Música clásica
Un soplo de aire fresco para la nueva temporada de la ORCAM
El pasado martes se retomó el programa de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid en un Auditorio Nacional lleno y con una nueva maestra a los mandos
Sobre las 18:40 de la tarde del martes 24 de septiembre se siente el final del verano y un viento fresco sopla en Príncipe de Vergara. Una hora después, el Auditorio Nacional de Música ya está lleno cuando justo aparece ella: la maestra avanza con paso firme y elegante, enérgica, vestida de azul y blanco, peinado intacto, sonrisa contenida. Alondra de la Parra, la nueva Directora Artística y Titular de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), se sube al podio, saluda al público y se gira para dirigir a su nuevo equipo: comienza la nueva temporada.
Subida en el podio es como si bailara. Una coreografía de movimientos intensos pero finos, a veces da saltitos. Un paso para adelante, como si se lanzara hacia su orquesta, símbolo de unión, pero da otro para atrás: no sale de su lugar. «Cuando estoy ahí estoy plenamente concentrada y en tres temporalidades distintas: estoy en lo que acaba de pasar, lo que está pasando y lo que está por pasar», precisa de la Parra tres días después en la sede de la Fundación ORCAM.
Este arranque del ciclo sinfónico 2024/2025 llegó con el concierto «Raíces», como parte del nuevo programa de la estrenada directora mexicana, que sustituye a la polaca Marzena Diakun. Se interpretaron títulos de la música española y francesa del siglo XX. Primero, «El sombrero de tres picos», de Manuel de Falla. Y después, «El concierto de Aranjuez» de Joaquín Rodrigo con la guitarra de Pablo Sáinz Villegas.
Terminada la segunda obra, Sáinz estaba recibiendo los «bravos» y aplausos de los asistentes. Se retiró unos segundos junto a de la Parra. En su noche, la maestra le cedió un rato de protagonismo: toca «Recuerdos de la Alhambra», le dijo ella. Sáinz lo hizo y pidió: «No tengan prisa en aplaudir. Para mí es una celebración de la concordia de los pueblos».
De la Parra y Sáinz son amigos desde hace más de 20 años. «Surgió en el momento. Se lo pedí porque para mí era muy importante que fuese parte de este primer concierto en esta nueva etapa. Él la tocaba después de los conciertos que hicimos juntos y era como volver a ese momento de complicidad musical en la que crecimos», cuenta de la Parra.
Por último, fue el turno del ballet «Dafnis y Cloe» de Mauricel Ravel, que incluía al coro –este cuenta con 38 coristas a los que se suman algunos de refuerzo en obras de más envergadura, como la de Ravel, para la que fueron 54. Este se creó en 1984, antes que la orquesta (1987). Y este año se está celebrando el cuadragésimo aniversario del Coro –que se está materializando con propuestas como los conciertos «A Villa Voz» por las villas de Madrid. Josep Vila i Casañas (Sabadell, 1966) es su director y explica por teléfono que «aunque en Dafnis y Cloe el coro no canta mucho, es de una responsabilidad y riesgo al límite». Vila cree que «se pudo trabajar muy bien» gracias al «aire fresco» y la «manera de trabajar que ha traído Alondra», así como su facilidad para comunicar e infundir fe en lo que hace: «Ella fue corista de joven, conoce la música coral y eso para un director de orquestas es un plus», dice Vila.
Es vital ese nexo entre orquesta y coro. Para Vila, es como un matrimonio: «Es importante que tengan su propia vida, su trayectoria y tengan algo esencial que los ponga en contacto y los haga crecer juntos». Para de la Parra hay que unirlos: «Es muy lindo porque el coro usa su instrumento que es su cuerpo, su voz, su respiración. Es el instrumento más natural que existe. Y de hecho todos los instrumentos de la orquesta están de alguna manera siempre tratando de evocar e imitar la voz humana. Entonces es juntar esos dos lenguajes». Además, «el coro siempre está un poco más lejos, entonces tiene el reto de la distancia, que tienen que anticipar el sonido para que llegue a tiempo».
De la Parra no había dirigido antes a la ORCAM, pero dice que esta «ya tiene muy buen nivel» y que ahora simplemente toca «construir sobre lo que ya está ahí». «Me siento como una chef que llego a cocinar pero en la cocina ya está todo picadito y todos los platos listos para servirse prácticamente». El próximo concierto es el 14 de octubre también en el Auditorio Nacional, este sin coro y llamado «Pura expresión», con sinfonías de Johannes Brahms (la tercera) y Antonín Dvořák (la séptima).
Al lado de la maestra se coloca la concertino (primer violín), Anne Marie North (Lille, 1977) que cuenta por teléfono que su puesto es «el punto de unión entre director y orquesta» –y bromea: soy su brazo derecho aunque esté a su izquierda. North cree que la nueva directora ha traído «un aire fresco». A North, que lleva desde 1998 en la ORCAM, no le gusta decir que es su «trabajo», «porque es un arte: uno muy difícil porque no hay muy pocas oportunidades para poder trabajar de ello». Víctor Díaz Guerra (Cáceres, 1996) es uno de los más jóvenes y de los últimos en haber entrado: es su tercera temporada como solista de clarinete, instrumento que empezó a tocar a los siete años. «Es un inicio bastante ilusionante», cuenta por llamada telefónica. «No conocíamos a la maestra. No sabíamos al 100% cómo iba a resultar esta nueva amistad o relación. Ha traído una forma de trabajar diferente: ideas nuevas, ideas frescas».
El público de la música clásica
—Yo soy del año 33—le dice un hombre a otro en el patio de butacas.
—Yo también. La mejor generación.
La noche del primer concierto no había un público joven. Según la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España 2021-2022 elaborada por el gobierno de España, de los investigados, solo el 3,9% fue a conciertos de música clásica, y un 1% a ópera o zarzuela Y de estos, solo un 3,6% en jóvenes de entre 15 y 19 años y un 2,7% en los de 20 a 24. Más concretamente, según el tipo de concierto, en el 46,4% se trató de una orquesta sinfónica, el 13,6% de un grupo de cámara, el 9,3% de un coro o grupo vocal, y el 4,5% de un solista.
North considera que hay que «atraer a los jóvenes de alguna forma». Y reflexiona: «Estamos en un siglo en que todo va rápido. Los jóvenes necesitan poder entender lo que les ofrecemos y que sea un formato que puedan seguir para que sean futuros oyentes. También hay una cuestión económica. No creo que no. Pero como parece serio, no hay un conocimiento de lo bien que se lo puede pasar uno en un concierto». Aunque considera que es un proceso: «Es un trabajo a largo plazo: quizá esos no los recuperemos cuando tengan 20, 30, 40 años, porque tienen familias y es difícil ir a un concierto con los niños o dejarlos con alguien, pero los recuperaremos más tarde».
Según el estudio antes mencionado, más de la cuarta parte pagaron su entrada a su precio normal (46,4%), mientras el 13,2% dispuso de entrada con descuento o abono y el 40,4% lo hizo mediante entrada gratuita.
Díaz lo ve con gente de su entorno y de su edad que no se dedica a la música clásica: «No le gusta que solo la han escuchado en la radio. Y es algo que tienes que vivir porque es una experiencia total». Aunque dice que no solo le pasa a los jóvenes, y pone de ejemplo un recital pequeño que tocó en un pueblo de Extremadura, con gente muy mayor que nunca había visto un piano de cola y al acabar le dijeron «casi llorando» que «qué ilusión y alegría que se iban a morir sin saber lo que era esto».
Para Vila, es una situación general en Europa. Además, «hay una especie de mecanismo que, como a partir de los 40, 50, se va incorporando siempre público nuevo. También pasa en los teatros de ópera. Hay un sentir general de que eso tiene que ver también con las necesidades de las personas en distintas fases de la vida», dice. Y termina de reflexionar: «Hoy en día la juventud lo tiene fatal para gastarse un buen dinero en un concierto, aunque que también busca válvulas de escape y aficiones un poco más adrenalínicas, pero llega un punto en el ciclo vital de las personas que empezamos a buscar algún tipo de placeres más sosegados, más enriquecedores, que te supongan algún reto personal».
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