Personas con discapacidad
De residencia a hogar: la nueva vida de 141 mujeres con discapacidad intelectual
La Comunidad de Madrid ha inaugurado dos viviendas para mujeres del centro San José-Fundación Astier en Alcalá de Henares
Carlota Rodríguez se acaba de mudar. Antes compartía el baño con 15 personas más, ahora lo hace con su compañera de habitación, Rosa. Antes separaba las cortinas blancas para subir las persianas, ahora están motorizadas. Carlota se ha mudado pero no se ha marchado a otro sitio, sino que su sitio ha mudado drásticamente. Ella es una de las 141 mujeres con discapacidad intelectual que viven en el Centro San José-Fundación Astier, ubicado en Alcalá de Henares, que se encuentra en un proceso de renovación. Este requiere de una obra que tiene el objetivo de transformar el espacio en que viven estas mujeres para que consigan tener una vida autónoma e independiente, según explica Borja Lucas, el director del centro desde el año 2020. «La idea es que vivan como nosotros, que sus habitaciones las sientan propias y se parezca a un hogar». La Comunidad de Madrid inauguró el pasado mes de junio las dos primeras viviendas –de las nueve que va a haber en total–, que han contado con una inversión del gobierno regional de 400.000 euros procedentes de fondos europeos.
Sofía Astier fundó en 1913 esta residencia para mujeres con discapacidad intelectual. «Ella vivía en Madrid, en la calle Ayala, y tenía mucho poder adquisitivo como sus vecinos», cuenta Lucas. «Y se da cuenta de que en su barrio ve a muchas mujeres en situación de calle, vagabundas. En esa época tenían el doble de estigma: eran mujeres y tenían discapacidad intelectual. Entonces las familias o las encerraban en casa o las echaban a la calle», añade Lucas, que cuenta que la mujer, como «tenía mucha visión social», las empezó a acoger de manera poco profesionalizada con la ayuda de su marido. Cuando Astier enferma le delega su obra a las Hermanas Mercedarias de la Caridad, «sin las que habría sido imposible» este proyecto, en palabras de Lucas, porque han cedido un espacio que ha hecho posible su completa renovación. En Madrid hay 35.958 personas con discapacidad intelectual de un total nacional de 285.864, según datos del Imserso a fecha de 31 de diciembre de 2022.
En 1972 se instalan en el edificio que es objeto de remodelación hoy, situado en Alcalá de Henares. En ese momento, llegaron 192 mujeres. «Se construyó con base en esa necesidad, había que concentrar muchos los espacios», relata Lucas. Ahora la residencia cuenta con tres grandes pabellones, donde viven de media unas 50 personas por cada uno. Hay habitaciones para cuatro personas o para dos. Y hay baños compartidos para una media de 16 personas. Con el cambio, estos tres pabellones pasan a ser nueve «hogares» o viviendas y las mujeres pueden elegir compartir habitación o vivir solas. «Ella no ha querido seguir conmigo», dice en broma Carlota de Maricarmen, su antigua compañera, pero está «muy contenta» con Rosa y con el hecho de no tener que compartir baño con tantas personas. «No teníamos la intimidad que tenemos ahora».
«La residencia está reformada aunque sea antigua», dice Lucas para poner en valor lo que tienen ahora. Sin embargo, el objetivo no es solo cambiar el espacio sino el modelo: pasar de salas que están muy despersonalizadas a algo más íntimo. África Zamora, terapeuta ocupacional del centro, explica que «las buenas prácticas se copian» y que otras entidades trabajan de esta forma en España. Pero esta la consideran «pionera» porque no han «derruido el edificio». «No nos hemos mudado, hemos apostado por que sigan siendo vecinas de su barrio, aquí tienen muchas actividades y amigos fuera de la residencia».
Además es «diferenciador», según Zamora, ya que «se ha adaptado a todas las necesidades». «Se suele hacer en otras entidades donde las personas son más jóvenes o tienen más capacidades. Aquí tenemos mujeres mayores, mujeres que no pueden levantarse por sí mismas. Es garantizar ese acompañamiento en la etapa final de la vida de la manera más digna posible».
