
Escrito en la pared
Calviño adultera el PIB
Acentuó un modelo de funcionamiento de la economía española basado en la importación de mano de obra para ocupar puestos de mediocre cualificación
Desde luego, Nadia Calviño no pasará a la historia por la aportación de su política económica –una entelequia de perfiles ignotos– al desarrollo de la nación española. Más bien su contribución como ministra del ramo tuvo que ver con la manipulación y el trastoque de las cifras del PIB para que pareciera lo que no era; o sea, lo que Sánchez llama «ir como una moto». En sus memorias lo ha confesado sin el menor rubor, presumiendo incluso de unos conocimientos estadísticos de los que carece; y las crónicas lo desvelan aún más allá de sus recuerdos, pues no sólo presionó al presidente del Instituto Nacional de Estadística para que sumara unos cuantos miles de millones de euros a las estimaciones del PIB, sino que, al parecer, le abroncó con palabras gruesas por no saber calcular correctamente la recuperación de la economía española. Como una colegiala enamoradiza defendiendo el honor de su jefe, ella, que nunca destacó por sus luces numéricas, se atrevió a levantarle la voz a Juan Rodríguez Poo, catedrático en la materia que ahora ejerce en el Consejo de Gobernanza Estadística de Bruselas. Y también la tomó con María Antonia Rodríguez Luengo, que después del chorreo se marchó a igual destino como jefa de las estadísticas macroeconómicas de Eurostat.
Lo que vino después fue la sorpresiva y aún sospechosa corrección alcista de la estimación oficial del PIB que tapó la negativa constatación de que la política socialista durante la Covid se saldó con la peor performance de Europa. Y así, Nadia obtuvo el aval de Don Pedro para alzar el vuelo hacia la presidencia del Banco Europeo de Inversiones. Su herencia es perfectamente descriptible, pues no sólo no cambió sino que acentuó un modelo de funcionamiento de la economía española basado en la importación de mano de obra para ocupar puestos de mediocre cualificación, dejado de la mano de Dios en materia de productividad, cercenado por una inflación superior a la de nuestros socios europeos, lastrado por la extensión de «lo público» y con deplorables resultados sociales: aumento de la pobreza, salarios reales estancados, renta relativa progresivamente alejada del promedio europeo, crisis de la vivienda y una juventud impedida para emprender un proyecto de vida independiente.
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