Marta Robles

Limpiar la injusticia

La casa de Teresa Romero y Javier Limón va a quedar como una patena. Por desgracia, sólo lo disfrutarán ellos, porque el perro, Excalibur, entre las prisas y el pánico fue sacrificado cuando, muy posiblemente, ni estaba contagiado, ni tenía posibilidades de infectar a nadie. Errores del pasado aparte, que ya se irán revisando uno a uno, como corresponde, más aún para que no se vuelvan a repetir que para depurar responsabilidades, el presente es la limpieza del piso de Alcorcón. No pudo desinfectarse antes porque Javier Limón quería estar presente cuando se hiciera, así que ahora le tocará esperar esos once días en los que se efectuará la higienización con peróxido de hidrógeno –agua oxigenada de toda la vida-, para que resulte plenamente efectiva. Con este trabajo a conciencia se pretende eliminar cualquier posible rastro del virus que pudiera quedar activo, por lo que también se tiene previsto deshacerse del colchón de la pareja o de cualquier otro posible receptor de líquidos humanos. Es obvio que nadie quiere correr riesgos tras haberle ganado la primera batalla al ébola en España; pero también lo es que aún se desconocen plenamente todos los detalles del virus como para saber hasta dónde y hasta cuándo hay que temerlo. Por eso todas las precauciones son pocas. Aunque yo sigo en mis trece: lo que se debería desinfectar y a fondo, es la injusticia de que siga matando a sus anchas en África, por más que fuera se vaya controlando y aún no nos sintamos demasiado inseguros. Si no se hace por solidaridad, que se haga por egoísmo, porque es de sentido común: en un mundo global, hasta los virus saltan de continente a continente.