Ucrania

Mariupol clama justicia tres años después

Unos 2.000 soldados ucranianos capturados en el asedio a la acería de Azovstal permanecen todavía bajo cautiverio ruso

Familias y amigos de soldados ucranianos capturados en Mariupol se reúnen para recordarle que el cautiverio ruso los está matando
Familias y amigos de soldados ucranianos capturados en Mariupol se reúnen para recordarle que el cautiverio ruso los está matandoRostyslav Averchuk

Tres años después de la caída de Mariupol, cerca de 2.000 soldados ucranianos capturados allí permanecen bajo cautiverio ruso. Al menos 22.000 residentes murieron durante el asedio, y muchos más están desplazados de su ciudad devastada, cargando un profundo dolor y un anhelo por la justicia y el retorno a sus hogares. El 20 de mayo de 2022, los últimos 2.349 defensores, del regimiento Azov, infantería de marina, policía y otras unidades, abandonaron los restos de Azovstal, el gigante de la industria metalúrgica que se convirtió en el último bastión del Ejército ucraniano en esta ciudad costera de la región de Donetsk.

Durante semanas, los defensores, superados en número, resistieron sin esperanza de victoria, a pesar de valerosas misiones en helicóptero para llevar municiones y voluntarios. Las instalaciones subterráneas de la planta ofrecieron algo de protección, pero las bombas aéreas guiadas, lanzadas diariamente, mataron e hirieron a cientos, mientras la comida, los medicamentos y las municiones se agotaban.

La orden del alto mando militar ucraniano, junto con la esperanza de que Rusia trataría a los soldados con dignidad antes de intercambiarlos, los llevó a deponer las armas. Sin embargo, tres años después, decenas de cautivos han sido asesinados, otros han recibido largas condenas, y solo unos pocos cientos han regresado.

Casi todos los domingos, las familias de los prisioneros se reúnen en ciudades ucranianas y en el extranjero para exigir que el mundo no los olvide. «Cada día en cautiverio mata», afirma Iryna Novosiadlo, representante de las familias de Azovstal, quien denuncia que los prisioneros sufren torturas sistemáticas, privación de alimentos y sueño, y un aislamiento total, sin contacto con sus familias ni con organizaciones internacionales de derechos humanos.

La dolorosa espera persiste para los cientos de miles de habitantes que huyeron de Mariupol durante el asedio o después, para salvar sus vidas o escapar de condiciones precarias, políticas de rusificación implacables y recuerdos traumáticos. «Todavía duele mucho. Es nuestra ciudad, nuestra alma, nuestra vida, destruida por Rusia», sostiene Valentina Boiko, directora de un centro de apoyo para los residentes de Mariupol en Leópolis. Unos 4.500 desplazados, muchos de ellos niños, han encontrado refugio allí, pero la mayoría aún sueña con volver a casa.

El regreso no será fácil. Más de 2.250 edificios de apartamentos y 38.000 casas particulares quedaron destruidos o gravemente dañados durante el brutal asedio de 86 días, que atrapó a unos 430.000 residentes bajo bombardeos diarios de aviación, artillería y tanques. «Cada día era peor», recuerda Boiko, con la voz cargada de dolor. «Era un horror constante. Las bombas caían todos los días, y vimos cómo un tanque ruso se acercaba, apuntaba a una casa y disparaba una y otra vez». «No se puede perdonar ni olvidar. Hay que gritarlo al mundo entero».

Para Alevtina Svhetsova, periodista cuya abuela murió por el estrés durante el asedio, la justicia es una prioridad. «Mariupol era mi vida, y me la arrebataron. Mi abuela murió, mis amigos murieron o desaparecieron», dice desde el centro Mariupol Reborn.

Fotos de las calles de la ciudad, cubiertas de escombros y cuerpos, decoran las paredes del centro, con la esperanza de que sirvan de testimonio para sensibilizar al mundo. «Creo en la justicia, pero solo será posible si el mundo nos apoya, si entiende quién es el agresor, quién lleva once años cometiendo crímenes contra civiles, matando a hombres y mujeres ucranianos», afirma Svhetsova.

Las autoridades rusas han construido algunos edificios nuevos, pero Mariupol sigue en ruinas, con fosas comunes que ocultan el verdadero número de víctimas, mientras que miles de nuevos habitantes llegados desde Rusia amenazan con borrar su identidad.

Una foto muestra una casa quemada con ventanas de plástico nuevas instaladas por los rusos tras el asedio. «Era el colmo del cinismo. Nadie podía vivir entre esas paredes, pero los rusos intentaban mostrar que reconstruían la ciudad que habían destruido», explica Svhetsova.

Toda conexión con Ucrania y su identidad está siendo eliminada. «Retratos de Putin cuelgan en las escuelas, y los niños son obligados a cantar el himno ruso. Las personas están siendo destrozadas, física y mentalmente», afirma.

De los aproximadamente 100.000 residentes que permanecen, muchos esperan el retorno de Ucrania. «Sé que algunos no pueden irse porque cuidan a familiares ancianos que dependen de ellos», explica Svhetsova. Expresar esperanza por el regreso de Ucrania es peligroso: durante las evacuaciones, las fuerzas rusas obligaban a quienes tenían tatuajes relacionados con Ucrania a borrarlos en el acto con piedras, bajo amenaza de violencia.

El esfuerzo de paz de EE UU ofrece poco optimismo, ya que parece pasar por alto el destino de millones de ucranianos que vivieron o permanecen en los territorios ocupados. Desde la caída de Mariupol, otras ciudades han sido arrasadas, y la amenaza persiste si los socios de Ucrania no refuerzan su apoyo, creen los desplazados.