Historia
Bernabela: la desconocida historia de una viuda y empresaria del siglo XVII (y II)
A esta pionera, una vez fallecido su marido, se le pagó en especie, más la dote y el dinero de las deudas
La semana pasada me dediqué a describir lo que hizo la viuda-empresaria Bernabela de Peñafiel en 1606 para proteger los derechos de sus bienes y los de sus hijos de acuerdo con las leyes de Castilla. Declaraciones, inventarios de bienes, tasaciones y… hoy toca la fase final para ver que no era una sociedad de pícaros, gentes ajenas al desarrollo económico, ni nada por el estilo tan del gusto de los noventayochistas.
En el inventario, decía, aparecían todas las varas de textiles que había en la tienda, pero también el dinero contante y sonante que dejó el muerto y los 1.040 reales de plata que gastó la viuda «en el funeral y cumplimiento del alma» del difunto, que aquí no se regala nada.
Pero a renglón seguido aparece la carta de dote, la aportación de Bernabela al matrimonio, que fueron 113.544 maravedíes (3.340 reales, ni más, ni menos) y que se integraban a la hacienda del matrimonio, pero que cuando ella quedó viuda, pasaron de nuevo a su propiedad. Era el ajuar completo, y también 381 reales en deudas a favor de Bernabela y 300 reales de contado. Esa dote y los bienes reseñados (desde el 20 de abril de 1595) quedaron protegidos y amparados por el derecho real, toda vez que el licenciado Arce de Otalora del Consejo de Castilla, como autoridad en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte mandaba (como había que hacer por ley) que se defendiera a Bernabela siempre «en la posesión de todos los bienes y maravedíes» que llevó «en dote y casamiento», de tal manera que ni «los dichos bienes, ni parte alguna de ellos le sean sacados ni se los saquéis, ni se los embarguéis, por deuda civil ni criminal en que la dicha Bernabela de Peñafiel no esté obligada».
Acto seguido se redactó la «Memoria de los gastos que se han hecho en el entierro y cumplimiento del testamento de Antonio de Valencia». Entre misas y limosnas aparecen las partidas habituales de los madrileños: «Cuarenta reales que se dieron para la canonización de San Isidro. Hay carta de pago», porque a San Isidro lo canonizaron los madrileños, con sus limosnas, y mandas pías.
Cuando llevaron a enterrar al pobre mercader y torcedor de sedas, le acompañaron los hermanos del Hospital de Antón Martín. Este hospital, como tantas iglesias y conventos de Madrid, se nutrió, como la canonización de San Isidro, de regalos de fe de los madrileños. La piqueta ideológica se lo llevó todo por delante: incluso la memoria histórica (menuda contradicción, memoria e historia) de la conciencia de los hombres de buena fe de los siglos XVI al XIX.
Meter en la sepultura a Antonio de Valencia costó una barbaridad, «setenta reales que se pagaron a Eugenio García, sacristán de la iglesia de San Miguel del enterramiento» y a los curas oficiantes. Curiosamente de todo eso por no quedar, no quedan ni archivo ni iglesia porque extrañamente ardieron en 1936. Mas los gastos de bajarle a la tierra se incrementaron porque le acompañaron doce frailes de San Francisco y hubo que pagar el paño de luto y al sepulturero. Y por los lutos de la viuda y sus hijos y una sobrina, un sastre pasó una astronómica factura de 15.808 maravedíes.…
Da más o menos igual. Enterrar al pobre Antonio costó 46.225 maravedíes que los pagaron a medias él y su viuda. Más o menos lo que recibió de herencia cada uno de sus herederos.
Los trámites siguieron pero el 23 de julio se terminó con todo. A Bernabela se le pagó en especie, más la dote y el dinero contante y sonante de las deudas.
Una reflexión más a vuela pluma: se habían casado en 1595, pues ese año aceptó la dote su esposo: 12 años de matrimonio, cinco hijos, ¿de qué edades? ¡Claro que se volvería a casar!
A Bernabela la imagino después constituyendo una empresa comercial sola o en buena compañía, aportando bienes en especie o en dinero y sacando adelante a sus hijos en aquellos fascinantes años iniciales del siglo XVII. ¡Y eso que era mujer!
En menos de un año se había acabado con todo este lío y los herederos sabían qué les correspondía. Por cierto: no pagaban nada al rey por heredar. ¡Hasta ahí podríamos llegar, pensarían con acierto!
Pensar que la sociedad española de entonces era una en singular, monolítica o apocada es absurdo. Como absurdo es pensar que aquella fue una sociedad de pícaros. O que las mujeres… en fin ¡Cuánto mal se ha hecho a nuestros antepasados! Rompo una lanza en pro de aquellas leyes y del arrojo de Bernabela de Peñafiel, mi mujer empresaria y madre de hoy.
No creo que nada de esto ni le interese ni lo entienda la cajera del supermercado.
El expediente del que me he servido está en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, en el protocolo 1.212, desde el folio 1358 al 1.396. Es la primera vez que se presta en la historia tanta a tención a Bernabela, a Antonio y a sus hijos.
Con ella y con ellos he querido llamar la atención sobre todo a que otro mundo es el que hubo.
P. S. Dediqué a Ordine mis artículos del 7 y 14 de mayo y con este a punto de salir, nos enteramos de su muerte. Conmovido aún por la noticia, comparto contigo, buen lector, estas palabras de profunda pena. Su siembra no será inútil. D. E. P.
Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC
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