Viena

Supergarcía

El mítico José María García / Foto: Efe
El mítico José María García / Foto: Efelarazon

Manolo Díaz, el panadero del barrio, se levantaba cada madrugada a las cuatro y media para hornear el sustento cotidiano en su obrador –»Especialidad en pan de Viena caliente a todas horas», reza todavía el azulejo en la fachada del apartahotel que hoy ocupa el edificio–, pese a lo cual era incapaz de dormirse antes de la una. «Mi trastorno del sueño se llama Butano», a quien la televisión veraniega ha revivido en un excelente documental. Para los adolescentes que fuimos y para el oyente medio, José María García fue un fascinante locutor, a medio camino entre el showman y el telepredicador, que hervía a medianoche, Supergarcía en la Hora Cero, en los dormitorios de media España con soflamas ad hominem, un Savonarola que revolucionó con neologismos agudísimos el arte del insulto: chupópteros, correveidiles, lametraserillos... En la historia del Periodismo, sin embargo, ha quedado como un visionario que transformó para siempre la radiofonía y que colocó en la cúspide del prestigio y del reconocimiento económico a una profesión que, antes de su irrupción, era oficio de pícaros, sobrecogedores hambrientos y otras gentes de mal vivir. «No le digas a mi madre que soy periodista, dile que soy pianista en un burdel», dicen que dijo Tom Wolfe. El gran mérito de García fue conseguir para sus empresas, y para él mismo, facturaciones tan astronómicas que le permitían ser radicalmente independiente. Ofrecía espectáculo sin apartarse ni un centímetro de su obligación de difundir noticias e incomodar al poder. Volcánico, excesivo, autocrático, caprichoso y visceral, fue un genio al que había de perdonársele cualquier disparate deontológico: «Si mi amigo mata a una vieja, algo habrá hecho la vieja», dijo en antena ante la imputación judicial de un próximo. Muy buenas noches y saludos cordiales.