Opinión

Talentos

Nadal cumplirá 32 años en junio e Iniesta, 34 en mayo. Ojalá fueran eternos, aunque para los biógrafos del Olimpo y el resto de los mortales lo serán. Inevitable y justo. Iluminan el firmamento por cómo compiten, por cómo ganan, por cómo saben perder y por ser como son. Si como dijo Balzac «no hay gran talento sin gran voluntad», el tenista cumple al ciento por ciento la máxima. El portento que es en las pistas de tierra aparece también en superficies menos idóneas a sus cualidades. Para definir la grandeza de Nadal, recordaba hace poco André Agassi lo que le costó a él ganar un Roland Garros, «sufrí lo indecible», y concluía: «¡Nadal lleva diez!». Becker, Federer y Djokovic le proclamaban rey de la arcilla antes de conquistar el undécimo torneo de Montecarlo. Rafa es único, un talento que rezuma en la esencia de Federer y que en su caso se ha hecho grande a fuerza de voluntad. En cuanto a Iniesta, lo suyo es un don muy bien trabajado y administrado. «Muchos creen que tener talento es tener suerte; nadie, que la suerte sea cuestión de tener talento» (Jacinto Benavente). Andrés es la máxima expresión de este pensamiento que sobre el terreno de juego conjuga divinamente. De ambos hay que disfrutar; del tenista, cuando las lesiones lo permiten; del futbolista, todavía en el Mundial de Rusia y antes de que siga la ruta de Marco Polo hacia China. Abandonará el fútbol de máxima exigencia en un momento culminante, disfrutando de esa plenitud que sólo el tiempo rebaja. Al otro lado de la Gran Muralla le espera un contrato de casi cien millones de euros netos por tres años y un inmenso mercado para sus vinos. Se lo ha ganado y se va, además, para que no le discutan. Nadal aún sigue. Estamos de suerte.