La historia final

Expósitos en el Siglo de Oro (y III)

Recuerdo que cuando en clase hablaba de la estacionalidad de las concepciones, os explicaba cómo se calculaban. No es muy difícil. Basta con restar nueve meses a las partidas de bautismo

El almuerzo. Cuadro de Diego Velázquez.
El almuerzo. Cuadro de Diego Velázquez.Museo del Hermitage

En las semanas pasadas he tratado sobre la Inclusa en Madrid sirviéndome de varias fuentes, pero sobre todo de un trabajo de curso que me presentaron varios alumnos allá por 1995.

Recuerdo que cuando en clase hablaba de la estacionalidad de las concepciones, os explicaba cómo se calculaban. No es muy difícil. Basta con restar nueve meses a las partidas de bautismo. Aplicasteis tan simple enseñanza a la estacionalidad de los abandonos: los más, en marzo y octubre; los menos, en diciembre y verano. Con fino olfato interpretasteis bien los datos: se abandonaban más niños en marzo porque es cuando menos trigo había en los pósitos, agotados justo antes de las cosechas. En octubre, porque es precisamente cuando los virus respiratorios causaban más estragos en aquella inerme población y muertos los adultos, los niños iban a la Incluso y también porque si las cosechas había ido mal, no había con qué alimentar a la descendencia y se desprenderían del último, el más vulnerable. En diciembre se abandonaban menos, porque nacían menos, porque en Cuaresma se arrimaban menos; en verano se abandonaban menos porque si las cosechas habían ido bien, había con qué comer, o porque la familia se hubiera mudado tras los jornales de la siega a cualquier lugar de la Meseta.

Con valentía y desparpajo, propios de la mentalidad científica, os atrevisteis a contradecir a un hispanista francés, Claude Larquié, que en un singular trabajo había escrito que se abandonaban más niñas que niños. Frente a su forma apresurada de trabajar (método el suyo “poco preciso” ¡os atrevisteis a decir a un hispanista!), vuestra labor concienzuda del día a día os permitía aseverar que “los niños (abandonados) superan a las niñas”, o sea, lo contrario.

Y el baile patético de cifras, el baile de las muertes dentro de la Inclusa, iba en paralelo también, a las mismas causas que el del incremento de abandonos.

Curiosamente registrasteis 633 casos en que el padre o la madre llamaron a las puertas del Hospital para recoger a sus hijos y en 464 casos anotasteis criaturas proahijadas, adoptadas, o criadas por terceras personas y alguna vez, despachadas.

Pero en general apuntasteis que “durante los cinco primeros meses del año el número de fallecimientos se mantiene en torno a 1.200 y 1.500”. Pero es que durante el verano y el otoño, debido a las infecciones estomacales, subía el número de muertos en los últimos meses del año, hasta mantenerse en los 1.600. Calamitosos datos, sin duda.

Calamitosos que se refuerzan, desde luego con otros: "el 83% de las criaturas dependían de la Inclusa menos de cuatro meses”. De ellas, el 47% estaban un mes, o menos. Eso era lo que sobrevivían.

En fin: todo un mundo de desgracias y desafortunado que la sociedad contemporánea ha logrado superar porque según datos del Ministerio de Sanidad a 28 de septiembre de 2023, en 2022 se practicaron en España 98.316 interrupciones voluntarias del embarazo. Por su parte, debido a mi inutilidad digital, me ha costado encontrar los datos de adopciones en el “Observatorio de la infancia” del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030. Al fin los he localizado en el último “Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia y la adolescencia”, ¡que es de 2021! Consta en la pág. 44 que en España se adoptó a 675 criaturas.

Y como coda final, algunos datos sueltos procedentes de las Actas del Ayuntamiento de Madrid de tiempos de Felipe II: El 1 de agosto de 1576 se estaba preparando una corrida de toros en Madrid. El Ayuntamiento, que era el responsable, determinó que los “despojos” de un toro se regalaran al Hospital de los Expósitos. Lo mismo en mayo de 1592, en agosto de 1594, y el 1 de agosto de 1597.

El 6 de mayo de 1577 el Ayuntamiento decretó que “se empiedren los hoyos que hubiere en la calle y carrera de San Jerónimo, donde tienen las casas los niños expósitos”. El 25 de noviembre se recibieron las ofertas para empedrar la calle, que la definían como “calle ancha abajo hasta el arroyo que baja la calle del prado de San Jerónimo”.

El 19 de noviembre de 1591 se acordó que se dieran 50 fanegas de trigo de la Villa de limosna al colegio de los Niños Expósitos de la puerta de la iglesia “atento la mucha necesidad que padecen”. Tal era la calamidad de aquellos años, hambruna previa a la peste de 1596, que el 27 de noviembre de 1592 se les dio una limosna extraordinaria de 200 reales. Y así, el 9 de agosto de 1593 “en este ayuntamiento, habiéndose representado en él las necesidades grandes que hay en los hospitales de la Pasión y en el de los Niños Huérfanos de la puerta de la iglesia, por los muchos enfermos que en ellos hay y muchos niños y pocas limosnas y rentas que tienen para sustentarlo, por lo cual padecen mucha necesidad, suplicando se les socorriese con algunas limosnas, y visto por la Villa (…) acordaron se les dé a cada uno 100 ducados de limosna”. El 25 de septiembre de 1595, se entregaron otras 24 fanegas de trigo.

Acaso para otro día dejo lo inherente a otra institución del cuidado de los niños, el Colegio de la Doctrina cristiana.