Gastronomía

Bodegas de la Ardosa, la cerveza de la movida para la clientela más “cachondona” de Madrid

La parroquia cambia pero este rincón de media luz es lugar para los vividores

Taberna de la Ardosa
Taberna de la ArdosaEnrique CidonchaLa Razón

Corrían los años 80 y en la barra de esa taberna se aposentaban los ídolos del pop y el rock de la gloriosa movida. Antonio Vega, Poch, o Derribos Arias se desbordaban de cerveza antes de subirse a los escenarios que hicieron historia. La Ardosa huele a la añoranza de una muchachada hiperactiva, de los que seguimos viviendo de tiempos donde no había cierre de bares, y llena de gente que no veía líneas de horizonte.

Bodega de La Ardosa. Dónde calle Colón número 13

Ángel Monje continúa la tradición familiar tan cantada por la cual su padre Gregorio es uno de los secretos para los tabernarios capitalinos. Las siluetas del patriarca adornan las paredes de una trastienda que es un garito de hospicianos. Su madre Concha Marfil le inició junto a su hermano en los secretos de esa tortilla de patatas benemérita. Es considerada academia y tan limpia que hoy es inimitable.

Taberna de la Ardosa
Taberna de la ArdosaEnrique Cidoncha
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La tortilla de ley

Muchas de las tortillas madrileñas se hacen con huevina. Pero aquí y en esta casa el huevo de corral es el rey. Con cinco patatas medianas monalisa, aceite generoso, pizca de sal, y la temperatura de la sartén a fuego medio se consigue esta exquisitez.

Como es tan puro Madrid, por la taberna han pasado Alfredo Landa, Fernando Fernán Gómez y todos esos cómicos de la legua que han dado gloria a una ciudad gatuna y absolutamente inesquivable. El foro que es Bodegas de la Ardosa es lugar de refugio. Y eso lo saben los guiris que desde hace décadas llevan haciendo cola para entrar en el local, y así les sellen el pasaporte cuajado de casticismo.

Aquí se puso el primer grifo de Guinness cuando todo era un erial, y las tabernas a duras penas andaban quitándose la caspa. Muchos más de cien años de vida para un lugar que fue un despacho de vinos del que nunca debió salir. Hoy verdadero santuario del vermut y de la cerveza, mira con nostalgia los tiempos de los arrieros y de esos ministriles que llenaban la botella para las comidas con sifón. Ha pasado mucho tiempo y la parroquia cambia pero ese confortable rincón de media luz es lugar de paso obligado para los vividores.

En las cuestiones de la manduca destacan junto a la tortilla, unas canónicas croquetas, por no hablar del salmorejo que impuso un amigo cordobés de la casa, cuando en Madrid esta sopa andaluza era exótica. Mucho encurtido, el pepinillo grandón y postinero van dando gloria a esta taberna de Malasaña. Alguno no sabe si es la auténtica, porque hay primas en Chamberí y en Carabanchel, pero aquí se respira toda esa aventura del fundador que empezó para llenar el mapa de la ciudad de lugares de gente en principio humildes y ahora cachondonas.

Gracias a su socio Víctor Manuel Frey, su propietario actual Ángel ha ido tejiendo una red de complicidad que se extiende por todos los que van como bandoleros asaltando unas gotitas de la felicidad que destila la bodega. Uno recuerda ese tiempo cuando se bebían los submarinos ochenteros, que eran un auténtico brebaje gracias a un mini con una copa de la decimonónica y prohibida absenta, y el mundo era hoy.

En la Bodega de la Ardosa nunca parece pasar el tiempo. No solo porque la penumbra gozosa nos deja tranquilas las inquietudes del alma, sino porque cualquier afán se detiene con un golpe de unas cervezas que no parecen madrileñas. Son tan auténticas que van tejiendo historias insólitas y embajadoras de ese brebaje hoy considerado religioso en los madriles. En el 82 se volvió a fundar un relato que nos atrapa dulce y castizamente.