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Se busca al ladrón de las cartas de Miguel Ángel

Federico Lombardi, portavoz del Vaticano
Federico Lombardi, portavoz del Vaticanolarazon

Existen dos hipótesis sobre el ladrón, que podría ser un ex empleado o un investigador

Tener a Miguel Ángel Buonarroti en nómina nunca salió barato. Cuando el Papa Pablo III contrató al genio del Renacimiento para que construyera la cúpula de la basílica de San Pedro en 1546 tuvo que ponerle un sueldo estratosférico de 100 escudos de oro al mes, unas veinte veces más de lo que le pagaba en aquella época el emperador Carlos V al pintor Tiziano. Lo cuenta el profesor de la universidad de Syracuse, en Florencia Rab Hatfield, en «The Wealth of Michelangelo» (La riqueza de Miguel Ángel), publicado en 2002.

El maestro toscano nunca vio su trabajo terminado: murió en 1564 cuando la cúpula no estaba aún completada y las obras sólo habían llegado al tambor. Falleció multimillonario con los contratos que había ido consiguiendo con los distintos papas. Julio II le hizo ir a Roma desde la ciudad de los Medici para hacerse cargo primero de su sepulcro y luego de los frescos de la cúpula de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel fue acumulando un enorme capital, pues exigía que le pagaran mucho más que a los otros grandes artistas de su época, como Leonardo o Rafael.

Investigación abierta

Más de cuatro siglos y medio después de su muerte, al Vaticano le siguen llegando facturas a cuenta de este creador polifacético. El pasado domingo, el diario romano «Il Messaggero» desveló que la Santa Sede ha recibido una petición para que pague 100.000 euros si quiere recuperar dos cartas de Miguel Ángel robadas hace casi 20 años en la Fábrica de San Pedro, el organismo encargado de mantener la basílica y en cuyos archivos se custodian los planos, cartas, facturas y otros documentos relativos a las distintas obras de arte que hay en su interior.

El Vaticano se ha negado a pagar el rescate y ha puesto el caso en manos de la Gendarmería Vaticana, que ha iniciado las investigaciones en cooperación con las autoridades italianas. El portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, confirmó que en 1997 se descubrió la falta de dos cartas: una escrita por el genio del Renacimiento y otra sólo con su firma. La desaparición fue descubierta por la entonces archivista, sor Teresa Todaro, quien se lo comunicó al presidente de la Fábrica de San Pedro y arcipreste de la basílica, el cardenal italiano Virgilio Noè. Su actual sucesor, el purpurado Angelo Comastri, recibió recientemente una proposición para recuperar estas dos cartas. «Naturalmente lo rechazó, tratándose de documentos robados», contó Lombardi, quien no aclaró por qué no se había denunciado el robo en estos casi veinte años pasados desde que se descubrió la desaparición.

Las dependencias de la Fábrica de San Pedro no son un lugar de acceso fácil. Sólo pueden acceder a sus archivos los empelados que trabajan allí y los estudiosos que consiguen un permiso del Vaticano. Las sospechas se dirigen a los primeros. Según la noticia publicada en «Il Messaggero», un joven que antes trabajaba en este organismo de la Santa Sede se presentó en la oficina del cardenal Comastri pidiéndole que le recibiera. Le dijo que sabía dónde estaban las cartas desaparecidas de Miguel Ángel pidiéndole la citada cifra de 100.000 euros para recuperarlas.

La misiva hológrafa del maestro toscano tiene un gran valor, pues no son habituales las cartas en las que escribiera todo el texto de su puño y letra; prefería dictársela a uno de sus asistentes y sólo firmarlas. Los textos probablemente versan sobre alguna de las partes de la construcción de la cúpula de la basílica de San Pedro, en la que el artista trabajó durante 18 años. Si hubieran estado dedicadas a algún otro argumento, como la Capilla Sixtina, por ejemplo, habrían estado custodiadas en los archivos del Vaticano y no en la Fábrica de San Pedro. Ni Lombardi ni el diario ofrecieron detalle alguno del contenido de estos documentos. Entre los fondos de la Fábrica de San Pedro pueden encontrarse otras cartas de Miguel Ángel, en algunas de las cuales se queja de las supuestas estrecheces económicos que sufre y le exige a las autoridades vaticanas que le entreguen altas sumas de dinero. El artista acostumbraba a pedirle numerosos aumentos a los diversos papas para los que trabajó. Pese a la extraordinaria riqueza que acumuló gracias a su inigualable genio, apenas disfrutó de ella. Avaro hasta el extremo y aficionado a la vida austera, según sus biógrafos, dejó a su muerte un patrimonio sólo en fincas y terrenos equivalente a más de 48 millones de euros. También contaba con varias cuentas en bancos de Roma y Florencia que fueron descubiertas por Hatfield en su investigación para escribir «The Wealth of Michelangelo». Su principal heredero fue su amante, Pierfrancesco Borgehiri, a quien le dejó unos 46 millones de euros.

Más de cien años

Cuando Pablo III le encargó a Miguel Ángel que construyera la cúpula de las basílica de San Pedro le dio carta blanca en el proyecto. Antes que él habían estado al frente de la Fábrica de San Pedro, encargada de las obras, otros gigantes como Rafael o Bramante. El genio del Renacimiento retomó el proyecto de éste último, pero dándole una concepción «más vigorosa y simplificada», como cuenta el propio Vaticano. Con el fallecimiento de Miguel Ángel en 1564 a los 88 años, el entonces obispo de Roma, Pío IV, encargó que terminara los trabajos a Jacopo Barozzi de Vignola primero y a Giacomo della Porta después, quienes siguieron su proyecto. Al final se tardó más de cien años en construir el mayor templo de la cristiandad.

El autor de los frescos de la cúpula de la Capilla Sixtina no es el único artista renacentista cuyas obras se han visto envueltas en robos rocambolescos. «La Gioconda», de Leonardo da Vinci, desapareció del Museo parisino del Louvre en 1911. Fue recuperada dos años más tarde en Florencia después de que Vincenzo Peruggia, un obrero italiano que había trabajado en el museo, intentaba vendérsela a un anticuario, quien recibió una cuantiosa recompensa por parte del Louvre. El ladrón aseguró que intentaba que su país recuperase esta obra maestra, que llegó en circunstancias poco claras a la colección privada del rey francés Francisco I.