Historia

Mujeres y labradoras. Alcalá de Henares en el año 1570 (III)

En aquellos registros se asentaron 24,5 km, algo menos de un tercio de la superficie actual de su término municipal

Mujeres y labradoras. Alcalá de Henares en el año 1570 (III)
Mujeres y labradoras. Alcalá de Henares en el año 1570 (III)Ilustración de documento histórico

Contaba las semanas pasadas cómo uno de los apartados de mi Tesis Doctoral estuvo dedicado a un arbitrio fiscal, el de la perpetuación de las tierras baldías, o en otras palabras a la privatización de tierras concejiles-realengas en aquellos labradores que, en el momento de llegar el juez de comisión enviado por el rey al efecto, estuvieran labrando la parcela en cuestión. El fenómeno se desarrolló sobre todo en tiempos de Felipe II y afectó a decenas de miles de campesinos de todo tipo y condición.

Ante Francisco Delgadillo se registraron 7.245 fanegas y media y algún celemín más. La fanega de superficie, que es la fanega en la que se siembra una fanega de capacidad, es ¡muy variable! en función de la calidad de la tierra. Al reducirse todo a medidas homogéneas con el SMD, la fanega es la fanega donde quiera que se esté, mientras que ellos sabían que em una fanega podían sembrar una fanega y recoger una fanega. A lo mejor a unos kilómetros de distancia, el suelo era más fértil y con su misma fanega de sembradura recogían más grano y por ende la fanega sería mayor y así sucesivamente. Sin entrar en más disquisiciones, en la actual provincia de Madrid una fanega equivale a algo menos de 3.500 metros cuadrados. De ella se extraerían aproximadamente unos 55,5 litros de capacidad.

En la actualidad Alcalá tiene 88 kilómetros cuadrados. En aquellos registros se asentaron unos 24,5 kilómetros cuadrados, es decir, algo menos de un tercio de la superficie actual de su término municipal, siempre y cuando todas estas conversiones y demás respondan a la verdad.

Las mujeres registraron 564 fanegas, con una desviación enorme: una viuda, una fanega; otra mujer, 112 fanegas. En términos proporcionales, el 10 por ciento de quienes registraron que eran mujeres, declararon la explotación del 7,8 por ciento de las tierras.

¿Explotarían esas mujeres campesinas con sus propias manos las tierras que estaban declarando? Obviamente no.

En algún archivo estarán los contratos de arrendamiento de esas parcelas. Mujeres agrarias empresarias del siglo XVI. Dicho sea de paso que en Villalvilla, una localidad cercana a Alcalá, el 29 de marzo de 1569, las viudas Mari Fernández y Juana Díaz, así como los tutores de más de media docena de menores otorgaron un poder a un solicitador de Madrid por cuanto Francisco Delgadillo “juez de comisión de Su Majestad acerca de la perpetuación de las tierras realengas concejiles” había pregonado que nadie fuese osado de entrar en el pavo de tierras del Campillo, en Los Hueros, «siendo nuestras como son propias y teniendo posesión de ellas muy antigua» -que citan a los abuelos y a los bisabuelos-.

Los afectados pedían ante el rey y ante los muy poderosos señores de la Contaduría Mayor de Hacienda, o ante quien fuera menester, que se levantara la susodicha prohibición. Naturalmente, si esa era su derecho se cumpliría…, pero tendrían que comprar las parcelas. En cualquier caso, aquel grupo de viudas y tutores pedían al rey y a sus órganos de Justicia, que se respetaran los derechos adquiridos desde tiempos de los bisabuelos. Así era Castilla en el año 1570. No en todos los casos los más necesitados quedaban en la cuneta.

Poco es lo que se ha escrito sobre esta ¿revolución? en el mapa de la propiedad de la tierra en el siglo XVI. Propiedad que seguiría explotando el suelo con, exactamente, los mismos cultivos de siempre, no convirtiéndolo en pastos para ovejas que devoraran a los hombres como en la Inglaterra denunciada por el autor Tomás Moro en Utopía. Sin duda que con ello se logró agradar a hordas de campesinos. Una razón más para explicarse por qué motivo Castilla vivió en paz. Por cierto, a estas oleadas de perpetuaciones de tierras baldías, o realengas-concejiles, siguió en tiempos de Lerma, para paliar la grave crisis de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, una suerte de medidas agraristas que culminaron, claro está con la canonización de San Isidro Labrador, para la cual el propagandístico Lope de Vega jugó un papel esencial.