Música
Miguel Ríos se despide de Madrid: a los hijos y nietos del rock and roll...
Fue una celebración. Una ceremonia en torno al hombre que ha recorrido todos los caminos que la vida le ha puesto delante con el único fin de llegar a la patria común de un escenario, el sitio de su recreo
Si con Rock & Ríos celebró sus 20 años de carrera, ahora que se cumplen cuarenta de aquel mítico directo, la ocasión de reunir a la banda y hacer otro encuentro de comunión sonora era inevitable. En distinto sitio, pero con los mismos compañeros de fatigas –salvo las tristes bajas de trinchera: el batería Sergio Castillo y el guitarrista Paco Palacios–: Mariano Díaz, Mario Argandoña, Tato Gómez, Antonio García de Diego. Thijs van Leer y el inigualable Mr. Feeling y autor en solitario de Long, long road, John Parsons. Dos incorporaciones han apoyado a los clásicos de 1982: José Nortes, acaso el mejor productor actual de rock que sumó sus seis cuerdas, y Pablo Narea, hijo del productor del mítico álbum, Carlos Narea. Al mando de la nave, de la air guitar, de las tareas de entertaiment –«ese ruido, esas palmas»– y del torrente de una voz llena de melismas han corrido a cargo del «pope del rock», el «spanish boss» granadino en estado puro. Eso sí: sin los míticos pantalones de rayas que diseñara Jesús del Pozo que terminaron convertidos en short playeros de su hermana. Habían ensayado durante quince días a razón de siete horas por jornada y se les vio en plena forma para sentir el impulso de los Aliados de la noche. La voz de Miguel, como no podía ser de otro modo, se escuchó «todo a pulmón». Ellos que homenajearon a sus antecesores cuando tenían treinta años, hoy son viejos rockeros por derecho propio. Se rompió el interruptor... Y arrancó la magia amparados por el manto de la Reina de la noche.
Fue una cita marcada, cómo no, por la tragedia en Ucrania: «Os pido caridad. No a la guerra. No a ninguna puta guerra», suplicó el protagonista de la noche. Un concierto con una banda de primera, pero con una sonorizacion penosa en el Wizink Center, y que se sucedió con el mismo setlist (orden de temas) que el grabado en directo en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, cuando alguien del público gritó: «No lo llames Rock and Roll llámalo Rock and Ríos»... y nació la leyenda. El salvoconducto que pagaron aquellos «mecenas» ávidos de vibración fue de 600 «pelas» y en esta repetición de aquel día, que no es otra cosa que un mecanismo de cohesión, disfrutamos del doble de emociones de unos invitados que se metieron en los zapatos de la nostalgia, vivida o heredada, hasta completar todo el puzzle de ese prodigioso Made in Japan español: Anni B Sweet interpretó Nueva ola, Amaral y Juan Aguirre nos llevaron a El río, Carlos Tarque nos electrizó con Banzai, Mikel Izal recordó que El rock and roll es un búmerang, Ariel Rot nos llevó hasta un Sábado en la noche, Alejo Stivel se atrevió a convertir el Wizink Center en un Rock&roll en la plaza del pueblo y el maestro, Víctor Manuel, interpretó como nunca la letra que él mismo peinó para Ríos, El blues del autobús. Pero, sin duda, la sorpresa de la noche fue escuchar la modestia y elegancia de Rosendo Mercado, quien acompañara al granadino en su gira de Rock en el ruedo, interpretando el himno Maneras de vivir, santo y seña de una generación, que está más viva que nunca y a la que muchos pertenecemos. Como hace cuatro décadas, el recital terminó con Lúa, Lúa, Lúa la canción que Ríos dedicó a su única hija, por aquel entonces recién nacida y que hoy tiene 43 años y lleva dos décadas dedicada a la música.
Una celebración. Una ceremonia, una comunión de acordes con todos los hijos y nietos del rock and roll en torno al músico merecedor de la Medalla de las Bellas Artes e Hijo predilecto de Andalucía, el hombre que ha recorrido todos los caminos que la vida le ha puesto delante con el único fin de llegar a la patria común de un escenario, el sitio de su recreo. Un paracaidista de lujo que nos ayudó a retirar las melodías muertas gracias a una voz con pleno cuerpo tímbrico que muchos llevamos tatuada en el corazón. El mismo que abrió licencias poéticas y musicales allá donde no las había, que peregrinó por carreteras intransitables y se sacó de la chistera cañones láser, empresas de 200.000 watios de luz y 15.000 de sonido y pantallas gigantes... El que supo rodearse de los mejores músicos y productores, inencontrables hoy, hasta lograr una banda cosida a mano como los mejores trajes de Balenciaga. Anoche lo volviste a hacer, maestro. Maestros, todos vosotros. Un concierto con cabeza, tórax, abdomen... y numen. Si en el 82 no sabían que era imposible hacerlo y pese a todo, lo hicieron, cuarenta años después estos peatones de la historia que os seguimos hemos comprendido que la vida, como la música, es para complicársela y que el único nacionalismo legítimo es el del rock.
Ángeles López
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