
Tribuna
«Mi Teniente Coronel»
Tuviste que recordar que llevas años en investigación judicial, incrustado en una unidad prestigiosa de la Guardia Civil, sólida, sacrificada, que aprendiste entre fuego y plomo en la lucha contra ETA

Sé que preferirías, Balas, que no hablase de ti. Pero también sé que tengo la obligación de resaltar valores comunes entre los uniformados, máxime cuando se ponen a prueba ante un tribunal formado por siete magistrados del Supremo. Alguno de ellos te comprendió cuando iniciaste tu comparecencia «con permiso». Es hijo de un buen oficial de la Legión. Pero no todos. Como no quiso comprenderte una abogada del Estado, en su difícil papel de defensa de todo un fiscal general del Estado.
Por supuesto, se olvidaron de que tu función de Policía Judicial respondía a requisitorias del magistrado Ángel Hurtado. La UCO intenta cumplir de la mejor forma posible –que se lo pregunten también a los de la «Púnica», «Lezo» o los ERE andaluces– las peticiones de los instructores. Se olvidaron, repito, y os tocó dar la cara aquel día, en un ambiente preparado y alimentado con «hinchas», que os esperaban crispados, tensos, insultantes. No hicieron lo mismo ante otros testigos que no actuaron con la misma honestidad, valentía y respeto, como lo hicisteis vosotros. Tuvisteis que escuchar, arropando a una impertinente y sarcástica Consuelo Castro, «sí, hombre; ahora querrás dirigir el juicio»; «¡venga, venga!»; «¡qué vergüenza!; ¡qué barbaridad!». Hasta sonaron reglamentarios «hijo de tal», que obligaron al presidente del Tribunal Martínez Arrieta, a llamarles la atención.
Pero son sus modos, querido Antonio Balas. Lo sabes. Y son malos enemigos. Son los que de aquella dinámica o frenética noche del 13 de marzo y de la mañana del 14, «no se acuerdan de nada o no les consta». Su refugio: acogerse al secreto profesional, el que no respetan ni guardan, salvo si de exclusivas, primicias o fidelidades a un partido se trate, especialmente si atacan a personas de otra camada. Distinguir aguas limpias en turbias cloacas, no es fácil. Ya habían puesto tu nombre en la picota, –«necesito a Balas»–buscando cómo doblarte a través del chantaje, en una operación liderada por una infumable Leire Díez, al final también procesada, sobre la que un día sabremos si actuó por encargo o por pura y enfermiza asunción de protagonismos.
Tuviste que recordar que llevas años en investigación judicial, incrustado en una unidad prestigiosa de la Guardia Civil, sólida, sacrificada, que aprendiste entre fuego y plomo en la lucha contra ETA. Y la vencisteis, junto a la Policía Nacional, aunque ahora la blanqueen, quienes también se atribuyen desde cómodos despachos, su eliminación.
Insistió impertinente, tirando incluso del sarcasmo, Consuelo Castro a partir de aquel «buenos días agentes», tildándoos de «haber manipulado», de «inferir», de «utilizar un alto grado de taxatividad». No fue más objetivo, aunque sí más educado, el otro abogado del Estado, José Ignacio Ocio, obligado a matizar en dos ocasiones su alegato de defensa por el propio García Ortiz. ¿No habían tenido tiempo para preparar mejor la defensa?
Y eso que en esta vista no se ahondó en el «otro circuito de la filtración», el que vía Sánchez Acera y David del Campo, llegó coercitivo a Juan Lobato: «Juan: quieren el máximo ruido y jaleo»; «hay que tapar las elecciones de Cataluña y el que no haya PGE».
Describo dolido unos hechos, pensando en unos uniformados que, podrán equivocarse, pero en los que confío plenamente. Porque su código de conducta no lo marca una ideología o una adscripción política, sino la divisa de su Cuerpo: el Honor. No quiero ni puedo entrar en decisiones judiciales, ni siquiera en este caso, en la necesidad de su inicial instrucción. Más que a las personas que resuelven problemas, prefiero a las que evitan que se produzcan.
Pero sí defiendo al hombre, que por cumplir con su deber hace buena aquella ordenanza del Duque de Ahumada plasmada en la Cartilla del Guardia Civil: «Prudente sin debilidad; firme sin violencia; político sin bajezas», es atacado con violencia y con bajezas. Y como conozco su alma, sé que le duelen estos insultos, como le duelen a su familia, a sus compañeros de la 54 Promoción de la Academia General Militar y a la mayoría de la propia Guardia Civil.
Rudyard Kipling te diría, como un día le escribió a su hijo:
«Si pones en ti mismo una fe que te niegan, / y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan; / Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera, / Si te acosa el engaño y en ti no deja huella / Si eres blanco del odio y al odio no das paso / y además no alardeas, ni presumes de santo».
Un viejo soldado, que cree conocer tu alma, mi teniente coronel Balas, solo quiere hoy mandarte un fuerte abrazo.
Luis Alejandre Sintes, es general (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.
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