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Tablero de transición

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El fin del chavismo está cerca. Numerosos países han reconocido el nombramiento de Juan Guaidó como presidente y a ellos se van a sumar los países que a partir del lunes se hagan eco de la resolución del Parlamento Europeo impulsada por Antonio Tajani. El nuevo escenario es muy diferente al de hace pocos meses, cuando las súplicas de la oposición caían en el saco roto. Sin la derrota de la izquierda en países como Argentina, Chile, Perú, Colombia o Brasil habría sido imposible tal grado de apoyo. Gracias sobre todo a las medidas impulsadas por EE UU, Canadá, la OEA y el Grupo de Lima, los círculos de poder del chavismo empiezan a tener la sensación de que su tiempo se acaba y que los bienes que han expoliado al pueblo de Venezuela no están tan a salvo como pensaban, al menos en buena parte del mundo occidental. En el lado opuesto, se han posicionado Cuba y sus satélites, Rusia y China con distintas motivaciones. Rusia no actúa sólo por intereses geoestratégicos. Durante los últimos años ha sido el principal vendedor de armamento (11.000 millones de dólares) y un importante inversor en sectores estratégicos a través de empresas como la petrolera Rosneft (17.000 millones). De ellos, Venezuela debe aún devolver al menos 6.500. Si el régimen chavista acaba es probable que se ponga fin a ambos negocios, mientras que la devolución de deuda a Rusia dependerá de las circunstancias. Por su parte, China ha sido el principal comprador de deuda venezolana y debe recuperar aún 23.000 millones. Si el nuevo gobierno renegocia y garantiza la devolución de dicha deuda es probable que impere el pragmatismo y se reduzca la resistencia al cambio. El interés de la dictadura cubana no requiere de explicación adicional. Quizás sea La Habana quien tenga que dar explicaciones una vez se levanten las alfombras de Miraflores. Las sanciones económicas y la congelación de activos se han mostrado como el mecanismo más eficaz para acorralar a la dictadura. La reciente venta del 25% de las reservas de oro venezolano para conseguir liquidez con la que seguir manteniendo a los círculos del poder, demuestra que el colapso económico ha alcanzado también a la cúpula chavista. A pesar de sus reticencias, Pedro Sánchez no va a tener otra opción que reconocer a Guaidó como presidente de Venezuela. El presidente del Gobierno ha hecho el ridículo al promover en la UE un bálsamo de ocho días a sabiendas de que a Maduro como expresidente no le compete convocar elecciones y como dictador no le interesa. Este brindis al sol, además de una inmoralidad hacia las víctimas, es de una enorme irresponsabilidad política, porque ha creado una sombra de duda sobre la oposición y ha permitido a la narcodictadura movilizar activos procedentes del expolio que todavía se encuentran en Europa pese a que deberían estar congelados hace tiempo. También lo hizo hace unos días al manifestar que el principal representante del «Socialismo del siglo XXI» y presidente del Partido Socialista Unificado de Venezuela, no es realmente socialista. Sólo le faltó añadir un «Porque yo lo soy». Y vuelve a hacerlo una vez más al exigir a PP y C's «lealtad hacia un asunto de Estado como Venezuela», cuando cada día comete la deslealtad de apoyarse en quienes pretenden desmantelar el régimen constitucional español nacido en la transición para continuar otro día más en La Moncloa. España debería estar liderando la iniciativa internacional, pero por desgracia se ha posicionado en la periferia. El futuro de Venezuela se decide hoy en Washington, en la Bruselas de Tajani o en Ottawa -donde se celebrará la reunión del Grupo de Lima-, pero no en Madrid ni en la otra Bruselas, la de la Comisaría Mogherini.

España debe ya reconocer a Guaidó como presidente legítimo, eliminando privilegios diplomáticos a los representantes del chavismo en España y haciendo un escrutinio escrupuloso del origen de sus bienes. También se debe comenzar a colaborar desde ya en la reconstrucción de las instituciones democráticas. Venezuela va a necesitar con urgencia no sólo gestionar la ayuda humanitaria que llegue desde fuera, sino construir prácticamente desde cero un sector judicial y una cúpula militar que sean leales a las instituciones democráticas.

Director adjunto del Área Internacional de la Fundación Faes