Historia

Un par de «empresarias» de pescado salado en el año 1605 ( y II)

Se creó una sociedad de abastos en la que una de las mujeres, analfabeta, figuraba como encargada del libro de caja

Valladolid a finales del siglo XVI.
Valladolid a finales del siglo XVI.Georg Braun; Frans Hogenberg

Es el 9 de febrero de 1605. Por cierto, coincidiendo con la puesta a la venta de la primera edición del Quijote. Vámonos con todos el escribano público Antonio de la Calle y cuatro personajes ignotos a Valladolid. Ese gélido día, porque en Valladolid los meses de febrero son todos por definición gélidos, aunque no lo sean; ese día de febrero comparecen ante el escribano público, por una parte, Toribio Marcos y María Marcos su hija (¡una hija metida en cosas de negocios!; me froto los ojos, no he leído bien el documento) que es viuda de Francisco de Bañares (hoy en La Rioja); por la otra, Bartolomé Gutiérrez y María Gómez y dijeron «que es ansí, que por el mes de septiembre del año pasado» hicieron un pacto, «trataron y concertaron de armar y poner compañía unánimes y conformes» (si así se expresa el escribano, no es de extrañar que Cervantes escribiera El Quijote) en ciertas mercadurías «como son pescados secos, salados y escabeches y sardinas y congrio». La compañía se constituiría a pérdida y ganancia, «lo que Nuestro Señor fuese servido dar en ello» (la expresión en la constitución de una compañía creo que hoy está en desuso).

Así lo acordaron, pero «aunque entonces no se hizo escritura ahora la quieren hacer y hacen»; es decir, en septiembre, en Valladolid se chocaron las manos, pero ahora, acaso por el ruido de algún rumor de nuevo traslado de Crote, decidían dejar por escrito el acuerdo. Lo primero, que la compañía se fundó el 20 de septiembre de 1604 y se finiquitaría al año justo. Que las cuentas sobre los «pescados cecial, truchuela, salmón, sardina y todos los demás pescados salados» incluido el «escabeche de Laredo» (me interesa más la clasificación de la naturaleza y de la ictionimia que otra cosa) las cuentas se rendirían en la «Pascua del Espíritu Santo», o sea en Pentecostés. Y que la cuentas definitivas para repartir pérdidas o ganancias se harían el día de San Miguel.

Con respecto a la distribución del trabajo: María Gómez sería «la caja» de los pescados salados y se recalca, «sola». Lo que hubiere entrado por las compras se asentaría en un libro «que para el dicho efecto tiene en su poder» Bartolomé Gutiérrez quien a su vez sería el encargado de «cartas y cuentas» que le vinieren «de los puertos y mercados porque se ha de estar y pasar por todas las partes». Igualmente que María sería caja y registro de los pescados salados, Bartolomé Gutiérrez lo sería de los escabeches. Él tenía escritura firmada con un tal San Juan de Carasa, vecino de Castro Urdiales con quien repartirían también ganancias. Si hubiere mozo, o mozos o criadas tomados para el buen despacho de la compañía, se les pagaría del «globo y montón» de los fondos de la susodicha empresa. Lo mismo se haría con todos los gastos que generara la compra de productos por parte de Bartolomé Gutiérrez.

Los Marcos ponían botica y portal para el funcionamiento de la compañía: a cambio recibirían 400 reales de plata por un año (13.600 maravedíes). Como Bartolomé Gutiérrez también ponía botica, se le abonarían 30 ducados de oro al año (11.250 maravedíes). Tras las admoniciones de derecho pertinentes, el escribano dio fe pública de la constitución de la compañía. Comoquiera que las mujeres eran analfabetas, firmó por ellas un testigo.

El caso es que en la escritura constaba explícitamente que si había litigio, lo resolverían los Alcaldes de Casa y Corte, quienes estaban donde estuvieran el rey y la Corte. Ahora ejercían jurisdicción en Valladolid, pero si la Corte y el rey se iban a otro lado, la ejercerían en otro sitio. Además, explícitamente se reconocía al Corregidor de Valladolid jurisdicción también sobre esta escritura. Mientras la Corte estuviera en Valladolid, no había problema; pero si la Corte se mudara, los Alcaldes estarían en un sitio y el Corregidor en otro. El galimatías, monumental.

Finalmente, la Corte se mudó y con ella los papeles de Antonio de la Calle, el escribano público que volvió a Madrid. Por ello están en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (Prot. 1329, fols. 12v y ss). No sé qué paso durante los meses siguientes, desde septiembre de 1605 a la primavera de 1606, con estos cuatro personajes. De un modo u otro, a buen seguro que siguieron con sus negocios. Tal vez fueran también de los miles que en 1606 volvieron a Madrid y tras los pasos de la Corte, seguirían alimentando a tal muchedumbre de gente que desde luego comía más pescado que el que pudieran dar las aguas del Jarama, o las lágrimas del Manzanares.

La red de contactos y escrituras que tenían desde la Corte a Castro Urdiales (y Castro Urdiales con el Atlántico Norte) no me ha dejado indiferente. Es más me ha llamado mucho la atención. Entre otras cosas porque el salmón lo pescaban en el mar, o porque no se cita el bacalao. Pero todo esto no tiene mucho que ver con la condición femenina de las mujeres integrantes de esta sociedad de abastos, una de ellas analfabeta y a cuyo cargo estaba el libro de caja de la compañía.

La historia da para pensar sobre muchas cosas. Gracias a María Marcos y a María Gómez y a los otros dos. Naturalmente que si esta historia te ha generado algo de inquietud, curiosidad e incluso desasosiego, también te lo agradezco.