su tiempo deambulando por la ciudad en busca del dinero con que comprar la dichosa proteína, porque la gente no se prostituye o reniega de su oficio en Sake a cambio de dinero: lo hacen por la proteína. Olivier escapó de su aldea en enero, cuando el M23 la capturó. Se fue con lo puesto, literalmente, mientras los disparos le hacían daño en los oídos y aferrando con desesperación las manos de su esposa y de sus hijas. Olivier forma parte de una masa informe y en constante crecimiento que son los desplazados, mejillas chupadas y charcos malolientes que se resbalan entre la lava solidificada que sirve como suelo.
Todos los entrevistados confían en que Sake aguantará, mientras que los instructores rumanos comunicaron este viernes haber adiestrado a suficientes soldados como para frenar al M23, pero hace dos días desde que los primeros locales empezaron a abandonar Sake en dirección a Goma. Prefieren huir antes de que la guerra llame a su puerta. Confían en los soldados, puede, pero todos tienen trazado un plan de huida. Y los desplazados, que no se cansan de huir, algunos por cuarta vez en menos de dos años, no tienen nada que preparar porque no tienen nada que llevarse consigo. Si llegase el M23 a Sake, sencillamente echarán a correr hacia el este.
Al ser interrogado el párroco sobre el papel de Dios en este desastre olvidado, contestó que “Dios no creó la guerra, sino que viene de la mala voluntad de los hombres. Él no tiene nada que ver con esto”. Pero Olivier se restriega las manos con su dedo meñique amputado en 2001 y contesta que “Dios pondrá fin a esto, algún día. Nos cuidará”. Y uno no puede dejar de preguntarse qué diría Olivier si supiera cuál fue la respuesta del sacerdote.
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