
Tribuna
La pandemia nuclear
Presionar a las naciones que se sienten vitalmente amenazadas por este nuevo clima de incertidumbre inaugurado por Putin y Trump para que no se dejen arrastrar por el pánico y adquieran bombas nucleares, pues si aumentan los protagonistas y las armas, el equilibrio actual se descontrolará fácilmente

Larga es la relación de las guerras desde que existe memoria escrita sobre ellas. Incluso podríamos concluir que la Historia de la Humanidad es la de los conflictos entre grupos o naciones portadores de intereses y valores incompatibles con sus vecinos. Sucede a veces que alguna de estas naciones considera ciertos hitos de ellos como vitales, momentos singulares en que su destino está en juego, aunque un análisis posterior, más ecuánime, demuestre que fueron un incidente más. Sin embargo, creo que el uso del arma nuclear en 1945 por primera y única vez en combate y, más precisamente, la rápida paridad entre los EEUU y la URSS que siguió, sí que es un hito clave de la Historia. A partir de ese momento no ha vuelto a haber nunca más guerras directas entre las superpotencias, aunque desgraciadamente los enfrentamientos indirectos en terceros países aumentaron.
Para tratar de controlar intelectualmente la nueva y desconocida arma nuclear, se establecieron dos mecanismos. Ambos están actualmente en grave peligro. El primero es el principio de destrucción mutua asegurada –MAD en sus premonitoras siglas en inglés– que frena al candidato inicial a utilizarlas. El MAD es un viejo instrumento de la estrategia: el miedo, que esta sigla asocia con la amenaza a la supervivencia de nuestra civilización. El miedo alcanza así una dimensión extraordinaria, pues hay que señalar que actualmente la probabilidad de interceptar un misil balístico –el vehículo favorito para transportar una ojiva nuclear– es muy inferior a la de que este alcance su blanco, especialmente si se ataca en salva y además son múltiples las cabezas que porta cada misil. Como además la MAD se ve agravada por el riesgo de equivocación en la detección por parte de las dotaciones militares y subsiguientes decisiones políticas que pueden desencadenar el Armagedón, se habían acordado hasta hace poco dos tipos de tratados que trataban de aliviar la situación: el de antiproliferación y los que limitaban el número de cabezas nucleares desplegadas.
El Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNPN) entró en vigor en 1970. Intentaba que solo las cinco naciones victoriosas en la 2ª Guerra Mundial pudieran mantener legalmente este tipo de armas. En estos 55 años ha tenido un relativo éxito, pues de las muchas decenas de naciones que tenemos el nivel técnico adecuado para fabricar bombas nucleares, tan solo cuatro lo han incumplido o ignorado: India, Paquistán, Israel y Corea del Norte. El TNPN intentaba compensar a las naciones que lo aceptáramos ayudándonos en el uso pacífico de la energía nuclear y con la vaga promesa de desarmarse nuclearmente en un futuro indefinido por parte de los cinco legalmente reconocidos: EEUU, la actual Rusia, China, Francia y Reino Unido. Existe una agencia internacional (OIEA) que inspecciona a las naciones signatarias no nucleares, especialmente en la producción y empleo del uranio enriquecido necesario para fabricar este tipo de armas. Esta OIEA ha alcanzado notoriedad últimamente jugando al gato y el ratón con las inspecciones en el Irán de los ayatolas.
Los diversos tratados que existían entre los EEUU y la URSS para limitar el desarrollo y despliegue de armas nucleares comenzaron con los SALT I y II. Posteriormente siguieron los START, que lograron el éxito de reducir las ojivas nucleares estratégicas desplegadas a unas 1550 por nación –desde un nivel inicial de decenas de miles– naturalmente sometidas a un régimen de verificación mutuo; desgraciadamente, va a expirar formalmente en enero del año que viene. Todo este control está en peligro por la ambición desbocada del Sr. Putin en Ucrania y la relativa incapacidad de las sucesivas administraciones norteamericanas de renegociar los sucesores del Nuevo START. A lo que ha sido un peligroso equilibrio de tan solo dos, se está incorporando China a ritmo rapidísimo. Habrá que contar con ella próximamente. Recientemente, abundan las amenazas nucleares por parte de Putin que han tenido un claro efecto disuasorio en la respuesta del presidente Biden a la invasión de Ucrania y también están afectando a Trump, aunque en este campo de las baladronadas nucleares, el campeón es el coreano Kim Jong-un.
Para controlar el riesgo del holocausto nuclear, los EEUU, Rusia y China deberían actualizar el concepto MAD, especialmente en el campo de la defensa antibalística y las armas nucleares tácticas. También añadir limitaciones a los nuevos procedimientos exóticos de transportar una cabeza nuclear estratégica: torpedos, satélites, misiles de crucero de propulsión nuclear, etc. Así mismo, presionar a las naciones que se sienten vitalmente amenazadas por este nuevo clima de incertidumbre inaugurado por Putin y Trump –Polonia, Japón, Arabia Saudí, Corea del Sur, entre otras– para que no se dejen arrastrar por el pánico y adquieran bombas nucleares, pues si aumentan los protagonistas y las armas, el equilibrio actual se descontrolará fácilmente. Los signatarios del TNPN tenemos el derecho moral de reclamar -en el caso de España, sería más eficaz en el seno de la UE- nuevas medidas de control nuclear. A la preocupación por el cambio climático y las Covid futuras debería añadirse con más razón el riesgo de una pandemia nuclear en la que no solo podremos ser, con nuestro silencio, víctimas pasivas, sino también responsables de su desencadenamiento.
Ángel Tafalla, es Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).
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