España vaciada

El resucitador de los pueblos deshabitados

Lo que Faustino comenzó como un hobby se ha convertido en su segunda profesión. Este madrileño recorre los municipios «sin vida» para «salvaguardar su memoria y recuperar la vida rural que ha quedado en el olvido»

Faustino sabe a qué suena el silencio. Lleva décadas visitando pueblos deshabitados. Caminando entre casas vacías y restos de una vida que en otro tiempo estuvo repleta de los ruidos cotidianos de sus vecinos y que hoy tan solo son recuerdos. Lo que comenzó como una «frikada» ante su pasión por la vida rural se ha convertido en la que podría ser su segunda profesión. Este profesional de la limpieza de la Comunidad de Madrid se ha recorrido toda España en busca de lugares abandonados o como él matiza «deshabitados», porque para Faustino «no es lo mismo, ya que en algunos sigue existiendo algún tipo de vida, ya sea porque hay personas que todavía conservan una casa que visitan de vez en cuando o por cualquier otro motivo. Es decir, son poblados sin población, pero no abandonados», nos dice mientras visitamos uno de ellos: El Alamín, situado a unos 80 km al suroeste del centro de Madrid.

«Guardo muy buenos recuerdos de mi infancia en el pueblo de mis abuelos, La hija de Dios, en Ávila. La vida que se hacía allí, la armonía que había entre los vecinos. Con el tiempo vi cómo la gente se iba yendo y aquello quedaba vacío. Comencé a interesarme por esos territorios que iban quedando en el olvido, al tiempo que aumentaba la población en las ciudades», explica. Así, a finales de los años ochenta, cayó en sus manos una revista en la que hablaban de Villacadima, una localidad de Guadalajara que había quedado desértica: «En ese momento comenzó todo. Fui a visitarlo y me quedé impactado. Me causó una sensación tremenda. El silencio, las casas abiertas de par en par y con sus muebles todavía en el interior». También en su afán por la España rural influyó José Antonio Labordeta, «que hablaba de la despoblación que golpeaba a nuestro país en zonas en las que antes había habido mucha vida».

Escuchar al pasado

Y así comenzó este hobby que más tarde transformó en un blog donde relata la historia de cada pueblo. Ya ha visitado unos 1.200 y pretende continuar hasta los más de 2.500 que permanecen deshabitados: «Mi intención es salvaguardar de la memoria de estos pueblos porque dentro de muy pocos años ya no habrá nadie de primera mano que pueda contar cómo era la vida allí».

Por ello, cuando viaja por todo el país en busca de estos recónditos lugares, busca en municipios cercanos a personas que en algún momento residieron allí. Les pide que le cuenten cómo era el día a día y por qué migraron. «Dentro de unos años ya no quedará ninguno vivo, porque la mayoría tienen ahora más de 80 años. Para mí, esto es lo más satisfactorio en este trabajo en el que me embarqué hace años. Atender a las historias de los mayores, que tienen tanto que contar. Escucharles es hacer un viaje al pasado en su compañía. Es como si conocieras el pueblo doblemente: una cuando tú lo estás viendo in situ y otra cuando les estás escuchando a ellos. Para mí es un disfrute total estar con ellos».

Gincana zombi

El método de trabajo de Faustino Calderón consiste en, al menos, visitar una de estas localidades al mes, organiza su viaje, hace contactos y luego lo redacta. También hace fotos que ilustran las entradas de su blog (lospueblosdeshabitados). «Normalmente voy solo. A veces mi mujer, Cecilia, me acompaña, pero no suele ser lo más frecuente. Además me gusta hacer estos viajes solo porque los disfruto en silencio», dice. Al principio, su esposa veía la afición de Faustino como algo extraño, «pero con el tiempo se ha acostumbrado e, incluso le gusta». Así ha viajado en numerosas ocasiones a las dos Castillas y a Aragón, donde se concentran la mayoría de las localizaciones.

