La historia final
Constitución, Concepción y otros copatronatos de España (I)
En tiempos del barroco, cualquier celebración laica como el Día de la Constitución sería mucho más vistosa
Este puente que termina es único en Europa. Con él empiezan las Navidades, que se festejan en España como en ningún lugar de Europa: justamente un mes, desde el 6 de diciembre al 8 de enero. Es un puente único, también, porque los españoles celebramos, por un lado, la Constitución y, por otro, la Inmaculada Concepción. Si tuviera que hacer una pirueta festiva, algo barroca e incluso postmoderna, diría que los españoles en horas veinticuatro se echan a la calle a celebrar sus santas laicas y religiosas. De la pobre y zaherida Constitución de 1978 no voy a hablar y no por falta de ganas. En tiempos del barroco cualquier celebración laica, a esa altura institucional, sería mucho más vistosa, y eso que el Ayuntamiento le rindió homenaje en el sitio más indicado, frente ala entrada principal del Palacio Real, con lectura de artículos constitucionales de capital importancia, con himno nacional y con mucha chiquillería, que disfrutaba como nadie en su peculiar algarabía que tanta envidia nos da a los retorcidos adultos.
Acaso se necesitaran más niños que recordaran el día de la Constitución, como un día importante en el que saludaron a gentes que salían en la tele, o que la Constitución es una ley larguísima que sirve, desde que sus padres eran pequeños (que lo fueron) para vivir en paz. Lástima de estos tiempos de óxido en los que vivimos. Hace tiempo leí, y llevo la vida desde entonces penando por no haber cogido la referencia bien cogida, leí, digo, en un teólogo del siglo XVII que lo de los herejes reformados definiendo qué era el bien y qué el mal, era tan perverso como que las prostitutas marcaran la moral de la sociedad. Pero si este puente de gastos (que no sé de dónde pueden sacar ellos el dinero), viajes, sueños ante los escaparates y primeras comidas pantagruélicas, se inicia con los vítores a la Constitución, se cierra con el recogimiento alrededor de la Inmaculada Concepción, porque la suya -la de la propia María en el seno de Santa Ana- fue una concepción inmaculada.
Mas no es la primera vez que el patronato de España se dirime entre dos o más protagonistas. Efectivamente, ¡y qué le voy a hacer, vuelvo al Siglo de Oro!, El patronato de Santiago, de Santiago Matamoros para más señas, es tan antiguo como se quiera. Se apunta a que lo es desde el siglo IX, por invocación y tradición popular. Pero lo que resulta, en verdad fascinante es ver cómo la tranquilidad patronal de Santiago, el varón, vino a alterarla en el siglo XVII la presencia de una mujer: Santa Teresa. La polémica sobre el único patronato de España de Santiago, fue puesto en duda por algunos que propugnaron el único de Santa Teresa y por unos terceros que añoraron el co-patronato. La beatificación de Teresa de Ávila (23 de abril de 1614; proceso iniciado en 1591) llenó de gozo a España entera. Incluso Cervantes le dedicó unos versos a sus éxtasis. En 1618 fue proclamada copatrona de España. La bronca fue monumental (por cuestiones de espacio, no me puedo detener más en esto). En medio de todo ello la diplomacia española volvió a triunfar: Madrid, 19 de junio de 1622. La ciudad se engalanó para festejar por todo lo alto la canonización, no la beatificación, de cinco santos. Se trataba de san Isidro, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Felipe Neri y santa Teresa de Jesús. La beatificación de san Isidro había tenido lugar tres años antes.
De los cuatro hispanos, cada uno tenía sus características propias. Pero el triunfador resiliente de aquellos días, fue Lerma caído en desgracia cuatro años antes. Lerma había sido promotor del agrarismo y no muy favorable a los estatutos de limpieza (todo se encarnaba en san Isidro). San Ignacio y Felipe Neri, eran jesuitas; como san Francisco de Borja, el abuelo de Lerma. Santa Teresa, aunque quisieran decir otra cosa, era culta, escritora y… castellana. Y siguió todo: de Quevedo es Su espada por Santiago, solo y único patrón de las Españas, publicado en 1628. Ya no había ni Felipe III (muerto en 1621), ni Lerma (cesado en 1618), sino solo Felipe IV y el Conde-Duque de Olivares. Este, al parecer, era fervoroso teresista.
Ser santiaguista podía interpretarse como un acto antivalimiento. Un cierto sentimiento de que lo santiaguista era lo casposo y lo teresiano lo innovador, ocupó tertulias y salones cortesanos. El Papa al fin se pronunció en 1628 a favor del patronato de Santiago. Como tenía que ser, desde Santiago al sur, los cabildos catedralicios santiaguistas, celebraron por todo lo alto el breve papal. Las imprentas volvieron a gastar papel y tinta. El «patronato único y singular» de Santiago había triunfado gracias a la intervención del Papa.
(Continuará)
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