Muere Carmen Franco

La duquesa prudente

Carmen Franco el día de su boda
Carmen Franco el día de su bodalarazon

La conocí en el Rastrillo Nuevo Futuro, presidido por la infanta Pilar de Borbón, en noviembre de 2008. Acababa yo de publicar El Borbón non grato, la única biografía de su infortunado yerno, el duque de Cádiz, y ella tuvo la gentileza de venir a saludarme mientras dedicaba ejemplares para fines benéficos.

Desde el primer momento me pareció una mujer cordial, pero poco expresiva, como si guardase en su interior un filón de secretos inconfesables. Intuí ya en su mirada discreta las inconfundibles secuelas del sufrimiento, sin que éste constituyese un obstáculo, en su caso, para la felicidad terrena.

No en vano Carmen Ramona Felipa María de la Cruz Franco Polo, como figuraba inscrita en la certificación de partida de bautismo que obtuve en su día en la Archidiócesis de Oviedo, siempre fue una mujer piadosa de Misa y Comunión diarias, a semejanza de sus padres Francisco Franco y Carmen Polo. Asistía a Misa, hasta poco antes de su muerte, en la vecina Iglesia de San Francisco de Borja, en el número 104 de la madrileña calle Serrano.

Carmencita o Nenuca, como la llamaban cariñosamente en familia, recibió el Bautismo el 18 de septiembre de 1926, cuatro días después de nacer en la casa de sus padres, situada entonces en el número 44 de la calle Uría de Oviedo. El párroco Maximiliano Cuesta le administró el sacramento en la iglesia de San Juan el Real, donde tres años antes se había desposado el futuro Caudillo de España con doña Carmen.

La víspera, el periódico local El Carbayón se hizo eco del acontecimiento bajo el epígrafe Natalicios: “Dio a luz con toda felicidad una hermosa niña la distinguida y bella esposa de nuestro querido amigo el general Franco. Nuestra más cariñosa enhorabuena al feliz matrimonio”.

Pero hasta que Carmencita no cumplió diez años, en 1936, no posó misteriosamente ante las cámaras en Santa Cruz de Tenerife. Ni siquiera se conocen testimonios gráficos de su Primera Comunión y Confirmación, celebradas en la Catedral de Palma de Mallorca el 28 de mayo de 1933, donde su padre había sido destinado por Manuel Azaña, en febrero, al frente de la Comandancia General de Baleares.

Criada entre reliquias de santos, más de una vez pudo contemplar y venerar ella la mano derecha de Teresa de Jesús, que le fue entregada a su padre por las monjas de las Carmelitas Descalzas cuando desalojaron su convento malagueño de Ronda, durante la Guerra Civil española. Años después, con ocasión de la enfermedad circulatoria de Franco, la reliquia de la santa fue llevada a la habitación 609 del Hospital del Generalísimo.

A la agónica muerte de su padre en 1975, tras la cual Juan Carlos I le concedió el título de duquesa de Franco con Grandeza de España, sobrevino en 1998 la de su esposo, el cardiólogo Cristóbal Martínez-Bordiú, décimo marqués de Villaverde, dos años antes de celebrarse las bodas de oro matrimoniales.

Previamente, el 12 de julio de 1979 la vida de Carmen había corrido grave peligro durante el trágico incendio del Hotel Corona de Aragón de Zaragoza, donde se alojaba para asistir a la graduación militar de su hijo Cristóbal.

El divorcio y la posterior anulación eclesiástica del matrimonio de su primogénita Carmen Martínez-Bordiú con Alfonso de Borbón Dampierre constituyeron para ella otro duro aldabonazo del destino.

Si aquel enlace celebrado en la Capilla Real del Palacio de El Pardo, el 8 de marzo de 1972, había generado gran entusiasmo en sus dos principales valedores, ella misma y su esposo el marqués de Villaverde, no menos entusiasta se mostró entonces el infante don Jaime de Borbón, padre del contrayente, que veía en aquella boda de la discordia la gran oportunidad de que su hijo volviese a contar en los planes sucesorios de Franco.

Hubo más de dos mil invitados que no cupieron en la capilla, por lo que fue necesario instalar un circuito cerrado de televisión para los que permanecieron afuera. Luego, durante el banquete, una corte de camareros tuvo que habilitar dos patios interiores donde se pusieron los buffets y unas mesitas redondas para que pudiesen sentarse todos. Parecía la boda de un emperador oriental.

En las invitaciones se rogaba la asistencia con frac y condecoraciones para los hombres, y con traje largo para las mujeres. La novia iba deslumbrante con el suyo blanco de Balenciaga, salpicado de flores de lis, símbolo de la realeza borbónica. La diadema, de esmeraldas, se la había regalado su abuela Carmen.

Entre los asistentes se encontraban la Begum Aga Khan, los príncipes de Mónaco, Grace y Rainiero, el hijo del dictador de Paraguay Stroessner, la hija del presidente Thomas de Portugal, Imelda Marcos, la mujer del dictador filipino... Y otros muchos personajes populares como el cantante Julio Iglesias, acompañado de su entonces esposa Isabel Preysler, los deportistas Manuel Santana y Francisco Fernández Ochoa, y hasta las folclóricas Carmen Sevilla y Lola Flores.

Durante la ceremonia, oficiada por el cardenal Tarancón y apadrinada por Franco y Emanuela Dampierre, madre del duque de Cádiz, el infante don Jaime lanzó desde su sitial miradas de reproche a su hijo Alfonso por no lucir en su uniforme de embajador la insignia del Toisón de Oro, la máxima condecoración de los Borbones, que él sí portaba altanero.

Don Juan Carlos no tuvo más remedio que aceptar finalmente el tratamiento de Alteza Real para su primo y la esposa de éste, Carmen Martínez-Bordiú, decretado por Franco el 22 de noviembre de 1972.

Pero quienes albergaron esperanzas entonces de que Franco se retractase designando al duque de Cádiz sucesor suyo en la Jefatura del Estado, a título de rey, demostraron no conocerle. ¿Acaso el Caudillo iba a exponerse a que le tildasen de nepotismo? Franco ya había cortado la baraja dinástica en julio de 1969, tres años antes de celebrarse la boda del año en España, al nombrar sucesor suyo a don Juan Carlos.

La propia Carmen, entrevistada en 2008 por los historiadores Stanley G. Payne y Jesús Palacios para su excelente libro Franco, mi padre, se mostró tajante sobre este asunto: “Jamás, jamás. Eso ni se le pasó por la cabeza”.

Ahora, con su dolorosa muerte, consumida por un cáncer terminal, desaparece también el DNI más antiguo de España: el número 3 que ella portaba, tras los dos primeros de sus también difuntos padres. Juan Carlos I tuvo que conformarse en su día con el número 10 y su primogénito Felipe VI, con el 15.