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Una cumbre bilateral, nuevo paso hacia el deshielo coreano

Kim Jong Un invita al presidente surcoreano a Pyongyang para acercar posturas y tratar de menoscabar su relación con EE UU

El presidente de Corea y la hermana de Kim Jong Un /Ap
El presidente de Corea y la hermana de Kim Jong Un /Aplarazon

Kim Jong Un invita al presidente surcoreano a Pyongyang para acercar posturas y tratar de menoscabar su relación con EE UU.

Victoria Pascual - La incógnita sobre el verdadero objetivo de la insólita visita de la hermana menor del dictador norcoreano Kim Jong Un, Kim Yo Jong, a Corea del Sur quedó ayer por fin resuelta tras la reunión que mantuvo con el presidente surcoreano, Moon Jae In. En ella, la joven dirigente norcoreana transmitió oficilamente, en calidad de enviada especial de Kim, los deseos del líder Juche de reunirse con su homólogo del sur en Pyongyang, una invitación formal que supone un paso más hacia la posible normalización de las malparadas relaciones en la península de Corea.

A la reunión de trabajo –con almuerzo incluido–, que comenzó poco después de las 11:00 hora local en la Casa Azul, Kim Yo Jong acudió con una carpeta del mismo color que las tejas que dan nombre a la residencia presidencial de Moon. Desde ese momento y hasta que finalizara el encuentro más de tres horas después, las especulaciones que apuntaban a que en ella portaba una carta de su hermano con un mensaje personal para Moon se dispararon hasta que, tras la reunión, se confirmó la noticia. Yo Jong había entregado una misiva a Moon en la que Kim mostraba «su deseo de mejorar las relaciones entre las dos Coreas» y le instaba a reunirse con él «lo antes posible» y a «visitar el norte en el momento que le resultara conveniente», informó a posteriori el portavoz presidencial surcoreano, Kim Eui Kyeom.

Yo Jong llegó a la entrevista acompañada por el jefe de Estado honorífico norcoreano, Kim Yong Nam, y el resto de la delegación norcoreana que el viernes aterrizó en Seúl para participar en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang, que arrancaron ese día con una ceremonia de inauguración en la que las dos Coreas desfilaron bajo la misma bandera. Aquel gesto, que logró poner en pie al estadio casi al completo a excepción del vicepresidente estadounidense, Mike Pence, y su mujer, supuso un espaldarazo a los esfuerzos de Moon por conseguir un acercamiento al norte y para sortear las trabas que su gran aliado Washington o la oposición que en su país le están poniendo por el camino. Ayer, con esta propuesta, su empeño recogía frutos.

«Espero que Pyongyang y Seúl se acerquen en los corazones de los coreanos y traigan la unificación y la prosperidad en un futuro próximo», escribió KimYo Jong en el libro de visitas poco antes de abandonar el palacio presidencial. Sus cálidas palabras transmitían su esperanza de que Moon aceptara la invitación propuesta por su hermano. Si finalmente la reunión tiene lugar, será la primera entre líderes coreanos en más de diez años, y la tercera de la historia después de que Kim Jong Il –padre de Kim Jong Un–, se reuniera con Kim Dae Jung en el año 2000 y con Ron Moo Hyun en 2007.

Sin embargo, Moon recibió con cautela una propuesta que puede suponer un cambio de rumbo total a la tensión reinante en la península en los últimos tiempos y para la que, según afirmó, deberán «crearse las condiciones necesarias en el futuro». El líder surcoreano es el primer defensor del diálogo con el norte, pero tan solo el año pasado, Pyongyang llevó a cabo un potente ensayo nuclear y una veintena de pruebas de lanzamientos balísticos, entre los que se contaron varios misiles intercontinentales con capacidad para alcanzar territorio norteamericano. Aquellos hechos no hicieron más que agravar la ya de por sí tensa situación entre Washington, principal potencia opositora a una Corea del Norte nuclear, y Pyongyang, que rechaza a toda costa abandonar su programa atómico.

Por ello, Moon quiso tener en cuenta a Washington y explicar a sus interlocutores que «la reanudación del diálogo entre EE UU y Corea del Norte es también necesaria para el desarrollo de las relaciones entre el Norte y el Sur», algo que para los analistas no parece muy probable tras los últimos movimientos realizados por el Gobierno norteamericano, como las nuevas y duras sanciones a Pyongyang anunciadas esta semana. EE UU desconfía de las intenciones de Kim, en las que ve más el intento por abrir una brecha entre los aliados, y buscar algo de aire fuera de sus fronteras ante la política de máxima presión que estaría aislándolo económicamente.

Como si de un partido se tratara, cuando ayer se cerraron las puertas del despacho donde se encontraron los altos cargos de dos países que se encuentran técnicamente en guerra desde el armisticio de 1953, muchos esperaban el resultado. Mientras algunos celebraron el tanto marcado por las dos Coreas, otros como EE UU insistían en que nadie ganaba si no se tenía en cuenta la desnuclearización como punto de partida. Pero a la espera del final del partido, lo que sí está claro es que hasta ahora han ganado unas «Olimpiadas de la paz» que han traído una tregua que, si la situación no se tuerce, podría hacer vencedores a muchos.