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El Papa confirma en Marruecos que es visible la comunión entre cristianos y diversas confesiones

El Papa Francisco en el estadio de Rabat.
El Papa Francisco en el estadio de Rabat.larazon

Se escucharon «vivas» al Papa en un país en el que hacer proselitismo ante musulmanes marroquíes está penado incluso con penas de cárcel. Por esa razón, y entre fuertes medidas de seguridad, Francisco llegó ayer a la catedral de Rabat, en la plaza del Golán, para encontrarse con la pequeña comunidad católica en Marruecos y enviarles un mensaje contundente: que lo importante no es ser numerosos sino ejercer e ilustrar de manera muy concreta las enseñanzas de la Iglesia.

En su fugaz viaje a Marruecos, Bergoglio quiso dedicar la jornada del domingo, a modo de homenaje, a los pocos más de 30.000 fieles que conforman la comunidad católica. La de hoy en día nada tiene que ver con la que se encontró Juan Pablo II, el primer Pontífice en pisar suelo marroquí invitado por Hasán II, en 1985. La de entonces estaba compuesta, sobre todo, por europeos que habían permanecido allí tras la independencia del país. Ahora, son «más hombres que mujeres, más jóvenes que viejos y más negros que blancos», explica el arzobispo de Rabat, Cristóbal López. Efectivamente, el flujo migratorio constante de subsaharianos hacia Marruecos ha cambiado la cara de la Iglesia.

A los católicos de más de 100 nacionalidades congregados en la catedral de Rabat, el Papa invitó a dialogar con los musulmanes pero no como una «estrategia para que aumente el número de sus miembros». De este modo, arremetió contra el proselitismo y contra las «políticas de integrismo y división».

Un día después de haberse encontrado con un grupo de migrantes en un local de Cáritas, el Papa se trasladó hasta la de la catedral de Rabat, renovada y recién pintada para la ocasión. Sacerdotes, monjas y representantes religiosos llegados de Marruecos –pero también de otros países de África occidental–, acogieron al Francisco con emoción y aplausos, inmortalizando el momento con sus teléfonos móviles. A todos les agradeció su «presencia humilde y discreta», y abrazó a su decana, la hermana Ersillia Mantovani, de 97 años, una italiana franciscana que acaba de celebrar sus 80 años de vida religiosa. La anécdota divertida de la jornada la protagonizaron varias monjas que no dudaron en besar su anillo pontificio. Y ello, pese a que un sacerdote previamente había advertido a las 400 personas presentes en la catedral que el Papa no apreciaba esta práctica.

Ante todos ellos, el Santo Padre pronunció su primer discurso del día. Su exhortación estuvo centrada en la denuncia del proselitismo religioso y en la crítica a las políticas «de integrismo y división» y las «tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres». En esta línea, exhortó al clero y a los cristianos de Marruecos a poner en práctica una «oración que no distingue, no separa, no margina, sino que se hace eco de la vida del prójimo». Ante los pocos sacerdotes y consagrados del país africano, donde el 98% de la población es musulmana, el Papa alentó a «suscitar transformación, estupor y compasión», mientras que señaló que la misión del cristiano no está determinada por «el número o la cantidad de espacios que se ocupan». Al terminar su discurso, rezó el Ángelus junto a todos los presentes, y al salir recibió tres regalos preparados por el pueblo marroquí: un pequeño árbol de argán, del que se extrae el preciado aceite del mismo nombre, y dos obras artística.

Una misa histórica

Francisco concluyó su viaje a Marruecos con la celebración de la misa en el Complejo Deportivo Príncipe Mulay Abdalá en la que invitó a los fieles a continuar instaurando la «cultura de la misericordia» y clamó por la unidad de los cristianos superando la «miope lógica divisoria». «No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos», señaló el Pontífice.

Ante unas 10.000 personas, en la misa más multitudinaria jamás celebrada en Marruecos, agradeció a los fieles los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean «oasis de misericordia».

Así, les alentó a seguir haciendo crecer la cultura «en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento». Para el obispo de Roma, la unidad de los cristianos pasa por alcanzar una mirada que «no pretenda clausurar ni claudicar» las diferencias buscando una «unidad forzada o la marginación silenciosa».


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