Opinión

Hace 75 años

Este fin de semana fue el septuagésimo quinto aniversario del final de la Segunda guerra mundial. En circunstancias normales, hubiéramos tenido celebraciones patrióticas, ensalzamiento de minúsculas naciones que colaboraron con Hitler, pero ahora forman parte de la NATO o aspiran a ello y, con seguridad, la exclusión de Rusia. Como otros años. El coronavirus nos ha salvado de esa vergüenza colectiva. Porque la verdad es que el conflicto no lo ganó Churchill –al que se ha recordado casi en exclusiva estos días– sino los soldados del Ejército rojo. Los números cantan. Para el verano de 1941, cuando Hitler invadió la URSS, Gran Bretaña no había dejado de retroceder derrota tras derrota, Francia estaba fuera de combate y todo el continente se inclinaba ante el III Reich. Cuando el 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos entró en la guerra, los rusos habían perdido millones de vidas, pero, eso sí, habían contenido en Moscú a las fuerzas alemanas. Hasta bien entrado el año 1943, Estados Unidos destinó más tropas –el triple– al frente del Pacífico que a enfrentarse con Hitler. Para cuando llegó el día D en julio de 1944 y americanos, británicos y canadienses abrieron el ansiado segundo frente, hacía casi año y medio de la victoria soviética de Stalingrado –la primera gran derrota de las fuerzas germanas– que significó un millón de hombres perdidos para Hitler. Casi había pasado también un año de Kursk, la mayor batalla de tanques de la Historia, donde los nazis perdieron definitivamente la guerra en el este. En Normandía, 91 divisiones aliadas se enfrentaron a 65 alemanas; en el este, 560 divisiones soviéticas hacían retroceder a 235 alemanas a lo largo de tres mil kms. Esas mismas tropas al lanzar la Operación Bragation evitaron que Normandia acabara en desastre para los aliados. Al acabar la guerra, los rusos habían acabado con 3.562.739 soldados alemanes, los aliados occidentales con 749.972, menos que la sola batalla de Stalingrado. Guste o no, la guerra no la ganó el soldado Ryan –por muy heroica que fuera su aportación– ni los grandes bombardeos aliados sobre Alemania como el horror infernal de Dresde. La victoria fue cosa del soldado Iván, como reconoció Churchill al señalar que, cuando tuvo lugar el día D, los rusos ya habían despanzurrado al ejército alemán. Estas realidades han sido ocultadas, pero, este año, al menos, se lo debemos al coronavirus.