Opinión

Lástima

Nunca el Sevilla tuvo tantos seguidores, dentro y fuera del Metropolitano. Las patrañas del «procés» ya no engañan ni a dos millones de catalanes. La filfa de los presos políticos no cuela y con una concentración de maleducados menor que en ediciones anteriores, el prólogo de esta final de Copa registró las protestas habituales, pero acalladas por el «lo, lo, lo» de la afición sevillista, que no encontró más motivos de gozo que la defensa de los símbolos. Luego la realidad futbolística se impuso. La letra del Arrebato, coro de voces que enciende el ánimo, empujó al equipo de Montella hasta muy poco después del inicio del partido, antes del recital blaugrana. Quienes elevaban plegarias por un gol andaluz pronto comprendieron que la empresa sería imposible. A los 14 minutos Luis Suárez hizo lo que le caracteriza y con el 0-1 la resistencia blanca cayó en un sentido desmoronamiento. Jugaban los del Barcelona y los del Sevilla los veían pasar, tan superiores, tan compenetrados, tan eficaces, tan buenos. El aliento dejó de ser suficiente y la escabechina que nadie imaginó concluyó en picadillo. Se esperaba más del Sevilla. No fue rival.

Messi hizo el 0-2 y Suárez repicó. La desolación de la grada civilizada era comparable al vacío institucional que secundaron autoridades muy significadas. Ni Colau ni Carmena, ni más políticos catalanes que Albert Rivera para arropar al Rey, junto a Íñigo Méndez de Vigo, Juan Ignacio Zoido, Susana Díaz, Juan Espadas, José Ramón Lete y Alejandro Blanco. ¿Más vale algo solo que mal acompañado? Desde luego. Y más vale fútbol que política. Firmó Iniesta en su despedida una obra de arte y los montaraces, qué lástima, celebraron lo que importa: el título de Copa.