En la que hoy nos encontramos, en el Alamín, estuvo en 2014. Se trata de un poblado privado que fue levantado en los años 50 por el conde de Ruiseñeda y que más tarde heredó el marqués de Comillas. Ahora, en manos de una inmobiliaria, es Alberto el encargado de su gestión. Nos abre las puertas mientras explica que «la mala fama de pueblo abandonado» le está causando muchos problemas. Él lo tiene alquilado por diez años y su intención es convertir el pueblo en una zona de turismo rural, al tiempo que prepara actividades lúdico deportivas como air soft o gincanas temáticas de «survival zombies». Y lo cierto es que el espacio es ideal para ello.

«Pero hay muchísimo vandalismo. Se ha hecho una publicidad falsa sobre que aquí hay fantasmas y la gente se cuela los findes de semana y la lían. Destrozan todo, hacen botellón... Es una pena. Llevo casi dos años tratando de recuperar el espíritu de este poblado, pero es muy complicado. Tampoco la administración me ayuda. Es una lástima», nos comenta mientras muestra los desperfectos que provocan los numerosos jóvenes que lo visitan. «Hacen hasta sacrificios de animales», confiesa mientras visitamos la antigua iglesia y el convento. Aquí también había una escuela y las viviendas «de los rojos». «Es un lugar apasionante», añade Faustino.

Y aunque en compañía sí resulta fascinante, al mismo tiempo da cierto respeto caminar entre casas vacías. «¿No le da miedo ir solo a estos sitios?», le preguntamos. «Miedo no, respeto sí», sentencia. Aunque lo cierto es que en alguna ocasión ha vivido situaciones que bien podrían ser el argumento de un «thriller». En Claravalls, un municipio sin rastro de vida ubicado en Huesca, cuando Faustino se encontraba en el interior de una vivienda, comenzó a escuchar un ruido: «Me quedé petrificado, era como si alguien estuviera en el piso de arriba, pero yo estaba solo. El sonido se repetía cada 30 segundos. Salí, observé la fachada por fuera y no vi nada. Quizá sería un animal, pero me puso los pelos de punta».

Entre su cuaderno de anécdotas también está aquella vez en la que una vivienda se derrumbó mientras él caminaba por el municipio, o cuando un perro vagabundo se le agarró a la pierna y no le soltaba. «En una ocasión me subí a un muro de tres metros de altura para hacer una buena foto panorámica de un pueblo, pero éste se encontraba en mal estado y una de las piedras cedió y caí de bruces al suelo, suerte que caí en tierra, si caigo contra una piedra me abro la cabeza como una sandía. Aun así me tuvieron que coser rápido y darme veintidós puntos», rememora.

Y es que, a diferencia de El Alamín, cuyo acceso es sencillo, la mayoría de las ocasiones resulta una odisea. Llegar a estos recónditos poblados supone caminar horas sin saber lo que se va a encontrar. «Algunos lugares están completamente inundados de vegetación, apenas se puede pasear por ellos, tan solo por las afueras. El estado de abandono es total. Cuando veo algo así me da mucha lastima.

Pero esa tristeza se compensa cuando publica en internet sus investigaciones y contactan con él familiares de personas que alguna vez habitaron aquellos lares. «Hasta de Argentina me han llegado a escribir. Para mí es una satisfacción. Me cuentan que están tratando de averiguar la vida de sus antepasados y que les es de gran utilidad lo que escribo». Y entre antiguos vecinos de estos municipios desocupados «hay incluso alguno que se pone a llorar recordando lo bonita que era la vida allí. Me describen con precisión cómo eran las fiestas del pueblo y lo que hacían. Hay quien al principio desconfía cuando contacto con ellos, pero cuando cogen confianza, me cuentan todo».

La intención de Faustino es continuar con esta labor «hasta que el cuerpo aguante», porque dice que cuando vaya cumpliendo más años le resultará complicado pegarse las caminatas de ahora. Ya tiene dos pueblos deshabitados en nevera para publicar en los próximos meses. Antes de despedirnos, tanto él como Alberto hacen una llamada a la Administración para que no dejen en el olvido la vida rural, aquellos tiempos que todavía hoy perduran a través de los recuerdos que se esconden en cada rincón de los pueblos deshabitados.