Energía

Efecto rebote de la factura de la luz

La Razón
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La factura media de un hogar español por la electricidad que consume es de unos 53 euros al mes. Con datos de 2016, es la séptima más cara de la Unión Europea (UE) siendo Alemania el país que más caro resulta y eso a pesar de que su «boom» de instalaciones fotovoltaicas superó largamente al español. Si, en cambio, vemos el precio de la misma energía vendida a las industrias, el país más caro es Bélgica y el más barato, Bulgaria. Es imposible resistirse a la tentación de ver la estructura de producción eléctrica más barata de Europa. Así resulta que Bulgaria basa el grueso de su generación eléctrica en las plantas nucleares y en las centrales de carbón, un mix difícilmente trasladable a España, primero por el rechazo (más por razones ideológicas que técnicas) a la energía nuclear y segundo porque la transición a economías bajas en carbono pasa por el abandono del uso del carbón.

El abandono del carbón no es, sin embargo, ni fácil ni inmediato. El remplazamiento por energías renovables, tampoco. Basta reparar en el hecho de que la energía hidroeléctrica hasta que han aparecido las lluvias, estuvo aportando en promedio y para noviembre de 2017 menos del 4% del total de energía eléctrica generada en España, por debajo de la mitad de lo que aportó en el mismo mes de 2016. Hay que tener en cuenta que las grandes plantas hidroeléctricas representan a la energía renovable con menor problema de intermitencia en la generación ya que cuentan con un sistema de almacenamiento masivo cual es el propio embalse, algo de lo que no disponen ni las plantas solares ni las eólicas. Naturalmente esto es así hasta que un periodo de sequía agota el «combustible» que genera la energía hidroeléctrica y que no es otro que el agua.

Sólo haber tenido un invierno no muy frío hasta este mes de enero ha suavizado el repunte del precio de la electricidad en España. Esto se debe a que la falta de aportación hidráulica, eólica y fotovoltaica (menos horas de sol) se suple con una mayor aportación de las plantas de ciclos combinados que son las tecnologías más caras.

El consumo eléctrico nos habla también de cómo de superada está la crisis económica que debutó en 2008 en España y casi un año antes en EE UU. Si obviamos los posibles avances tecnológicos orientados a mejorar la eficiencia energética (reducir el consumo de energía por cada euro de producto fabricado), aún estamos 44 gigawatios hora (GWh) por debajo de los que llegó a consumirse en la cima de la burbuja inmobiliaria (288 GWh).

Pero si no obviamos la cuestión de la eficiencia energética, entonces nos metemos en un tema en el que existe una fuerte controversia. En los últimos años, agencias internacionales tan de referencia como la misma Agencia Internacional de la Energía, auguraba un papel crucial a las mejoras de la eficiencia energética. Hasta tal punto era así que asumía un progreso tecnológico tan fuerte que lo ponía al nivel de revolución industrial.

La cuestión no es tan sencilla sin que eso nos lleve a ignorar los avances que sí se han producido. Por ejemplo y de manera «a priori» sorpresiva, los periodos de crisis económica suelen provocar un empeoramiento de la eficiencia energética, en otras palabras, provocan un aumento de los requerimientos energéticos por cada euro de producto fabricado. Dos ejemplos bastan para aclarar esto. El primero es pensar en que poner a producir una planta industrial aunque sea para un volumen de producción muy inferior al del nivel previo a la crisis, exige poner en marcha sistemas productivos cuyo consumo de energía no está acoplado al volumen de producción. Baste pensar que las luces de la fábrica y los ordenadores hay que encenderlos tanto si se produce 5 como 50. El resultado no es otro que la pérdida de eficiencia económica. El otro ejemplo es el de la industria cementera. En este caso, las frecuentes paradas y arranques de los hornos debido a la caída de la producción, obliga a utilizar mucho más combustible hasta que el horno alcance los 2.000 grados centígrados que necesita para la fabricación del producto bruto que originará el Clinker y luego el cemento. Si la producción se hubiese mantenido más estable, los hornos hubieran permanecido funcionando y la cantidad de coque de petróleo requerido sería menor (es el principal combustible utilizado en esta industria).

Con los hogares está ocurriendo algo similar en algunos aspectos. Es el problema del efecto rebote sobre el que cada vez se pone mayor atención. El efecto no es otro que el de tener cada vez más electrodomésticos eficientes pero, al mismo tiempo, no dejamos de aumentar el número de dispositivos electrónicos que entran en casa.

El repunte de los ingresos en las familias españolas no permite augurar una disminución de nuestra dependencia del consumo eléctrico. Otra cuestión distinta es que vayamos a un modelo de autoconsumo en aquellos hogares con características técnicas para instalar un sistema de autogeneración. Pero de ese asunto nos ocuparemos en otro momento.