Historia

Un par de «empresarias» de pescado salado en 1615 (I)

Estas tenderas simbolizan las consecuencias del traslado de la Corte de Madrid a Valladolid

Estatua ecuestre de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid
Estatua ecuestre de Felipe III en la Plaza Mayor de MadridLRM

No cabe duda de que el año más importante de la historia de Madrid es el de 1561. Ese fue el año en el que Felipe II decidió mudar la Corte entera desde Toledo. El traslado tuvo lugar a lo largo de la primavera. La decisión y sus consecuencias ya las he tratado antes de ahora y concretamente también en esta sección.

Pero si ese traslado de 1561 fue importante, no menos lo fue el que tuvo lugar en 1601, cuando Lerma convenció a Felipe III de la necesidad de mudar la Corte a Valladolid. La aventura terminó en 1606 cuando volvieron de allá a acá, una vez aprovechadas las caídas de precios urbanísticos, logradas varias prebendas de prestigio para Lerma en el Ayuntamiento de Madrid y otros logros incluso en las Cortes de Castilla. Luchó Madrid por la vuelta de la Corte y la logró. El que hubiera que poner impuestos nuevos en los años siguientes para pagar semejante operación en pro de Castilla la Vieja (¿de Castilla la Vieja?) es acaso harina de otro costal. De todo ello ya me ocupé también en «El cartapacio del cortesano errante», con documentación hasta entonces inédita de actas municipales, actas de Cortes y la edición de todas las coplas y panfletos que pulularon por Madrid y Valladolid tratando socarronamente, o no tanto, tal decisión de mudanzas de Corte.

Por otro lado, suele decirse que «antiguamente», con chocarse las manos, era bastante para rubricar un contrato. No voy a poner en duda tal aseveración, pues es evidente que era así. Tanto como que, en el caso de alguna discrepancia en alguno de los puntos del acuerdo, no había manera de dirimir cuál de las partes llevaba la razón. Las partes no habían de ser necesariamente aquellos que se chocaran las manos, sino los descendientes, por ejemplo. Imaginemos sin escrituras a un emigrado a Indias al que le «levantaran» un pinar en Castilla. Que cada cual termine la historia según su imaginación, o su experiencia.

Mas si lo del chocarse las manos es cierto, no lo es menos que por todas las cabezas de demarcación había escribanos del rey, esto es notarios en la actualidad. Y si los había sería porque se escrituraran contratos, por ejemplo. O sea, que no todos se conformaban con chocarse las manos y algunos se sentían más seguros con una escritura que con una verdad rubricada gestualmente y mantenida por tradición oral. La cantidad de escribanos rurales y –por ende– de escrituras públicas signadas en los pueblos, y que hoy en día se custodian en los archivos provinciales, es inmensa. Sin catalogar, quiero decir. Hay fastuosos edificios pero no archiveros. En los sótanos de esos archivos duermen las vidas de los campesinos, de las corporaciones rurales, de la vida del campo, duermen –digo– un sueño plácido que se me antoja ya infinito porque ha cambiado el decurso del tiempo y los intereses sociales. Más vale ser «influencer» o algo así, que no formarse como historiador, porque, ¿para qué? Con esperanza he de reconocer que el otro día de este cálido verano recibí un chiste: en tono admonitorio se decía a unos niños que «recordad que quien os enseñó a leer y a escribir fue un maestro, no un futbolista». Gran verdad, emocionante incluso. Lo que hace falta es que hogaño los maestros sepan leer y escribir y que no se hayan perdido en capacidades, destrezas y habilidades pedagógicas.

El caso es que, y tras esta breve introducción, traigo a colación en esta serie de artículos dedicados a mujeres empresarias, o tenderas de los siglos XVI y XVII, el caso de unas cuantas que simbolizan y encarnan perfectamente las consecuencias del traslado de 1601-1606, así como el proceso de transformación del mundo económico menudo que pasó de ser del «chocante de manos» al «formalmente registrado». Insisto en lo de mundo económico menudo porque «letras de cambio», precisamente «letras» ya existían desde siglos atrás y en el XVI estaban tan extendidas y perfeccionadas que causa admiración y nos permiten comprender este elemento substancial de la primera globalización.

La Corte está en Valladolid. Allá se la han llevado Lerma, el rey y los validos del valido. Tras la Corte, como ocurrió con el traslado de Toledo a Madrid en 1561, han ido miles de personas de toda Castilla y de toda España, en un permanente goteo. Pero en esta ocasión (1601) esos miles salieron todos a la vez y desde la misma villa.

Entre esos miles de emigrantes, estuvo Cervantes, sus carros y sus Cervantas. También Gaspar de Ezpeleta, al que por un asunto de faldas le dieron una estocada en la puerta de la casa de Miguel. Con el «mondongo colgando» (como se recoge en las declaraciones judiciales) lo metió en su casa el escritor y allí murió. El lío acabó con Cervantes en la cárcel.

También se fueron a Valladolid otros personajes, de los que nunca nadie había escrito nada, hasta hoy. Ni nadie había leído nada, tampoco, hasta que tú lo has hecho hoy considerado lector, amable lectora. Uno, es el escribano público Antonio de la Calle, con despacho habitualmente abierto en Madrid, pero ahora, en Valladolid; los otros son cuatro individuos de los que te contaré una singular historia la próxima semana.

(Continuará)