Literatura
El decano de la Cuesta de Moyano: “A Sánchez no le recomendaría ningún libro. ¿Para qué? A Casado, tampoco”
Desde 1968 Alfonso Riudavets regenta la caseta 15 de la emblemática cuesta, que linda con la estación de Atocha y desde mayo de 1925 alberga una feria del libro permanente
A sus 88 años, el librero más longevo de la Cuesta de Moyano no se toma un solo día libre. Antes descansaba los lunes, «pero estoy mejor aquí que en mi casa», confiesa Alfonso Riudavets, jubilado, soltero y sin apenas familia. La calle que lleva el nombre del catedrático y político Claudio Moyano, emblema de la capital, es el verdadero hogar y refugio de este librero clásico, de ideología conservadora y costumbres añejas. Trabaja en el sector desde 1947, cuando entró a formar parte de la plantilla de un almacén de papel ubicado en el número 32 de la calle Santa Engracia, y pasó cuatro años en la librería San Ginés (de 1958 a 1962) antes de hacerse con la gerencia de la caseta 15 de la Cuesta.
Hasta que el dueño de entonces se retiró, ofreciéndole la oportunidad de quedarse con el traspaso, que pudo completar en tres años, Riudavets fue encargado de tres casetas en Moyano. Más de cinco décadas después y una experiencia larguísima a sus espaldas, recuerda que la época de bonanza tuvo lugar en las décadas de los 70 y los 80. Son los tiempos en los que el alcalde Tierno Galván regularizó las condiciones de los negocios emplazados en la Cuesta, porque antes «las casetas se adquirían bajo cuerda», según recuerda el empresario. «No deja de ser una concesión del Ayuntamiento, pero entonces se hacían las trampas oportunas, como se ha hecho toda la vida».
Quedan muy lejos aquellos tiempos en los que los vendedores ambulantes estacionaban sus carros en la cuesta de Claudio Moyano. En 2007, la peatonalización de la calle supuso un revés para los intereses de los libreros, que desde entonces han manifestado sus protestas en numerosas ocasiones. «Ha sido la ruina porque al no pasar coches, no viene gente», asegura Riudavets, que se remonta a los acontecimientos más recientes para dar cuenta de la precariedad en la que se ven sumidos los gerentes de las casetas. La Covid-19 y Filomena han sido la puntilla para un sector, el de las librerías «de viejo», en estado malherido desde que las multinacionales como Amazon se inmiscuyeron en el producto editorial de segunda mano. Por si fuera poco, el librero de la 15 rechaza sin condiciones el mundo digital. Su caseta no ofrece el servicio de venta online ni por supuesto cuenta con perfil de redes sociales ni página web. «Reconozco que los que venden por internet siguen ganando dinero, pero yo no me atrevo y además me parece un trabajo horroroso», arguye el anciano, que aún acude a su trabajo con el guardapolvos azul marino y se sorprende de que los periodistas sientan curiosidad por el tradicional uniforme. Con todo, se muestra orgulloso de «una clientela muy buena, y así nos vamos defendiendo».
Del medio millón de títulos que atesoraba en diferentes almacenes, Riudavets ha vendido casi todo. Solo un local de Santa María de la Cabeza aún contiene unos pocos ejemplares, además de los «dos mil y pico» que permanecen a la venta en la caseta. ¿Y no le da pena desprenderse de un tesoro tan valioso a nivel emocional? «Soy muy mayor y me voy a morir dentro de poco. ¿Para qué lo quiero?», se excusa con resignación. Y sin embargo, confiesa que le hace más ilusión «cuando un coleccionista busca determinados libros y se los puedo proporcionar. No todo es el dinero». ¿Y no hay un libro que guarde con especial cariño? No precisamente están en los almacenes. «Pero en mi casa particular, los que tienen relación con mi familia tienen un significado mayor», apostilla.
Su especialidad siempre fue la bibliografía o los «libros sobre libros», como él los denomina. «He comprado muchas librerías de viejo y casi todo lo que no fuera novela, aunque también he comprado muchas», cuenta. Consciente de las dificultades de un sector ligado al analógico, el decano de la Cuesta cree que «trabajando, muchos todavía pueden sacar provecho». Y añade que «todo depende de la personalidad y las ganas de cada uno». Con todo, sabe que no son los mejores tiempos para su nicho de mercado. La sociedad en su conjunto y, concretamente, la comunidad lectora no consumen ese género. Así, cuando es preguntado por un libro que recomendar a los líderes políticos, se lava las manos. Al presidente del gobierno «no le recomendaría ningún libro porque es un mentiroso y para qué». A Casado tampoco, porque «a él le interesan libros nuevos y yo no los trabajo», dice.
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