Historia

El litigio de Mateo de Párraga por los bienes de su madre (y III)

Acaso el padre hubo de entregar lo correspondiente de la legítima al hijo, que sería lo más lógico

Plaza Mayor de Madrid
Plaza Mayor de MadridAlLa Razón

En días anteriores inicié el relato de lo promovido por Mateo de Párraga un joven mayor de veinte años y menor de veinticinco que reclamaba ante la Justicia que se le entregaran los bienes que le eran propios tras quedar huérfano y que se los había quedado su padre, incluso mercadeando con ellos. La historia de la querella empezó en 1591. Se habían presentado el testamento y ahora se presentaba el inventario de los bienes hecho al contraer segundas nupcias.

Y arranca el tedioso inventario, de 27 folios con una tras otra entrada como esta primera, «treinta pares de greguescos de todas hechuras en cincuenta ducados» (una cantidad importante), y al margen, en números romanos, porque la contabilidad se hacía en números romanos hasta finales del siglo XVI en que se empezaron a usar los arábigos, digo que al margen xixUcxxv, o sea 19.125 maravedíes.

No creo, lector que te interesen de momento, ni en exceso, la relación que se hace de las calzas, medias calzas de todo tipo de tejidos y colores, incluso de procedencias peninsulares y continentales.

Lo que sí parece más interesante es que el bueno del viudo, a golpe de vender calazas había hecho cierto patrimonio: un plato de plata, dos Cristos de oro «el uno mayor que el otro», unas arrasadas de oro con unas perlas esmaltadas de verde, dos arillos grandes de oro, una sortija de oro con una perla blanca, dos cuchares de plata con pie de ciervo, otras cuatro sortijas de oro, unos granates de oro con unas sartillas de aljófar, un Agnus Dei de plata y una haba guarnecida de plata, amén de seis fanegas de trigo.

Endeudados contra él había noventa y siete personas, o instituciones, desde el cabildo de algún monasterio a decenas y decenas de gentes del común, artesanos y criados. Alguna mujer. La mayor parte de Madrid, pero también de Alcorcón, Colmenar Viejo o Caravaca. Todo un mundo económico de intercambios constantes aunque en este caso a pequeña escala.

Y entre las «ropas y vestidos», un número interesante de rosarios de coral, de crucifijos de coral y de otras joyas similares; arcas y arcones, algunos de Flandes, y otros bienes en una notable confusión y mezcla de las camisas del viudo, los objetos de decoración y los muebles de la tienda: «Un mostrador de nogal con un cajón con llave» (tasado en 1.700 maravedíes).

Y a renglón seguido los «objetos» del litigio: «Una bodega a la Cava que compré de Pedro Álvarez, mercader, con ciertas cubas y tinajas y lagares […] que costó setecientos y setenta y cinco ducados como se contiene en la carta de venta que pasó ante Cristóbal de Riaño», así como «una casa en que vivo a la Plaza Mayor que me costó cuatrocientas y ochenta y seis mil doscientos y cincuenta maravedíes», junto a «una casilla a San Jerónimo que me costó ciento y cincuenta ducados…», y una mula, ¡y dos camisas de lienzo, y una sábana de lienzo casero y un paño de mano, y unas servilletas y cuatro pañizuelos de Ruán…!

El breve, pero interesante inventario de deudas destaca porque nuestro protagonista compraba sobre todo a mercaderes de Toledo, Medina del Campo, Medina de Rioseco. Ni que decir tiene que esas economía artesanales periféricas que abastecían a la dependiente Madrid, se hundieron después de 1606 cuando la Corte volvió de Valladolid a Madrid y aquellos manufactureros se mudaron ahora ya sí, tras el séquito de Felipe III.

Hasta aquí la documentación notarial. Obviamente nos preguntamos que qué pasó al final con la demanda. Mi respuesta es frustraste: no se sabe. No he localizado la documentación judicial que acompañaría a esta notarial.

Acaso el padre hubo de entregar lo correspondiente de la legítima al hijo, que sería lo más lógico. De esta manera se rompieron ya definitivamente los lazos entre padre, segunda madre, hijo y los calceteros que apoyaran a uno o a otro. Pero de lo que no me cabe duda es que Mateo de Párraga el joven con una firma de trazos precisos, aun a pesar del egoísmo de su padre no quedó desamparado por la Justicia de Castilla aunque esta tardara en resolver. Los bienes de la madre eran de ella y de su descendiente, para que él los disfrutara, no del esposo-viudo para que los disfrutara su siguiente esposa y los hijos de esta.

(Todo lo anterior está entre los protocolos del escribano de Madrid, Pedro Duarte, protocolo 1757, folios 1321 a 1346).

Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC