Conflictos olvidados

Transnistria: guerra asimétrica rusa y polvorín para la UE

Mientras Moldavia asegura buscar una solución pacífica, Rusia denuncia que Chisináu están estrangulando económicamente el territorio y la OTAN los arma para reintegrar la región por la fuerza

Imagen del escudo transnistrio y al fondo la estatua ecuestre de Alexandr Suvórov, el legendario general ruso que fundó Tiráspol, en la plaza central de la capital de la autoproclamada República de Transnistria
Imagen del escudo transnistrio y al fondo la estatua ecuestre de Alexandr Suvórov, el legendario general ruso que fundó Tiráspol, en la plaza central de la capital de la autoproclamada República de TransnistriaIgnacio OrtegaAgencia EFE

Después de treinta años de conflicto, la República Moldava de Pridnestrovia, más comúnmente conocida como Transnistria, sigue siendo una bomba de relojería en manos rusas que puede activarse en cualquier momento. Hasta ahora, el Kremlin ha utilizado la inestabilidad en la región para obstaculizar la integración de Moldavia en la Unión Europea y bloquear su entrada en la OTAN. Sin embargo, desde el inicio de la invasión de Ucrania, el temor de que Moscú lleve a cabo operaciones militares amparadas, desde su punto de vista, en la protección del Estado separatista de su órbita, aunque sin reconocimiento internacional desde que, en 1992, declaró su independencia, ha pasado de ser una rareza política a un territorio quintacolumnista en la retaguardia de Kyiv, y a las puertas de Europa.

Por este motivo, y teniendo en cuenta que, a punto de cumplir su segundo invierno, la intensidad del conflicto ucraniano sigue aumentando, es posible que los buenos deseos expresados a finales de enero por el viceprimer ministro moldavo para la Reintegración, Oleg Serebrian, y el embajador especial de Ucrania responsable del expediente de Transnistria, Paun Rohovei, para una futura resolución pacífica de la disputa territorial, caigan en saco roto. «Moldavia está decidida a resolver el conflicto de Transnistria exclusivamente por medios pacíficos, posición que también apoyan nuestros colegas de Kyiv», informó Serebrian durante la conferencia conjunta que realizaron en Chisináu. No obstante, admitió que «la situación es complicada y cambia constantemente».

Transnistria
TransnistriaT. GallardoLa Razón

El Gobierno moldavo habla de proceso de paz, pero también de la necesidad de «una gradual reintegración total de la región en la República de Moldavia por medios legales y en un escenario de diálogo» entre las partes, mientras el Gobierno separatista de Tiraspol desconfía de sus intenciones, a la vez que es un naipe en el juego geopolítico de Moscú. Por su parte, el Gobierno liderado por Volodímir Zelenski también habla de solucionar la disputa «a través de la diplomacia», según afirmó Rohovei, aunque también hizo hincapié en que, de cara a unas posibles negociaciones, Rusia «no tiene el derecho moral de participar» por la invasión que inició en febrero de 2022. Sin embargo, sin la inclusión de Moscú, es poco probable que se rebaje la tensión en Transnistria.

Más aún si, como indicó Serebrian, «Tiraspol está tratando de demostrar que Ucrania y Moldavia están planeando una acción bélica. Les aseguro que no existe ningún plan para estrangular militarmente, o de otro modo, a la región de Transnistria». No obstante, y según el Instituto para el Estudio de la Guerra, el Estado vecino no reconocido que ocupa una franja de 4163 km2 entre el río Dniéster al oeste y la frontera este ucraniana, está utilizando dicha acusación para que los funcionarios y portavoces del Kremlin creen «las condiciones de información que justifiquen posibles esfuerzos rusos para desestabilizar a Moldavia e impedir su integración en Occidente», así como preparar el terreno para, en un futuro próximo, llevar a cabo «una operación híbrida rusa en Moldavia».

Después de una serie de referendos realizados durante la penúltima década del siglo pasado, la por entonces multicultural población de Transnistria estableció unilateralmente la República Socialista Soviética de Moldavia en Pridnestrovia (PMR) dentro de la URSS el 2 de septiembre de 1990, poco antes de que el sueño de los soviets se encaminase hacia el colapso político y militar. Un año después, tras el golpe de estado contra el presidente Mikhail Gorbachev, el Gobierno en Tiraspol declaró la creación del moderno PMR, el 25 de agosto de 1991. En marzo de 1992, la disputa política entre Tiraspol y Chisináu, también imbuida en su propia estrategia nacionalista, se convirtió en una guerra abierta liderada, en el caso de la pequeña franja de tierra, por un general ruso, Alexander Ivanovich Lebed, que actuó por cuenta propia apoyándose en los soldados rusos que, tras décadas de estacionamiento, se habían arraigado profundamente en el lugar.

Con este apoyo, las tropas transnistrias combatieron con los soldados moldavos hasta llegar a un punto muerto que, en julio de 1992, propició un alto el fuego que, a pesar de las reticencias de Chisináu, congeló el conflicto. Desde entonces, y más aún desde el inicio de las hostilidades entre Kyiv y Moscú en 2014, el Kremlin ha impulsado su versión del nacionalismo a ultranza para impulsar una futura unión con la Federación Rusa porque es «su destino», según aseguró el presidente de Transnistria, Vadim Krasnoselsky, así como para proteger a la población de origen ruso, la cual representa el 33,8%. Sin embargo, según datos del Gobierno de Tiraspol, el 93% de los niños en edad preescolar reciben su enseñanza en ruso. Y, de las 150 escuelas de la región, 112 lo hacen únicamente en esa lengua, dejando de lado tanto al lenguaje moldavo como al ucraniano que, durante, siglos, han sido los oriundos de la zona.

Así es cómo el neoimperialismo ruso está asentando sus pilares en Transnistria, a la vez que la narrativa de Moscú encabezada por el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y su portavoz, María Zajárova, sigue afirmando que el Gobierno moldavo está «estrangulando económicamente a Transnistria e impidiendo una solución diplomática al conflicto», así como promueven la idea de que la OTAN está armando a Moldavia mientras, a la vez, llevan a cabo «ejercicios militares y utilizan armas en la zona de seguridad de Moldavia, violando los protocolos de la Comisión Conjunta de Control de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE)», según ha denunciado Chisináu en numerosas ocasiones.

Teniendo en cuenta que, en 2024, el Gobierno de Kyiv se enfrenta a una encrucijada en la defensa y la recuperación de su territorio dadas las carencias cada vez más acuciantes del Ejército de Zelenski, el peligro de la apertura de un frente, por pequeño que sea, en la retaguardia ucraniana, no es una idea descabellada: «El Kremlin está llevando a cabo operaciones muy similares a las que utilizó antes de sus invasiones de Ucrania en 2014 y 2022, probablemente para establecer condiciones que justifiquen una posible futura escalada rusa contra Moldavia», según el ISW. Algo que fue confirmado, el pasado miércoles, por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenburg, quien «no ve ninguna amenaza inmediata de posibles ataques militares contra uno de los Estados miembros, pero sí un riesgo constante de ataques híbridos». En ese sentido, Transnistria continúa en el punto de mira de Moscú como excusa para la expansión neoimperial de Putin.