Historia

Cronistas y corografías durante «El Madrid barroco» (I)

Gil González era un buen conocedor de la historia local. Explica correctamente la organización de la vida Madrid y no hace ninguna alusión a la existencia de judíos

Uno de los libros de Gil González Dávila
Uno de los libros de Gil González DávilaReal Biblioteca

A la vez que se cumplía esta necesidad de «exportar» la grandeza de Madrid, por medio de un mapa impreso, aparece la primera crónica de Madrid, la de Gil González Dávila (1623) y, a los pocos años, la de Jerónimo de la Quintana (1629). Gil González era un buen conocedor historiador local, un gran corógrafo. A Madrid dedicó su Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid. Se imprimió en la imprenta real de Juan de Justi. La aprobación era de 26 de febrero de 1622 y la tasa de 17 de mayo de 1623. Estaba dedicada a Felipe IV, a los pocos meses de subir al trono. La dedicatoria no tiene ningún interés, salvo que los tipos de impresión tienen un enorme cuerpo de casi medio centímetro.

Parte del texto es la común a las corografías, esto es, la descripción y localización del lugar que interesa, pero pronto empiezan a descubrirse las verdaderas intenciones del autor: escribir una exaltación de la Corte y no de la Villa.

Gil González conoció algunas de las respuestas a los interrogatorios de la «Descripción de los pueblos» de la que he hablado en las semanas pasadas. En esos interrogatorios se inquiría sobre cuestiones cuantitativas. Estas aparecen también en el libro de Gil González. Al empezar a hablar de Madrid, de su asiento, toponimia, etc. asevera: «Consume cada año quatrocientos y diez mil carneros; once mil vacas; sesenta mil cabritos; diez y ocho mil cabezas de ganado de cerda; quinze mil terneras y cada mes ciento y veinte mil cántaros de vino, sin lo que entra para señores y príncipes (...). Entran cada semana tres mil trescientas y noventa y nueve hanegas de pan, sin lo que se amasa en Madrid y viene a casas particulares que es una suma sin número. En tres meses del año vienen de obligación al peso catorce mil conejos de los sotos cercanos, sin los que vienen sin esta cuenta y razón…».

De nuevo un guiño a la «Descripción de los pueblos» cuando se mete en materia arqueológica, o como ellos podían definir, es necesario hablar de «las memorias que se hallan en Madrid». Y entonces, a su vez, es obligado recordar al maestro por excelencia: «El Coronista Ambrosio de Morales, para probar la antigüedad de algunas ciudades y pueblos de España se vale de monumentos del tiempo de los romanos». Y Gil González entonces incluye media docena de inscripciones epigráficas, entre ellas una que dice I.O.M. CIOELI MELIS. S. L. T., de Barajas, o «En Vacia Madrid, en el año 1580, en un heredamiento de Luis de Faria, arando un rentero suyo, apareció la sepultura siguiente: «D.M.S. MEMORIAM. MAE.FECIT.MATER MECURI. AEAV. OL. XXII».

Las alusiones son importantes porque en el códice de la «Descripción de los pueblos» los informantes habían incluido el primero de los epigramas anteriores.

Explica sucinta y correctamente la organización municipal de Madrid y al hablar de «Quien predicó en Madrid la ley Evangélica», no hace ninguna alusión a la existencia de judíos. Incluye unas cuantas hagiografías con reproducción de documentos. Luego anotaciones sobre los príncipes e infantes nacidos en Madrid, en especial Felipe III así como las negociaciones de Estado para su matrimonio con doña Margarita. Incluye varias páginas de vasallos de Felipe III que hayan padecido martirio, las iglesias construidas en el Imperio durante su reinado, y la expansión durante su época y otros hechos de defensa de la fe, dedicando especial énfasis a «la mayor hazaña que acabó con felicidad y consejo», la expulsión de los moriscos. La obra sigue con más matrimonios regios, con la prisión de Rodrigo Calderón o con la Jornada a Portugal en 1619; grandes embajadas habidas durante su reinado y finalmente, con la muerte del monarca

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No se trata, pues de una historia local propiamente dicha, pero que si no fuera Corte tampoco tendría estos contenidos. Siguen los nacimientos de los hermanos menores de Felipe III o las muertes de los príncipes e infantes que yacen en Madrid y sus actos existenciales y políticos (si es que llegaron a tenerlos). El capítulo XI trata de los grandes acontecimientos sucedidos en Madrid (p. 149) que fueron, bien convocatorias de Cortes, bien la cesión del señorío al rey de Armenia, bien las coronaciones reales (de Enrique III, de Carlos V por ejemplo) o exaltaciones de personajes al poder (Cisneros). Se dedican unas páginas a la prisión de Francisco I y después, en el cap. XII se traza la vida de Felipe IV y los hechos del primer año de su reinado.

La historia política de los reinados sigue con las juras y proclamaciones en Madrid y las concesiones de privilegios a Madrid: que no sea enajenada de la Corona Real (Juan I); y a renglón seguido la entrada del Príncipe de Gales (!) El cap. XV se centra en la exaltación de los varones ilustres de Madrid, desde santos a reyes, y cuantos personajes podamos imaginar. Así concluye el primer libro.

Casas Reales y oficios

Por su parte, el II Libro trata, en primer lugar, de las parroquias que hay en Madrid y de los conventos, hospitales... en todos los cuales «se dicen en cada año un millón de misas». El Libro III se dedica a la Casa Real y sus oficios especificándose uno a uno sus funciones y dignatarios habidos y que al presente ejercen.

El IV Libro se dedica al origen de los Consejos y en ocasiones a extractos biográficos de sus presidentes. Trata de los Alcaldes y al hablar de la Cámara, incluye un resumen de las superficies y rentas de todos los arzobispados y obispados porque sus titulares son propuestos por esa institución. Acto seguido, al tratar del Consejo de Aragón, incluye una descripción de cada uno de los territorios de la Corona y sus autoridades civiles y eclesiásticas y así ocurre con cada Consejo territorial o cada Consejo temático. Verdaderamente la obra de Gil González Dávila no parece guardar un orden lógico. Es, como tantas historias, un texto que se desparrama. (Continuará).

*Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC