Opinión

Olores

Alejandro Valverde huele la línea de meta y se transforma. Lobezno, sin la apariencia avasalladora de Hugh Jackman. «Balaverde» ha engullido kilómetros, se ha situado y, como si el cansancio fuera el único problema del resto de los mortales, prepara la llegada. Tiene fuerza. Y ánimo. Y ambición. Y clase. Otra etapa que gana en la Volta. Recupera el liderato. Sólo tiene 37 años, el chaval. Vive anclado en la eterna juventud.

Huele Piqué la Selección y recuerda que deseaba jugar con España desde que vio la sangre de Luis Enrique en el Mundial de Estados Unidos. La Roja es su sueño. Lo confiesa, mientras «guasapea», tal vez, con Sergio Ramos para proponerle un negocio o para recordarle los 15 puntos de ventaja del Barça sobre el Madrid. O para hablar del partido contra Alemania, que de amistoso sólo conserva el apellido. Será ese experimento en el que ni Löw ni Lopetegui mostrarán todas sus bazas. España, después, recibirá a la Argentina de Messi.

Messi... Se entrenará en Valdebebas. Olerá la fragancia de Cristiano Ronaldo o ni siquiera prestará atención a la esencia del Real Madrid en el corazón de «La Fábrica». Leo, que ahora está en Manchester, es Valverde, otro Lobezno, el compañero de Piqué, quizá su cómplice, el rival más capacitado que pudo soñar Cristiano. Y viceversa.

Y se percibe también el miedo de la UEFA a incomodar a los emperadores del gas, del petróleo, de los fondos de inversión y de ese mundo balompédico que han descubierto en el siglo XXI y al que tratan como si fuera un juguete. O su esclavo. Cierre de la Grada Norte del Parque de los Príncipes y 43.000 euros de multa, la propina que podría dejar Al-Khelaïfi en Maxims, si aún existiera. Qué mal huele.