Filosofía

Librepensamiento

Decirnos cuales eran los valores que teníamos que seguir y los que no debíamos ni contemplar es lo que siempre han hecho los procesos totalitarios.

Han pensado los responsables educativos en los efectos a largo plazo de sus decisiones? Sacar la filosofía del programa de secundaria se sitúa dentro de los terrenos del disparate. No sirve de nada sustituirla por una asignatura de valores éticos y cívicos. Al revés, es un error hacer ese trueque (por muy bienintencionado que sea) ya que entonces lo que estamos diciéndoles a los niños es cuáles son los valores que han de tener, en lugar de enseñarles a pensar con libertad (como hace la filosofía) para que busquen esos valores por sí mismos. Con esa simplificación primaria, lo que hacen los mandamases es, voluntaria o involuntariamente, entrenar a los muchachos en las costumbres del totalitarismo. Porque decirnos cuales eran los valores que teníamos que seguir y los que no debíamos ni contemplar es lo que siempre han hecho los procesos totalitarios.

La asignatura franquista de FEN (Formación del Espíritu Nacional) era también una asignatura de valores éticos y cívicos. Podían ser valores tan discutibles como cualquier otro. Eso es precisamente lo que nos enseña a hacer la filosofía: discutir los valores, objetarlos, preguntarse y debatir. Cuando yo tenía catorce años, murió Franco y los alumnos tuvimos la suerte de ver cómo ese tipo de asignaturas de valores monolíticos, como el FEN, desaparecían y ocupaba su espacio la filosofía. Empiezo a pensar si el tan atacado espíritu del 78 (llamado «régimen» por los capciosos) al final va a ser un paréntesis de librepensamiento entre océanos de totalitarismo e ideología entendida como medro personal, tónica tristemente bien conocida en la casta política. ¿Quién dará a conocer a nuestros niños nombres imprescindibles como los de Platón, Kant, Sócrates, Camus? Tendríamos que aumentar, inundar, impregnar de filosofía nuestro sistema educativo y se hace lo contrario. Deberíamos incluso no conformarnos con esos nombres señeros e ir más lejos; dar a conocer a nuestros hijos a Bergson, a Husserl, etc. Y lo que hacemos es robárselos y quitárselos.