Historia

Cronistas y corografías durante «El Madrid barroco» (II)

Al poco de publicarse la obra de Gil González, apareció impresa la de Jerónimo de Quintana, escrita para discutir su visión de la Villa y Corte

Portada de «A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid. Historia de su antigüedad, nobleza y grandeza»
Portada de «A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid. Historia de su antigüedad, nobleza y grandeza»LRM

En la semana pasada dediqué la atención al «Teatro de las grandezas» de Gil González Dávila, obra inspirada, a lo menos parcialmente, en el espíritu que había alumbrado en tiempos de Felipe II los interrogatorios de la «Descripción de los pueblos…» y obra, igualmente, dedicada a narrar cuitas villanas pero muchas cortesanas.

Al poco de publicarse la obra de Gil González, apareció impresa la de Jerónimo de la Quintana.

Esta fue escrita, ¡qué duda cabe!, para discutir la de Gil González Dávila y ensalzar el sentido urbano y no el cortesano de la vida madrileña. Está más conseguida y mejor cerrada que la de González Dávila.

En la Imprenta del Reino, en Madrid en 1629, fue editada «A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid. Historia de su antigüedad, nobleza y grandeza». El autor de este texto en dos volúmenes era Jerónimo de la Quintana, clérigo presbítero y notario de la Inquisición que por aquel entonces regía el hospital de La Latina.

Podemos tratar algunos datos sucintos de su biografía: su padre, Francisco de Quintana, era escribano del rey y rector y mayordomo del Hospital de La Latina. Él, propiamente, a la altura de 1608 era ya rector de La Latina y clérigo desde antes de 1597.

En 1614 empiezan sus documentos mercantiles, dato que dejo dicho así como la gran cantidad de registros notariales que se conservan suyos y de sus familiares más próximos.

El caso es que cuando el 21 de diciembre de 1637 redacta su primer testamento, lo rubrica como –entre otras cosas- administrador de la hacienda de don Juan de Lyra, del Consejo y Contaduría Mayor de Cuentas de su Majestad y su pagador general de los ejércitos de Flandes. Además, fue curador de sus sobrinas; además, llevaba un libro «escrito de mi letra de débitos y depósitos de dineros que diferentes personas me han prestado o dado a guardar [que] se pague y vuelva a sus dueños y asimismo se cobre lo que pareciere por él haber prestado [yo]».

Creo que es evidente que este prestamista particular, buen conocedor de censos y rentas particulares, importador directo de bienes de América, administrador de rentas y vidas ajenas, capellán de diferentes testamentarías, no era hombre al margen del dinero y de la manera de hacerlo crecer.

Sirvan estas pinceladas biográficas para ir estando de acuerdo con él, que al redactar su testamento afirma en la profesión de fe que «si bien he deseado morir pobre y sin tener de qué testar, mas pues Dios ha dispuesto otra cosa ayudado de su divina gracia, le hago [el testamento] y ordeno en la forma siguiente...».

En el testamento, cuyo análisis pormenorizado dejo para otra ocasión, resaltan varias cuestiones: en primer lugar, la cantidad de herederos que designa; en segundo lugar, la cantidad de frailes y monjas familiares a los que recompensa por sus desvelos y, finalmente, el destino de sus libros: «Mando al doctor Francisco de Quintana, mi primo, doscientos ducados para ayuda al remedio de sus hermanas y una docena de cuerpos de libros de Teología escolástica o positiva, los que él escogiere y no me alargo a más en consideración de lo bien que queda puesto...

Igualmente, «mando a don Jusepe de Santander Falconi, mi sobrino, otra docena de libros de historia, los que él escogiere...».

Finalmente, «mando que los libros de devoción se repartan entre el convento de la Concepción Francisca y el del Sacramento y el repartimiento le haga mi hermana Jusepa de la Encarnación a quien se han de entregar y todos los de devoción y todos los demás que quedaren de diferentes materias se vendan como se pudiere».

No voy a entrar en el recuento de misas, miles por cierto, o en los reales que lega, miles también, sino en su sentido madrileñista, frente al cortesano de Gil González Dávila. En efecto, Quintana se declara «de los primeros fundadores de la Congregación del Bienaventurado Apóstol san Pedro de sacerdotes naturales de esta Villa de Madrid». Es decir, en Madrid había un grupo social excluyente de sacerdotes contra los de fuera. El sentido de su historia de Madrid es cada vez más claro.

A Jerónimo de la Quintana, dejar listo su libro para imprenta le costó exactamente dos años, a tenor de que las aprobaciones por comisión del ordinario llevan fecha de 6 y 16 de julio de 1627 y la Suma del Privilegio para impresión lleva fecha de 8 de marzo de 1628. Hasta más de un año después, el 27 de junio de 1629, no se dio por concluida la corrección de erratas por Murcia de la Llana. El precio se le puso una semana después.

La obra está compuesta por tres libros. En el primero se describe el asiento de Madrid con especial incidencia en su antigüedad; en el segundo se hace un excurso por la vida de San Isidro y siguen unas ciento y cincuenta páginas dedicadas a exaltar los más ilustres apellidos que han nacido en Madrid: se trata, pues, de la exaltación hidalga de Madrid, de la exaltación de su nobleza. En tercer lugar, se traza la historia de Madrid, empezando de una manera elocuente, «lealtad que los moradores de Madrid tuvieron a sus Reyes» o a continuación «Toma las armas Madrid en servicio de sus Reyes». Además de mostrar estas lealtades, dedica una parte importante a señalar cómo Madrid ha sido sede de asuntos de Estado; cómo Madrid ha sido prisión de importantes personalidades y cómo en Madrid se ha recibido a reyes o es patria de ellos; cómo Madrid es última morada de muchos monarcas; cuál es el gobierno de Madrid; en qué consiste la religiosidad madrileña y en fin, la sucinta descripción de conventos, hospitales y ermitas. Todo ello vendría a configurar la grandeza de Madrid.

(Continuará)