El proyecto, recurso de la Comunidad de Madrid y llamado Villa Delta, consta de siete fases y tiene un final previsto para 2027. De momento se han mudado 34 mujeres: un hogar de 16 y otro de 18. Para 2023, fecha prevista de fin del proyecto, todas tendrán sus habitaciones renovadas.
Los arquitectos al cargo son los del Estudio Blázquez Palacios, que han valorado «la labor social» del proyecto. «Eso es fundamental. Cuando coges un proyecto de estos, a largo plazo y te metes a estudiarlo, requiere un esfuerzo que si no tuviera un trasfondo social sería difícilmente asumible. Socialmente tiene un aliciente fundamental. Y el atractivo arquitectónico de la complejidad», cuenta por teléfono Juan Manuel Palacios, socio del estudio. Por ejemplo, ese «esfuerzo» lo están desarrollando con la gente viviendo allí.
Hay algunas que todavía no se han mudado, como Charo, que ya sabe que quiere «vivir solita». «Quiero las cortinas azules, y luego yo me hago los cojines a mi gusto», le dice a Lucas, quien se enfrenta ahora a un aluvión de peticiones. «Me han pedido un póster de Amaral, de Camela…». Los hay más locales: «Yo quiero una foto de Judith», dice Maricarmen en referencia a la alcaldesa de Alcalá de Henares, Judith Piquet. Al final, la idea es «que sus gustos sean reflejo de lo que es esta casa. La idea no es que le pongamos y decoremos todo y que sean sujetos pasivos», dice Lucas.
Para no ser «sujetos pasivos», las mujeres realizan talleres, actividades. En concreto, la segunda fase del proyecto que está prevista que comience en septiembre es la construcción de tres nuevos edificios que albergarán los usos de vida cotidianos: enfermería, despachos, talleres. Esto va a permitir, aunque sea dentro de la residencia, que las mujeres se desplacen de su lugar de descanso al lugar donde realizan sus tareas.
Algunas de estas labores tienen un beneficio para todas. Carlota, por ejemplo, se encarga de pasearse con su carrito con la ropa de todas las compañeras y las reparte por cada habitación. A Sole Torrijos, de 66 años, le «encanta» recortar y por ello ahora está «de maravilla» en su nuevo cuarto, donde puede hacer sus recortes en su escritorio.
Aunque ahora hay muchas mujeres de vacaciones –también tratan de impulsarlo desde el centro, para no estar todo el año allí–, el salón común ya ha sido escenario de grandes ocasiones. Allí se vivió la Eurocopa, como atestigua una bandera de España que sigue en la mesa de noche de Rosa, o los encierros de San Fermín. Además, cuenta con un sofá cama. «Y ya me están pidiendo hacer noche de pijamas», dice Zamora entre las risas de algunas de ellas.
Cambiar el lenguaje: de residencias a «hogares»
Zamora cree que el lenguaje construye la realidad y le otorga mucha importancia. «Las educadoras sociales impulsan muchísimo una metodología que se llama atención central a la persona, y ya el lenguaje es importante», explica Zamora en un despacho del centro. Y reflexiona: «Aquí los pabellones antes se llamaban módulo A, módulo B y módulo C, que un módulo se puede llamar en una cárcel. Entonces no es lo mismo decir un módulo, un pabellón que una casa. No era lo mismo decir “hay un sitio reservado para minusválidos” –menos válidos– que decir “hay un sitio reservado para personas con movilidad reducida”. El lenguaje lo es todo. Y nos hace cambiar como profesionales. Somos nosotros los que venimos a su casa, tenemos que pedir siempre permiso. Somos los extraños aunque nos convirtamos en familia. Yo no estoy en mi casa y vienen cinco personas a ver cómo me ducho». Al final, para Zamora: «el entorno lo es todo». Y su forma de referirse a él también.
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