
Los puntos sobre las íes
Pedro, acabarás como tu pistolero Álvaro
Todo su entorno está imputado, condenado o en ese Soto del Real convertido en una franquicia de Ferraz
Al Capone jamás penó por los más de 300 asesinatos que ordenó. Le salieron gratis. El capo di tutti capi de Chicago acabó en Alcatraz pero por un fraude continuado a la Hacienda Pública. Sus sicarios fueron al hotel rejas con condenas que abarcaban décadas. Resulta cuasiperogrullesco colegir que Pedro Sánchez es nuestro Capone particular, sin muertos, claro, pero con las mismas ínfulas mafiosi que el italianoamericano. Hasta un niño de teta deduciría que comanda una organización criminal. Todo su entorno está imputado, condenado o en ese Soto del Real convertido en una franquicia de Ferraz. Empezando por su pentaimputada mujer, a la que aguarda el banquillo en meses o tal vez semanas; siguiendo por su hermanito, al que imputan dos delitos; continuando por sus históricos números 2, Cerdán y Ábalos; y terminando por su estrecho colaborador Koldo García y el hasta este jueves fiscal general. Lo de Álvaro García Ortiz se veía venir tras el testimonio de la fiscal superior de Madrid, la ejemplar Almudena Lastra, que admitió en el juicio que le había confesado implícitamente la filtración del mail con datos tributarios confidenciales del novio de Ayuso. Esa declaración, la de la jefa de prensa de García Ortiz, que para sorpresa de propios y extraños lo desnudó a modo y manera desbrozando el camino a la verdad, la destrucción de pruebas y esa nota emitida por la Fiscalía que en sí misma constituye un delito de revelación de secretos de libro marcó el devenir procesal de un tipo que jamás debería haber llegado más alto ni el Ministerio Público más bajo, entre otras cosas, porque carecía del nivel necesario para ocupar el cargo. La prevaricación permanente que marca la acción del presidente alcanzó uno de sus hitos más cantosos cuando forzó el ascenso del fulano a fiscal de Sala del Supremo para preparar su ascenso a la cúspide de la carrera, a la que llegó apenas año y medio después cuando un incapacitante problema médico obligó a Dolores Delgado a arrojar la toalla. Esto es como si a un teniente coronel lo sitúas de jefe del Estado Mayor de la noche a la mañana pasándote el escalafón por el arco del triunfo. El drama de García Ortiz es que es un fulano que vomita permanentemente el palabro «sí, señor» cuando recibe una instrucción del caudillo por la gracia de Satanás, Pedro Sánchez. Este pobre hombre con menos luces que un barco pirata no perpetró un delito de revelación de secretos porque sí, sino, más bien, por obediencia debida, se mostró incapaz de decir «no» a una orden que él, en su condición de jurista, sabía perfectamente que era ilegal. Ni tan siquiera tuvo la decencia de tirar de la manta en el juicio. A la inmensa mayoría de los pistoleros de Capone no se les escapaba la incuestionable criminalidad de sus acciones pero decidieron seguir adelante por miedo al de arriba del todo. Tres cuartos de lo mismo ocurrió con nuestro protagonista: quien en realidad filtró el correo electrónico del letrado de González Amador fue Pedrone que, obviamente, es la mano que articulaba los movimientos de la marioneta. No creo que el marido de Bego muera físicamente de sífilis como Al Capone porque estas cosas ya no se llevan pero sí tengo claro que por mucho que vaya tirando cadáveres por la borda el que al final acabará caminito de Alcatraz será él. Por delito fiscal, por cohecho, por prevaricación, por tráfico de influencias, por organización criminal o por todos ellos a la vez. La suerte de nuestro Al Capone patrio está echada. García Ortiz era sólo el pistolero.
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