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El futuro de Chile: Kast o Jara

Si Kast quiere prosperidad real, tendrá que beber más de las ideas libertarias que de su propio programa. Chile ya no se conforma con gestores: necesita reformadores. Sin ellos, volverá a la pendiente descendente de la última década

El pasado domingo, Chile eligió quiénes competirán por la presidencia en diciembre. El libertario Johannes Kaiser quedó fuera. Y la segunda vuelta se dirimirá entre José Antonio Kast, candidato republicano, y Jeannette Jara, ministra de Trabajo del gobierno de Boric y militante del Partido Comunista. Dos modelos de país, dos filosofías económicas y, sobre todo, dos concepciones antagónicas del papel del Estado en la vida de los chilenos.

Conviene separar el análisis en dos planos: política fiscal y política regulatoria.

En materia fiscal, Kast propone algo modestamente liberal: reducir el gasto en 6.000 millones de dólares para bajar impuestos. Rebajar el impuesto de sociedades del 27% al 23% para grandes empresas y llevarlo al 12,5% para las pymes. Eliminar el impuesto a las ganancias bursátiles en acciones de baja presencia bursátil para estimular la financiación de nuevas compañías.

No es un programa revolucionario –desde luego no se acerca al ideario que defendía Kaiser–, pero al menos no ensancha el Estado. Frente a ello, Jara promete exactamente lo contrario: mantener los impuestos «sin subirlos», pero revisar exenciones y «combatir la evasión» para incrementar la recaudación sin decir que sube los tributos. Un rodeo semántico para terminar en lo mismo: más ingresos para financiar más gasto social. Es decir, más Estado. Y más carga sobre las espaldas del contribuyente.

Lo mismo sucede con la agenda regulatoria. Kast apuesta por flexibilizar la legislación laboral y desbrozar regulaciones para acelerar la inversión. Jara, en cambio, quiere profundizar en la línea Boric: más inspecciones, más obligaciones, más paternalismo estatal. Su propuesta emblemática es universalizar la sala cuna obligatoria para todas las empresas, incluidas las pymes, y luego subsidiarles el coste. El Estado crea la obligación y luego el mismo Estado se «apiada» del obligado. Clásico.

La aritmética electoral favorece a Kast: sumaría sus votos más los de Kaiser y Evelyn Matthei. Pero si llega a La Moneda y se limita a una administración tibia del poder –sin reformas profundas, sin romper privilegios, sin incomodar a nadie–, su mandato reproducirá el destino de la derecha tradicional: estancamiento, frustración y el regreso de la izquierda radical.

Si Kast quiere prosperidad real, tendrá que beber más de las ideas libertarias que de su propio programa. Chile ya no se conforma con gestores: necesita reformadores. Sin ellos, volverá a la pendiente descendente de la última década.