Opinión

Para que lloren los fachas

El PP tenía a Norma Duval y el sanchismo, a James Rhodes tocando por Beethoven en jeans y camiseta. Alrededor de la presentación del Plan de Reconstrucción de la Economía Española, Moncloa construye un espectacular andamiaje de concordia, morosos atardeceres y prados soleados, pin de la agenda de 2030 y el «Mu bien» después del discurso en Europa. El Gobierno también tiene a Echenique y a Lastra de «quarterbacks». Lo que más le gustaba del techo de gasto a Pablo Echenique es que lo iba a aborrecer la derecha y la ultraderecha, dice. Imaginan la «no-izquierda» como una derecha, una ultraderecha y una ultra-ultraderecha, y así sucesivamente, pero nadie sabe cuál es cuál, como cuando sale uno andando de una ciudad y no puede decir el momento exacto en el que ya está en el campo. Esta geografía ciega acaso termine en esa fórmula tan repipi de «la derecha, no, lo siguiente». Decía Echenique que la mayor virtud de los Presupuestos Generales del Estado es que van a poner a la oposición a fumar en pipa. Cabrear a la derecha parece garantía de calidad en cualquier decisión. Esto dice mucho del momento que vivimos –majarón y maquiavélico– en el que unos y otros solo alcanzan a coincidir en que terminará mal. Hubo un tiempo –o quizás nunca existiera–, en el que las decisiones en política tenían que convencer a todos. Después, se conformaron en contentar a los suyos aunque todavía pretendían pescar a alguno de enfrente, o al menos no molestarlo. Más tarde se desistió de convencer al contrario, y ya hemos llegado al monstruo final de la ruina política que supone tomar decisiones para cabrear al de enfrente. Aquí queda Echenique celebrando enfados. Va mucho más allá de diseñar unos presupuestos que no convienen a todos como es lógico y natural; es que ese cabreo forma parte del plan. No solo existe una corriente política que hace «llorar a los fachas» colateralmente, es que el electorado lo ha puesto ahí justamente “«para que lloren los fachas». Otros jugarán a «hacer llorar a los progres». Tal es el espíritu de la segunda transición.