Tragedia
Supervivientes del terremoto en Marruecos: “Estamos en la miseria”
Poco a poco, Marruecos trata de asimilar la magnitud de la tragedia y la ingente tarea de la reconstrucción de las zonas afectadas por el terremoto
No hay esperanzas de encontrar supervivientes. Lo deja claro una pareja de la Gendarmería marroquí que descansa en los veladores de un café a la entrada de la localidad de Asni, en Al Hauz, la provincia que fue el epicentro del terremoto del 8 de septiembre. Al cierre de esta edición el balance de víctimas ofrecido por el Gobierno de Marruecos sigue donde ya estaba el pasado miércoles: fijo en 2.946 muertos y 5.674 heridos. Las autoridades y la prensa, que se esfuerzan en presentar una imagen de unidad entre pueblo y monarca y de ensalzar la ola de solidaridad colectiva, contemporizan la información cuando ya se ha superado una semana desde el temblor de tierra.
La localidad del Alto Atlas, de 21.000 almas, se ha convertido en el centro principal de la solidaridad de todo un país; en un pequeño Marruecos de tiendas de campaña verdes y amarillas y vehículos militares que se desparrama sobre un gran descampado a los pies de las montañas más altas del país. Y en el centro del lugar destaca el hospital de campaña erigido por las fuerzas armadas marroquíes.
Junto a dos vecinas, Fátima sale de su tienda de campaña y se dirige a los informadores de manera resuelta, y excepcionalmente en zonas rurales como esta, se expresa de manera fluida en francés. “Somos dos o tres familias procedentes del Sáhara. Hemos perdido todo, nuestra casa, nuestra comida. Estábamos preparando con los niños la vuelta al cole. Hemos perdido los cuadernos, los bolis, yo he perdido mi documento de identidad. Todo. Ahora estamos en la miseria”, afirma la joven que no puede contener el llanto.
En el mismo campamento levantado por las fuerzas armadas, de seguridad y protección civil marroquí recibe cobijo Amina, que se ofrece a enseñarnos lo que queda de su casa, situada a poco más de doscientos metros de las tiendas de campaña. Con parsimonia y temeridad, la anciana nos muestra, una a una, las habitaciones de esta construcción de una planta aún en pie: “Mira la cocina, la habitación, ahí estábamos mi marido y yo cuando empezó el terremoto”. Tuvieron suerte de salvar la vida, a diferencia de un buen número de vecinos de Asni, pero la casa puede venirse abajo en cualquier momento.
Allí, Omar, vecino de tienda de Amina y su esposo, nos ofrece un té a la menta mientras abre la tienda de campaña para que veamos las dimensiones de la tragedia humana bajo las lonas. Dos familias, diez miembros, saludan y dan las gracias. No hay miedo entre estas personas que lo han perdido todo de mostrarse ante las cámaras, con su documento nacional de identidad si hace falta, y denunciar su precariedad. Aunque la denuncia es más un lamento que un reproche a los responsables gubernamentales.
“Dios lo ha hecho, él habrá tenido sus motivos”, afirma, tajante, Omar. Con todo, este profesor jubilado, de rostro enjuto, barba profusa y chilaba, no se olvida de las responsabilidades de los vivos y mortales en la tragedia: “El problema que tenemos los vecinos aquí es que no tenemos fuerzas y, sobre todo, que no sabemos ni siquiera a quién tenemos que quejarnos”.
Al menos en la ciudad solidaria levantada en Asni alguien ha pensado en los niños. Un grupo de menores, algunos de ellos huérfanos o heridos, saltan sobre una lona elástica instalada por los militares marroquíes. Aunque ríen, su infancia concluyó abruptamente en la noche del 8 de septiembre.
Entre quienes han echado una mano para ayudar desde Asni se encuentran los miembros de la ONG española Hambre Cero. Su presidente, Álvaro Cuadrado, afirma a LA RAZÓN que “el principal desafío ahora es mantener la ayuda durante mucho tiempo, que es el objetivo de nuestra organización, no hacer una acción puntual sino acompañar al pueblo marroquí durante todo el tiempo que lo requiera”.
“Además, otro desafío está en modificar los asentamientos tal y como están para que la lluvia no haga el problema mucho mayor”, abunda el máximo responsable de Hambre Cero, organización que, en cooperación con el Mando Avanzado y un equipo local asiste estos días a la población más vulnerable afectada por el terremoto, en una primera fase con 81 toneladas de ayuda humanitaria enviada desde España hasta los valles colindantes a Asni.
De Asni a Imli, la ruta que remonta el valle hasta las faldas del Tubkal, el techo de Marruecos y segundo de África, serpentea entre barrancos. Es uno de los lugares predilectos para los senderistas y montañeros que viajan a Marruecos, pero su carácter turístico no impide que la ruta esté plagada de socavones y piedras de enorme tamaño que hay que esquivar como se puede. Los hotelitos de montaña y casas de huéspedes tienen la orden de permanecer cerrados hasta diciembre, nos cuenta el gerente de uno: otro drama para el modesto pero prometedor sector turístico de naturaleza.
Entretanto, llegan noticias de las inundaciones que se han producido en el Atlas Medio como en la provicia de Midelt. En el recuerdo está la mortal riada de 1995, que costó aquí la vida a 150 personas y en la que es inevitable pensar habida cuenta de la precariedad en que se encuentran miles de familias de la zona obligadas a refugiarse en tiendas de campaña a dos mil metros de altura.
La tarde cae y un viento frío se apodera del ambiente. La prioridad ahora son las mantas y las tiendas de campaña, nos repiten cooperantes y vecinos en uno y otro valle. Y evitar que la tragedia del Alto Altas caiga con rapidez en el olvido, que acecha a la vuelta de la esquina tanto como las primeras nieves del otoño.
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