La historia final

Nuccio Ordine y López de Hoyos (y II)

En aquellos tiempos, ya que la Muerte era la Emperatriz de la vida, vivían para morir en paz. Leían para morir en paz

Versos de Cervantes en la muerte de Doña Isabel de Valois
Versos de Cervantes en la muerte de Doña Isabel de ValoisBNE

A raíz de la concesión del Princesa de Asturias al maestro Ordine, recordé la semana pasada cómo en 1583 un escribano insolente levantó un pésimo inventario de los bienes post mortem de Juan López de Hoyos, con lo cual nos impide conocer exactamente cuáles serían los libros que el maestro prestó (físicamente, o por transmisión) a su discípulo, que fue ni más ni menos que Cervantes. Según ese escribano y su desdén, ni la biblioteca de López de Hoyos, ni los libros escritos por él mismo eran de provecho. ¡Aplaudamos al inútil del escribano el daño hecho a la historia de la cultura!

No lo puedo decir más claro: López de Hoyos, que algo enseñó a Cervantes, poseía en 1583 seis libros de Erasmo. ¿Cuáles? Salvo el «Enquiridión», lo demás agradezcámoselo al escribano, a su desdén, a su ignorancia, o a su sordera. No lo podemos saber. Pero hacia 1583 Erasmo seguía vivo en la España postridentina.

Y el bárbaro del escribano siguió apuntando, «Un libro que se intitula el primer tomo de Cicerón», lo cual lo supera con una gavilla de entadas: «Otro libro que se intitula titulillo», «Otro libro que se intitula asimismo titulillo», «Otro libro que se intitula titulillo» y «Otro libro asimismo titulillo»,. ¡Cuatro entradas consecutivas de un libro que se titulaba «Titulillo»!. ¿Qué libro correría por los anaqueles del segundo humanismo europeo de 1583 que se titulara «Titulillo», que no fuera un bestial error del escribano (una bestia de la Literatura, un sabio de la Enciclopedia), que no fuera un bestial error porque no era «Titulillo», sino «Tito Livio»?

Pero no desesperemos: aún hay más: «Otro libro que se intitula Séneca» y más adelante, otro registro, que según este monstruo de la curiosidad que fue el escribano que hizo el inventario: «Otro intitulado libro quinto».

Gracias, pues, a la apasionada ignorancia, a la sublime estulticia de quien hizo el inventario de los libros de López de Hoyos, no podremos saber qué libros tuvo al morir aquel que fue, parcialmente, el maestro de Cervantes. ¡Qué inútiles sus saberes! Pobre Juan López de Hoyos.

Claro que no sólo fueron inútiles sus saberes, sino también sus escritos. La escena es como sigue: mientras se está realizando el inventario de los bienes del maestro difunto, pasamos en silencio con los que están presentes a una sala aneja en la que hay unas pilas de papeles. Pero es mejor que afinemos el oído y escuchemos lo que va escribiendo nuestro absurdo protagonista: «Ytem, unos libros por encuadernar que se intitulan del tránsito del príncipe don Carlos e de la reina doña Isabel nuestros señores, que serán veinte o treinta legajos poco más o menos que no se ponen más por extenso porque dicen que no son provecho». ¡Eran los restos de edición de los libros del propio López de Hoyos, en uno de los cuales, por cierto, estaban los primeros versos impresos de Cervantes!

Sangrante afirmación, que «no se ponen más por extenso porque dicen que no son provecho». ¿Quiénes dijeron que esos libros no eran de provecho? Un clérigo, un calcetero, y la madre que era analfabeta, además de los escribanos –que no le iban a la zaga- son los que dijeron que eran libros de poco provecho…

En aquellos tiempos, ya que la Muerte era la Emperatriz de la vida, vivían para morir en paz. Leían para morir en paz. Estaban acostumbrados a la resignación, porque eran conscientes de su ser vulnerabilísimo. Tenían una parte de la vida dedicada a prepararse para el día que pareciera esa mujer tan horripilante y fea con su guadaña, porque a fin de cuentas, esa es la más grande de las verdades: que todos nos hemos de morir. Y ahí no hay competitividad que valga.

Por ello, aunque no produzca beneficio económico, ¿merece la pena defender la dignidad del hombre, o la libertad («La libertad, Sancho…», Quijote, II-lviii).

Sin poder saber qué enseñó López de Hoyos a Cervantes, pero en la certeza de que los saberes (¡inútiles!) de López de Hoyos le fueron de provecho a Cervantes, y viendo cómo a lo largo del tiempo Cervantes ha sido tan reconfortante para tantos en tantas situaciones, durante tantos siglos y tantas veces abiertas las ediciones de Cervantes en todos los idiomas, ¿de verdad podemos pensar que los libros de López de Hoyos, e incluso los saberes que transmitiera, o su ejemplo moral, fueron inútiles?

Ubi sunt qui ante nos/ in mundo fuere?; Vivat Academia/ vivant profesores!