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Almería

Pablo VI y Óscar Romero, en los altares de Francisco

El papa Francisco proclamó hoy santos al arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero y a Pablo VI en una ceremonia en la que elogió su atención a los pobres y su entrega, a pesar de las dificultades.

La Basílica de San Pedro ya se encuentra engalanada para la ceremonia de canonización
La Basílica de San Pedro ya se encuentra engalanada para la ceremonia de canonizaciónlarazon

El papa Francisco proclamó hoy santos al arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero y a Pablo VI en una ceremonia en la que elogió su atención a los pobres y su entrega, a pesar de las dificultades.

Bajo la logia de las bendiciones, el tapiz de Pablo VI. A la derecha del Papa que aterrizó el Vaticano II, la imagen de Óscar Romero. Sus retratos presiden desde hace un par de días la fachada de la Basílica de San Pedro, junto a los cinco santos que han sido canonizados hoy por el Papa. Entre ellos está la religiosa española Nazaria Ignacia, fundadora de las misioneras cruzadas de la Iglesia.

No es casualidad que Montini y Romero suban juntos a los altares. Son los santos de Francisco, los referentes de un Jorge Mario Bergoglio que se forjó como obispo desde el Concilio aplicado por el último Papa italiano y que quedó marcado por el martirio de arzobispo de San Salvador. Así lo considera el prefecto para la Causa de los Santos, el cardenal Angelo Becciu: «Los dos nuevos santos dieron su vida por la Iglesia. Romero lo hizo de una manera cruenta, mientras que Pablo VI sufrió mucho en el día a día, porque tuvo que enfrentarse tanto con la contestación de la izquierda como de la derecha».

Basta con echar la vista atrás para recordar que aquella intervención con la que Jorge Mario Bergoglio se ganó la confianza de los cardenales que después le eligieron en el cónclave solo tenía una cita y ésta era de Montini: «La razón de ser de la Iglesia es la dulce y confortadora alegría de evangelizar». «Una de las primeras cosas que me dijo al inicio de su pontificado era que esperaba y rezaba para poder canonizar a Pablo VI», asegura Becciu.

De esta manera, Francisco reconoce en ellos el modelo de Iglesia que tantos quebraderos de cabeza le está generando. «Es parte de su proyecto. Ve en Romero a un compañero de camino, la fuerza que necesita este proceso. Es un icono de pastor y de Iglesia. De su mano, el Papa está trayendo una nueva primavera que verdaderamente puede llegar a un verdadero corazón», explica a LA RAZÓN el que fuera secretario personal del santo salvadoreño, el cardenal Gregorio Rosa Chávez, consciente de que esta apuesta de Bergoglio cuenta con esas mismas resistencias que tuvo en vida Romero y también para llegar a ser santo: «El Santo Padre también se ve amenazado por “francotiradores” como el que disparó contra Romero, algunos con municiones de alto poder. Pero Bergoglio sabe confiar en Dios. Igual que Romero no le temió a la muerte, Francisco se expone como él, con la misma libertad».

El propio Francisco ha llegado a decir que la voz del primer santo de Centroamérica «sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, con vocación de hermanos en torno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división».

Para el historiador de la Iglesia, Juan Mari Laboa, «el que Pablo VI sea canonizado durante la celebración de un Sínodo dedicado a los jóvenes y junto al mártir Oscar Romero constituye el marcó más apropiado para un papa que dedicó gran parte de su vida al trato y a la evangelización de los jóvenes, el primero que visitó América y respaldó los sínodos de Medellín y Puebla, que condenó la violencia, pero respaldó con decisión sus peticiones de justicia social». Y apostilla: «El primer papa latinoamericano, por su parte, canoniza a un papa profundamente europeo, pero profundamente identificado con las angustias y dificultades de los pueblos del Tercer Mundo».

Mensaje de puertas adentro, pero también de puertas afuera, tanto por la contribución de Pablo VI para que la catolicidad rompiera los muros de la modernidad, como con Romero, referente de la lucha de la dignidad en las dictaduras militares en Sudamérica. Solo así se entiende una representación institucional al más alto nivel, contando, entre otros, con la presencia de los presidentes de Chile o El Salvador, amén de la delegación española, encabezada por la Reina Sofía y el ministro de Cultura, José Guirao.

