Opinión

Esa flor

«Al saber lo llaman suerte», esa coloquial frase del mus, podría aplicarse con todo rigor a la trayectoria de Zidane en el banquillo del Madrid. Su carta de presentación son los títulos, ocho en 23 meses, y los hechos, tres finales consecutivas de Champions, 40 partidos invicto, 73 sin dejar de marcar y está a un escalón de igualar las tres Copas de Europa de Bob Paisley con el Liverpool y las tres de Ancelotti, dos con el Milán y una con el Madrid, cuando precisamente Zizou era el ayudante inmediato del italiano.

¿Suerte? Culminada la escalada hacia la cima de la Liga de Campeones por tercer año consecutivo los detalles de la ejecución ocupan un segundo plano. Estrujando la letra de aquella célebre canción de Módulos que reverdeció Medina Azahara, a las puertas de Kiev «todo da igual ya nada importa, todo tiene su fin». ¿Importa más la mano de Marcelo o el grosero fallo de Ulreich? El fin es la Decimotercera después de surcar un trayecto preñado de dificultades; desde la disolución de la BBC hasta la extenuación de piezas básicas, léase Modric y Kroos, más secos que la mojama y tiesos de condición física como el Atlético de Simeone, a quien la recta final del curso también se le está haciendo larguísima.

En su caso, porque la plantilla es corta y la sobreexplotación de determinados titulares tiene al equipo contra las cuerdas, como se pudo apreciar en Londres, donde lo mejor fue el empate con el Arsenal, que, quizá, jugó su mejor partido y ahora depende de que el contrincante recupere algo del aliento que le falta, y que tal vez provenga de la grada. En este apartado, el Metropolitano gana. En cuanto a Zidane, como si es Simeone, la suerte es fruto del conocimiento, no una flor en el trasero.