Opinión

Uno de 50

Rafa perdió un set en tierra, el set, un hecho tan singular que parece un drama y no es sino la consecuencia del juego. Pero es que en el lapsus frenó en 50 esa marca de victorias interruptas en su superficie predilecta. Nadal es tan bueno que no es infalible. Ni sobrenatural. Hace lo que se espera de él y mucho más. Si Lope de Vega era el «Fénix de los Ingenios», Rafa es el «Fénix de la Arcilla», astro rey de la tierra batida que sólo desconecta cuando le importunan las lesiones; esos contratiempos que en él son espacios sabáticos y en otros, auténticas condenas. De Nadal, en forma, siempre se espera lo mejor y difícilmente defrauda. No decepciona ni cuando pierde, que alguna vez ha de ocurrir, y si es ante un lebrel como Thiem, otro prodigio terrenal, el chasco no es un desengaño, sino una parte sustancial del deporte, aunque cometa dos dobles faltas en un mismo juego, un hecho tan poco habitual como sus derrotas, o aunque pierda contra pronóstico. Lo predecible de Rafa es el triunfo, el espectáculo, siempre la entrega, la pasión, la ambición, la humildad, el señorío, «manque pierda». Menos predecibles son algunos políticos, que empiezan a sorprender por las primeras ocurrencias y dejan de hacerlo cuando la contradicción forma parte de su programa. Renegaba Josep Miquel Moya, director general de Deportes de la Generalitat Valenciana, de los grandes eventos deportivos, y sin luz ni taquígrafos, firmó por 35 millones de euros cinco años más de motociclismo de primer nivel en Cheste, a siete millones por año. El retorno por la inversión (clandestina, pero lógica a su pesar) está garantizado, como el retorno de Nadal en París, donde quizá a cinco sets Thiem probablemente no le venza.