Lifestyle

Vuelos ‘low cost’: Entre el lifestyle y la indignidad

Es divertida la extraña fantasía de lujo y lifestyle que se apodera de nosotros cuando viajamos por placer. Eso hasta que nos topamos con las compañías Low Cost, por supuesto.

Estos diseños fueron de los últimos proyectos en los que trabajó el diseñador Cristobal Balenciaga. En 1969 creó unos uniformes elegantes y cómodos para la tripulación de Air France.
Estos diseños fueron de los últimos proyectos en los que trabajó el diseñador Cristobal Balenciaga. En 1969 creó unos uniformes elegantes y cómodos para la tripulación de Air France.larazon

Podría decir que algunos de los mejores momentos de mi vida los he pasado en el interior de algún avión y aeropuerto de categoría, así como los peores, cuando he pretendido economizar. En un vuelo París- Los Ángeles, por ejemplo, conocí a Morgan Freeman.

Estaba sola, enferma (estaba monísima y tenía 27 años); él se ofreció a ayudarme desinteresadamente, sin la menor alusión desconcertante o confianzuda; un verdadero caballero y, por cierto, en persona era un cañón. La única pega, que me ponía los hielos en el vaso con sus dedazos.

Adoramos viajar, queridos, porque, lejos de casa, en ese otro país, fuera de tu vida, nos encontramos extrañamente vivos y en la soledad del visitante, no sentimos desamparo, sino libertad, en vez de irritación, condolencia, en lugar de cansancio, satisfacción... Porque fuera de casa... uno quiere volver, pero no quiere. Uno se siente cosmopolita, impune, delgado…

Es divertida la extraña fantasía de lujo y lifestyle que se apodera de nosotros cuando viajamos por placer. Eso hasta que nos topamos con las compañías Low Cost, por supuesto, que acaban de un zarpazo con esa deliciosa ensoñación y nos resitúan.

El lunes me levanté a las 4 de la mañana, me duché apresuradamente y salí de mi precioso apartamento de Airbnb en Pimlico (barrio londinense famoso por sus edificios protegidos estilo Regencia y sus conspicuos residentes tales como Winston Churchill, Laura Ashley o Laurence Olivier)…

En la calle, bajo la lluvia nos esperaba un coche para conducirnos al aeropuerto, pero no a Heathrow. ¿Han estado alguna vez en Heathrow? ¿Existe Heathrow?

Creo que nunca he pisado el aeropuerto principal de Londres porque para disfrutarlo hay que viajar con la British o Iberia, pero yo, desde que soy madre, y no hija, si viajo, lo hago gracias a compañías low Cost como Ryaner o Easy yet, donde las rodillas te duelen porque chocan con el asiento del pasajero de delante y las sillas son tan rígidas y están tan derechas como los bancos de una iglesia luterana en Leipzig; pero para bien o para mal han democratizado el turismo familiar.

En fin, recuerdo cuando viajar en avión era elitista, un extraño ritual para el que la gente se arreglaba con esmero. Recuerdo a mi madre impecable, guapísima y sonriente, hollywoodiense, de sombrero, muy reportaje del Hola en el Miami de los 80, antes de embarcar.... Recuerdo la aventura maravillosa que suponía atravesar el atlántico de noche con mis padres y hermanos, rodeada de personas atractivísimas de todas las nacionalidades. Recuerdo cada segundo de esos viajes donde todo era armonioso, delicado, cortés… empezando por las azafatas, mujeres bellísimas de peluquería, ataviadas con impecables uniformes diseñados por famosos modistos como Balenciaga, Nina Ricci, Pertegaz o Christian Dior.

Yo nací poco después que el Concorde, el avión puntiagudo y supersónico de Alexis Colby y Kristle Carrington ¿lo recuerdan? Podía llegar a los destinos en la mitad de tiempo que un avión convencional pero un grave accidente en el 2000 y la escasa rentabilidad, precipitaron su desaparición. Los Salvat, suegritos de mi hermana, cuentan que viajaron mucho en el Concorde y que era inquietante, como viajar en un avión de papel donde todos los objetos eran de una levedad imposible para restar peso y no oponer resistencia a la magnífica velocidad. Cogías un cuchillo y no se podía untar la mantequilla. Te abrochabas el cinturón y parecía de chocolate. También dicen que era divertida la ruta París-Washington, donde siempre coincidían con celebridades de la época como Liz Taylor, que para contrarrestar la ansiedad del avión pasaba las 4 horas y media del trayecto bebiendo un whisky tras otro y haciendo eses hacia el baño.

Pero volvamos a la vida de hoy. Tras una hora de oscuro camino llegamos a Luton, el aeropuerto más pequeño e inhóspito del Reino Unido. El recinto no permite a los taxistas dejar a los pasajeros a las puertas, por lo que mis niños y yo debemos caminar unos diez minutos, a las 5 de la mañana, azotados por el viento y la lluvia, a través de un parking dejado de la mano de Dios.

Al fin frente a la puerta, entramos y es un hangar donde cientos de personas aguardan en filas estrechísimas separadas por cintas. Con rudeza máxima nos dividen en británicos, europeos y otros…

Después de guardar la infinita cola nos acercamos al control donde de nuevo, con formas propias de las SS, nos separan y nos obligan a quitarnos, zapatos, cinturones, abrigos, jerséis, y sacarlo todo, absolutamente todo de nuestras maletas, que pasaban por la máquina una y otra vez. Yo no entendía nada, soy una señora enclenque junto a sus dos pequeños, no quiero imaginar cómo zarandean a los varones fornidos, poco agraciados, de nacionalidades sospechosas…

Toman por los hombros a mi hijo Pepe y le miran palmo a palmo el cabello y hasta dentro de las orejas, él no entiende lo que hacen, ni mucho menos lo que dicen, se altera y se resiste y ellos de muy malas maneras lo examinan, casi reduciéndolo. No he visto medidas tan exageradas en ningún otro país, ni siquiera en Estados Unidos donde, por razones obvias, viven aterrorizados.

Observo nuestras maletas a pocos metros, junto a las de los demás viajeros y pienso en los trenes que llegaban cargados de madres e hijos a Auschwitz, donde los clasificaban, como ganado y los separaban de su equipaje, haciendo con él enormes montones que más tarde confiscaban.

Entonces nos sueltan, nos vestimos, recogemos todo y avanzamos indefensos hacia unas escaleras donde imagino que unos soldados mal encarados nos esperan para raparnos el cabello pero de pronto… ¡¡Ah… caprichos del siglo XXI!!, en el piso de arriba regresamos a la dulce irrealidad y la falsa sensación de riqueza y confort: el Duty Free, delegaciones de Harrods, Hamleys y Fortnum & Mason, donde mágicamente, olvidamos el trauma y nos liamos a comprar galletitas bajo una luz cálida y un aroma delicioso, como ganado.