Política

Manuel Coma

Un Parlamento atomizado

La Razón
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Los sionistas quisieron dotar a los judíos de un Estado para ser una nación y un pueblo como todos los demás, pero no lo han conseguido. El pueblo, la nación y el Estado siguen acumulando muchas peculiaridades que le proporcionan un grado alto de excepcionalidad y no es la menor que un país tan pequeño, rodeado de otros mucho más numerosos que desearían borrarlo del mapa, pueda mantener un juego político tan genuinamente democrático y, además, con tal fraccionamiento partidista que en toda su historia de dos generaciones nunca una formación ha conseguido la mayoría absoluta.

A la habitual polarización izquierda-derecha, se añaden otras de carácter religioso y las vitales que derivan de las discrepancias acerca de cómo asegurar la supervivencia nacional en las relaciones con los árabes ciudadanos, súbditos o extranjeros. Todo ello da como resultado una dinámica y alambicada vida política que se hace especialmente visible, pero no más fácilmente inteligible, ni siquiera para los propios israelíes, en las elecciones. El país muestra una cierta hartura con tanta complicación, personalismo y maniobras, pero ésa es la realidad inescapable. No sólo hay muchos minúsculos partidos, algunos dominados por temas sectoriales y monográficos, sino que el sistema permite que los partidos principales alberguen elementos extremistas que se hallan lejos de las doctrinas de las formaciones en que militan.

Muchos consideran las elecciones actuales innecesarias, producto de la conveniencia del primer ministro Netanyahu, pero ese oportunismo es insoslayable en cualquier sistema –la mayoría de las democracias, sea Andalucía o Reino Unido– en que la cita con las urnas no es a plazo fijo, como en el caso de los Estados Unidos. En ese clima, las previsiones de las encuestas no son muy fiables y el abstencionismo podría ser elevado. Netanyahu podría perder la jefatura de Gobierno. No sólo no se ven resultados claros, sino que las coaliciones que podrían resultar son también poco previsibles. Una novedad cierta es que los árabes de Israel acuden más unidos que nunca, y con doce o quince escaños en un Parlamento unicameral de 120 podrían llegar a ser la cabeza de la oposición si llega a darse una coalición amplia que tuviera como centro el Likud, el partido del primer ministro, más o menos la derecha tradicional, y quien ahora es su principal competidor, el bloque llamado Unión Sionista, de Isaac Heerzog, que no se diferencia mucho de su rival. Por supuesto, haría falta una polvareda de otros pequeños partidos, sin que los grandes merezcan tal nombre.

Una peculiaridad de estas elecciones, caracterizadas por tantas pequeñas pero enconadas rencillas y por el aglutinamiento de la oposición en su saña contra Netanyahu bajo el lema «Cualquiera menos Bibi», es que las acuciantes, podría decirse que angustiosas circunstancias exteriores, parecen carecer de toda prioridad en la campaña electoral.

Israel es una balsa de aceite en medio de un mar proceloso que podría tragárselo, pero ese no es tema central en el debate. Una preocupación que flota en el ambiente es que con tantas divisiones los ultraortodoxos podrían, como ya ha sucedido otras veces, estar en el fiel de la balanza política y con ello dar al traste con los esfuerzos para acabar con sus desmedidos privilegios y reducirlos a ciudadanos normales, obligándoles a contribuir como cualquier otro al esfuerzo económico y militar del país, cosa que distan mucho de hacer.