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Buñuelos, churros y chocolate: encrucijada golosa, dulce fidelidad

Aunque la fuerza hegemónica del buñuelo se mantiene, los churros y las porras participan de la causa

Los buñuelos y los churros lideran un dulce recorrido por calles y plazas durante la semana fallera. Foto Braulio Sabido
Los buñuelos y los churros lideran un dulce recorrido por calles y plazas durante la semana fallera. Foto Braulio Sabidolarazon

Los primeros buñuelos madrugan e iluminan una despertà diáfana. Acompañamos a dos «buñuelogos» de confianza José Martínez «Josema» y Matute que se dedican a pasar revista a una docena de churrerías como sargentos de guardia gustativa. Mientras disparan palabras y comentarios con precisión, tienen el don de observar cualquier masa vapuleada y detectar dorados aceitosos antes de que se evidencien en la bandeja.

Recelamos de la marginalidad horaria, con la madrugada al galope, apenas hay gente. Pero se observa el humo estimulante de la sartén a pleno rendimiento. Insólita oportunidad de probar unos buñuelos recién hechos que provocan la total adhesión. La gran paila se convierte en un prodigio escénico como postal de enorme belleza plástica. El baño en el aceite caliente se transforma en una caja de resonancia de donde salen las frutas de sartén y prevalece una asombrosa continuidad en forma de ola donde reina el vaivén que provoca la brillante espumadera.

La invitación cursada nos convierte en su guardia pretoriana. La expedición formada por falleros con un sentido resistente de pertenencia al cotarro goloso y obligada predisposición heredada se desplaza en busca del buñuelo soñado. Después de un recorrido inicial lleno de (des)encuentros y regresiones a los buñuelos de la abuela, fruto de nuestra presbicia gustativa, nos sometemos a un canon cualitativo inequívoco en su churrería de cabecera. El Contraste (C/San Valero, 16). De pronto nos encontramos liderando una masiva movilización de clientes satisfechos pero cabreados por no haber pedido más. Volver a empezar en busca de la cola.

Aunque la confianza del cliente es la primera víctima de sí mismo, convengamos que no es difícil averiguar que churrería camina por el sendero cualitativo. La quinta docena de buñuelos, en la fachada de la estación Valencia Nord, se legitima tras el baño de aceite, mientras en la siguiente parada el exceso de retórica aceitosa conlleva consecuencias y defrauda las expectativas que nuestros especialistas habían depositado.

Sobrevivimos al cambio de guardia festiva, en plena noche de la plantà, sin discutir la idoneidad de la churrería, los paladares se acurrucan en un discreto puesto donde los buñuelos no naufragan.

Aunque la fuerza hegemónica del buñuelo se mantiene, los churros y porras, antagonistas en tamaño y calibre, participan de la misma causa, avenidos en la misma estrategia común, una insólita y familiar pinza frente al todopoderoso buñuelo para pescar clientes descreídos. Como no puede hacerse demoscopia gustativa, a pie de churrería, nos alejamos unos metros, no resulta difícil de prever la respuesta.... «como los de la Yaya Gene nada». A veces se produce un apagón que colapsa los paladares. No todos caminan por la senda adecuada y la desigualdad se hace patente en solo veinte metros.

La última remuneración gustativa nos hace añorar otra churrería favorita mientras se desmorona la impunidad de ciertos kioscos frente a los paladares en llamas que amparan las mayores expresiones de pirotecnia crítica como humo del estribillo de quejas. Los chupitos de cazalla del obligado brindis anisado sirven para anestesiar, provisionalmente, la soledad de los paladares hasta la próxima visita.

Fuera hace un día de escándalo, luce ese sol y ambiente que templa el ánimo de la expedición mientras flota el prólogo de la primavera que hace que todo parezca posible. Se amontonan las razones para programar una parada con incuestionable éxito, Churrería Casa Piloto (C/Gayano Lluch, 32) recién estrenada nueva ubicación. Amanecen las emociones al probar los madrugadores churros. Nuestro maestro de ceremonia Josema presume de tener los churros en la cabeza y el buñuelo en el corazón. Cuesta trabajo identificar a un experto con esa exaltación buñolera.

Aseguran los entendidos que el apocalipsis buñolero siempre envía anticipados mensajes. Ya se sabe dónde estén las intuiciones sobra la consideración de los supuestos. El recorrido contiene una lección importante: no se debe admitir como inevitable lo que no lo es. Si observan algo que les dice que no, busquen otra churrería. Buñuelos, churros y chocolate: encrucijada golosa, dulce fidelidad.