Historias

El litigio de Mateo de Párraga por los bienes de la madre (I)

La historia se centra en el año 1592, en que se enfrentó a su padre, quien no hizo partición de bienes y se volvió a casar

Plaza Mayor de Madrid.
Plaza Mayor de MadridMuseo Municipal de Madrid

La serie de artículos que estoy publicando sobre el Derecho y las mujeres -las más sencillas, las más menudas- que hoy llamaríamos empresarias o emprendedoras, y que en muchos casos no pasaban de ser copropietarias de tiendas, quiero ampliarla con el caso de Mateo, que solicitó la legítima de su madre, difunta.

Vayamos a ello aunque he de manifestar mi frustración por no haber encontrado la sentencia final de este cuento, que tan verdadero como la vida misma y no tiene nada de novela.

Esta historia se centra en el día 17 de marzo de 1592, en Madrid, naturalmente. Ese día se presentó Mateo de Párraga ante el teniente de Corregidor de la Villa y el escribano de número Pedro Duarte. El Teniente de Corregidor era el asesor en materia jurídica del Corregidor (presidente del Ayuntamiento con administración de Justicia en primera instancia) en el caso de que este fuera de espada y no de capa, o sea, que no tuviera estudios de Derecho. El teniente de corregidor es llamado en el documento “el doctor Doncel de Caravajal”. Mateo de Párraga traía una petición, que venía a decir así:

Era este Párraga hijo de Francisco de la Cruz y de María de la Cuesta. Francisco de la Cruz era mercader. María de la Cuesta, su primera mujer. Advierte, lector, el follón de apellidos y las dificultades que tenían en identificar a las personas hasta que se puso orden con el orden (nunca mejor dicho) de los apellidos y luego con los numeritos del carné de identidad. Ahora, afortunadamente, ya podemos cambiar el orden de los apellidos (y otras cosillas) y volveremos a la libertad de no saber la sociedad quién es quién dentro del grupo social.

Acudía Mateo ante las autoridades municipales y el escribano para nombrar un curador de sus bienes (de sus bienes de la legítima materna) toda vez que era el universal heredero de la madre y tenía más de veinte años y menos de veinticinco, por lo que según las leyes de Castilla aún no podía actuar por sí solo; no era mayor de edad. El curador sería un tal Gaspar Hidalgo, mercader también y vecino de Madrid.

La petición iba firmada y rubricada por Mateo de Párraga. La belleza del trazo de la firma me ha predispuesto. Puede ser que tenga buena formación. A ver quién es este Mateo.

Gaspar Hidalgo, que sabía firmar, aceptó ser curador del joven.

Resulta que después de morir María de la Cuesta, argüía Gaspar Hidalgo el curador, que el viudo volvió a contraer matrimonio, esta vez con Catalina López. Francisco de la Cruz, el viudo, hizo inventario de todos los bienes de su difunta esposa, pero “nunca hizo partición de los bienes que quedaron por fin y muerte de la dicha María de la Cuesta, con el dicho Mateo de Párraga su hijo”.

Tan es así que el padre actuó siempre como “legítimo administrador” hasta tal punto que “las bodegas que estaban en la Cava de San Miguel arrimadas a la muralla y cerca de esta Villa el dicho Francisco de la Cruz las vendió a Luis de Ramos por cierta cantidad de maravedíes y los demás bienes se ha aprovechado de ellos y se entiende han venido en disminución”. Es decir, que los bienes de la madre no podían ser manejados al antojo del padre, porque eran del hijo. Castilla, siglo XVI.

Así que se pedía a la Justicia “que para que se liquide y averigüe qué bienes pertenecen a la dicha María de la Cuesta, madre del dicho mi menor y a él como su heredero…”, había que hacer partición y división. Aún estremece la frase de que quiere saber qué bienes pertenecen a la mujer muerta. El uso del presente de indicativo en este caso no es un accidente gramatical; es una intención jurídica.

Por ello, ya que iba a ir a juicio contra el padre solicitaba que se designaran, o “se junte a cuentas y partición”, nombrado contador. Hidalgo designaba a un tal Gonzalo de Madrid, que era procurador del número de Madrid.

Asimismo exigía que el padre declarara si había habido otros bienes, además de los que se inventariaron y que se declarara la dicha bodega de la Cava de San Miguel “en qué cantidad de maravedíes las vendió” y ante qué escribano se registró la venta para obtener una copia de la escritura y darle al muchacho la mitad del producto de la venta, como le correspondía.

Además, el padre había comprado una casa en la Plaza Mayor a los herederos de Gonzalo de Lago en dos actuaciones, pero no se sabía por cuanto dinero. Había que nombrar un alarife de Madrid que tasara todas esas casas, las viejas y las nuevas. Hidalgo nombraba a Diego Sillero como su alarife.

(Continuará)