
La historia final
Un par de Villancicos escritos e interpretados por monjas (1788) II
Así es que desde finales del siglo XVIII, o antes, se cantaban ya villancicos, con letras un tanto irreales

Aquellas monjas escritoras, escribían -como vimos la semana pasada- para cantar, y representar sólo dentro de la iglesia, unas obras con ciertos aires moralizantes desde la emotividad. Pero también eran obritas de entretenimiento o de reivindicación de su creatividad.
Me troncho de risa con la primera de las obritas que estoy trayendo a colación. Se titulaba, recuerda lector, «Para la vigilia de Navidad, cantado, año de 84». Arranca con un «Canta la Inspiración» y la concatenación de sinsentidos, sirve, sin embargo de admirable captatio benevolentiae del público, sobre todo hermanas del convento: «Montes de Israel fecundos/ tened vuestros ramos bellos/ floreced con alegría/ produciendo frutos nuevos./ Cerca está el dichoso día/ del universal remedio/ en que su real alcázar/ descienda el divino Vervo./ Cielos i tierra se alegren/ y cesen ya los lamentos/ pues ya destilan dulzura/ los collados más excelsos./ El rocío que Isaías/ pidió derramase el Cielo/ viene a fecundar la tierra/ y el que era árido desierto/ es ya florido pensil/ con el soberano riego/ pues dan agua los peñascos/ quebrantados i desechos…»
Tras el canto de Inspiración, entraba Sencillez cantando también, «Esta dulce armonía/ habla conmigo/ pues Dios se manifiesta/ a los sencillos/ con fino empeño/ buscaré de estas voces/ quién es el dueño…».
Y luego cantaban Inspiración, Amor y otros personajes. «Vienen a adorar rendidos/ a su Rey en traje nuevo…», «Al Amor el primero / estas vozes convidan/ pues es justo que logre/ tanto honor, tanto gozo i tanta dicha…», para concluir, naturalmente con aclamación esperanzadora, «nuestro cántico nuevo/ a decir vuelva/ gloria sea en el cielo/ paz en la tierra».
En ese mismo año se compuso otro «Festejo al nacimiento del Señor con alusión a los nombres de las que le executan. Año de 1788». Y los personajes está descritos al inicio: «Dorotea, pastora, seria/ Hilario, pastor, gracioso/Ángel, papel de Ángel/ i Música». Desgraciadamente se ha perdido, acaso porque nunca se registró por escrito, quién fue la autora de este villancico, ni cuál su música. Pero el texto es aún más enternecedor que el otro, «¡Albricias, mortales/ que oi baja a la tierra/ el Niño gigante/ a ser en la selva/ pastor que del lobo/ reserva la obeja/ i la dé alimento/ con su carne mesma./ Albricias, albricias,/ que ya está mui cerca/ i con su venida/ ahuienta las penas!».
En este momento entra lacónico Hilario, el pastor gracioso con su lamento: «Que no sepa yo cantar/ en una noche como esta/ mas si no hai habilidad/ auré [habré] de tener paciencia…».
Desde luego que se compusieron más piezas de estas. La calidad no era para ir al Parnaso, pero es que las autoras no buscaban caridad, sino su personal regocijo; el transmitir la alegría a sus compañeras de celda; invitar a una representación colegiada en la iglesia en la que no entraran aires teatrales de fuera; su reivindicación intelectual; y otras circunstancias más que son las que hay que desarrollar en una investigación científica.
Así es que desde finales del siglo XVIII, o antes, se cantaban ya villancicos, con letras un tanto irreales; con intentos de versificación regular; pero con predominio absoluto del ambiente religioso y cargado de emotividad. ¿Sabían nuestras monjas anónimas qué cancioncillas componían?; ¿lo hacían intencionadamente como autoras?; ¿sabían mezclar conscientemente versos hexasílabos y endecasílabos, o era el azar?; ¿o los octosílabos en AbcA; o con rimas asonantes?; ¿dónde, cuándo, con qué maestras o lecturas habían aprendido literatura o a leer y escribir, estas monjas antes de serlo?; ¿qué lecturas poéticas tenían para atreverse a escribir para su comunidad e incluso para representar tras la clausura en la Vigilia de Navidad?; ¿cuáles eran, si los hubo y debió haberlos, los canales de comunicación entre la gran literatura y esta de clausura y con intenciones humorístico-popularizantes?; ¿es el anonimato una norma común en otros villancicos escritos (¡lo es!) y por qué?; ¿cuál es la causa de que no aparezca por ningún lado la partitura que acompañaría estos textos cantados?; ¿hasta dónde la libertad de conciencia y pensamiento de estas coplas manuscritas y anónimas, pero escritas para ser representadas en el refugio de la iglesia?
A finales del siglo XVIII se compusieron obras para ser cantadas, que porque lo eran o por comodidad, las llamamos villancicos, que se representaban dentro de la iglesia (ya que fuera llovían chuzos contra el teatro y las comedias), escritas por monjas que sabían escribir, con sus ramalazos eruditos, y que encontraron en la representación, en la música y en el cantar, una manera de fundir su vida diaria con el misterio del Nacimiento.
✕
Accede a tu cuenta para comentar

Declaración de la Renta
Arranca la campaña de la Renta 2025: guía completa y todo lo que necesitas saber

Guerra comercial