Historia

Bernabela: la desconocida historia de una viuda y empresaria del siglo XVII (I)

A principios de aquella centuria, quedó a cargo de cinco hijos tras morir su esposo, de profesión mercader

«Milagro de la Virgen de Atocha en las obras de construcción de la Casa de la Villa», cuadro anónimo de 1676
«Milagro de la Virgen de Atocha en las obras de construcción de la Casa de la Villa», cuadro anónimo de 1676LRM

Aciaga fecha fue para Bernabela de Peñafiel el 7 de noviembre de 1606. Ese día bajó a la tierra su marido, Antonio de Valencia –que era mercader–, y le dejó no solo con la pena, sino con cinco hijos, cinco como los dedos de la mano, a la pobre Bernabela para sacarlos adelante.

Un mercader era, entonces, un hombre de discreto o importante capital, intermediario si no internacional, casi internacional. No era un tendero, sino un gran mayorista.

Bernabela fue una mujer fuerte. Como tantas de los siglos XVI y XVII (hay tantas «adelantadas a su tiempo» como se suele decir cuando no se sabe explicar algo, que a lo mejor lo que pasa es que su tiempo era otro y diferente al que se nos ha enseñado desde el romanticismo acá). Porque el listado de mujeres fuertes y adelantadas a su tiempo es tan largo, que resulta cansino sólo citando a las más conocidas: Isabel la Católica, sus hijas, la Emperatriz Isabel…

Bernabela ha quedado viuda. Tal vez llora la partida del padre de sus cinco hijos. Pero sabe en el mundo en el que está, así que acude a las autoridades de Madrid, donde vive, y pide que «para que en ningún tiempo se me pidan bienes que no hayan quedado, yo quiero hacer inventario de los bienes que quedaron» tras la muerte del esposo. Si piensa que alguna vez le podrían reclamar más bienes de los que han quedado en casa tras la muerte del marido, es que seguramente piensa que los incrementará, o sea, que va a seguir con los negocios.

Bernabela sabía qué era su mundo empresarial y económico, resultante de la primera globalización, de la oferta y la demanda de textiles y también sabía qué era el derecho de Castilla.

Dicho sea de paso que para mí, en cierto modo, el comercio de textiles entonces era como el turismo hoy. Los zoquetes se creen que el turismo son camareros y empresarios de mal vivir nocturno, sin darse cuenta del mundo inmensamente refinado y complejo que subyace detrás de las empresas turísticas. Entonces, el tráfico de textiles iba desde la producción de las materias primas, a su elaboración, ventas, seguros marítimos en su caso, préstamos y todo lo inherente a tan gran comercio… como vamos a ver.

El 16 de noviembre se da licencia para levantar inventario de todos los bienes que había en la tienda de Antonio de Valencia y de Bernabela de Peñafiel.

Por cierto, buen lector, si a ti –como a mi– te ha resultado chocante el nombre de pila de nuestra protagonista, Bernabela, no te llame la atención, porque el escribano que va a hacer el inventario da fe de que se ha presentado para hacerlo «Manuela» de Peñafiel…, y tacha Manuela y lo corrige. A él también le extrañó el nombre.

Y ese 16 de noviembre, sin tiempo que perder, se ponen manos a la obra y van levantando acta de cada objeto que hay en la tienda y su tasación. No se habla de la casa. El documento ocupa 19 páginas y más de 150 entradas, más o menos descriptivas, más o menos genéricas o específicas.

La falta de espacio me impide explayarme contando la plata o los corales que tenían, que llama la atención que decorara la tienda con unos corales, y una jarra de plata dorada y otros útiles así de atractivos.

Durante varias sesiones se fueron anotando varas y varas de tafetán y de lienzo de Granada, de Toledo y de Galicia y calzas de Borox y Villarrubia (imagino que de los Ojos, que había muchos moriscos), de Torquemada, de Tembleque, como las «pellizas»; y otros 38 pares de calzas de «todos los colores de niños»; de Córdoba vendían «espumillas» a dos reales la vara (esto es, a 68 maravedíes la vara; la de tafetán estaba a 375 maravedíes). De Valdemoro, griñones que son las piezas textiles que caen desde la cabeza y llegan al mentón y el cuello de las mujeres, así como «tocas de la zarabanda»; y tocas de Madrid y aún más complementos para sastres, para coser y cantar, holandas y valonas.

Cuatro días después, el 20 de diciembre prosiguió el inventario. Esta vez el nombre de mujer que aparece tachado es de «Isabel», que es corregido por un Bernabela. Hoy era el turno de la ropa blanca, y luego se hizo las ropillas, herreruelos, calzas, rebocinos, mangas, basquiñas, sombreros y chapines, algunos tapices (sin describir) arcas y arquetas, mesas, sillas –algunas de nogal–, y el candelero con las tijeras y «dos pesos pequeños de la tienda con sus juegos» de pesas…

Hasta aquí los bienes tangibles. Pero también había deudas: los deudores eran una viuda por acá, un sastre por allá, o un calcetero por acullá, y un carpintero o un torcedor de sedas.

De entre todas las deudas me llama la atención, e imagino que a tí también, los 200 reales que adeudaba el mayordomo del Inquisidor «que se los prestó la dicha Bernabela», que como se ve, era una mujer prestamista y ¡adelantada a su tiempo! (Continuará).