Por méritos propios también se reconocerá la santidad de la madre Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, una religiosa española, fundadora de las misioneras cruzadas de la Iglesia, congregación dedicada a dar dignidad a los excluidos, haciendo hincapié en la promoción de la mujer. Considerada la primera santa de Bolivia –pasó allí gran parte de su vida– la monja instaba a sus hijas a «bajar a la calle» –sería lo más parecido a esa Iglesia «en salida a las periferias» a las que invita el Papa–. Ella misma encabezó manifestaciones obreras y fue la fundadora de primer sindicato boliviano de mujeres. Bergoglio conocía de primera mano su trabajo, tanto que cuando visitó la casa donde vivió la madre Nazaria profetizó: «Entonces, por aquí ha taconeado una santa».

Pablo VI: El Papa olvidado

Montini es un papa olvidado. Por la distancia temporal que abandona cada vez más a la memoria, por los malentendidos que sufrió en los años tan difíciles como decisivos de su Pontificado, pero sobre todo por el eclipse que ha padecido entre su predecesor, Roncalli, y su segundo sucesor, el polaco Karol Wojtyla, elegido tras la muerte súbita de Juan Pablo I. Para levantar el velo del olvido con fuerza sobre Pablo VI, no fue tan significativo el comienzo en 1993 de su causa de la canonización, como las referencias de Francisco a su predecesor. De hecho, Montini es el Papa en el que Bergoglio más se ha inspirado, una relación de fondo y sustancia. Así, en la intervención que hizo el arzobispo de Buenos Aires durante una de las últimas reuniones previas al cónclave de 2013, aparece una nota mucho más que significativa sobre la «alegría dulce y reconfortante de la evangelización», que luego se desarrolla en documento programático de su pontificado titulado «Evangelii gaudium». Cuarenta años después de su muerte, Francisco es quien canoniza a Montini, a quien él mismo beatificó en 2014. Con una novedad, porque por primera vez un pontífice no se proclama santo solo o con otro papa, como sucedió el mismo año con Roncalli y Wojtyla, sino con diferentes figuras. Un nuevo giro, en definitiva, en la historia de la santidad papal.

Con la canonización de Pablo VI, por primera vez, un cristiano que se ha convertido en Papa es proclamado santo junto con otras figuras ejemplares. «Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosos o religiosos», enfatizó Francisco en la exhortación apostólica. «Gaudete et exsultate», que describe las características de una santidad común, ahora reconocida y celebrada oficialmente en Montini. «La santidad debe ser la vocación de todos», escribió Pablo VI recordando a San Pablo, el Concilio Vaticano II y Santo Tomás, informa Giovanni María Vian, director de «L'Osservatore Romano».

Óscar Romero: Mártir de la esperanza

El 22 de febrero de 1980 me licenciaron del servicio militar, que duró 15 meses en Viator (Almería). Tenía la graduación de cabo. En la noche del 23 de marzo, viendo las noticias por televisión, mi padre llamó mi atención sobre las palabras que estaba pronunciando un obispo: «Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus hermanos campesinos... y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice no matar... Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios». Aquellas palabras me parecían una auténtica barbaridad. Yo, militar recién licenciado, escuchando una invitación a la desobediencia de forma tan contundente, me pregunté: ¿qué era aquello? ¿Por qué hablaba así? ¿De dónde sacaba esas fuerzas? A las siete de la mañana del día siguiente, mi padre me despertó diciéndome: «¡José, estoy escuchando las noticias y acabo de oír que han matado al obispo mientras celebraba misa!». Aquella noticia me sobresaltó y ocurrió algo que hasta hoy me sorprende como una verdadera gracia del cielo. Desde mi corazón, y en oración de rodillas, le dije a Dios: «Señor, han matado a este cristiano por serte fiel, sin miedo, amigo de los pobres, defendiéndolos. A partir de ahora, puedes contar conmigo». Desde entonces, aquel hecho extraordinario hizo que mi vocación comenzara a consolidarse y, con la ayuda de un sacerdote, fui unificando y discerniendo los diferentes signos acaecidos a lo largo de mi vida hacia la misión de servir a Jesucristo como un humilde sacerdote. Llamé al Seminario Conciliar de Madrid, donde me admitieron y recibí la formación adecuada. Monseñor Romero testimonió con coherencia una vida al servicio del Evangelio defendiendo la dignidad de la persona, la justicia, la reconciliación, la opción por los necesitados, informa José María Avendaño, Vicario General de la Diócesis de Getafe.

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