Coronavirus
¿Buen gobierno en tiempos de coronavirus?
Solo hace falta recordar la fecha en la que la OMS declaró la pandemia y cuándo se reaccionó en España: tarde y mal»
La calidad de un gobierno se pone de manifiesto, especialmente, en las situaciones críticas, en los momentos de mayor adversidad. El barco, cuando hay tempestad, debe tener un buen timonel. Para eso, todos los estamentos del barco deben colaborar cumpliendo cada uno con la tarea que le corresponde.
Hoy, en un momento especialmente grave para el devenir de España, parece que el entendimiento y la colaboración entre partidos políticos, empresarios, sindicatos, comunidades científicas, colegios profesionales y demás instituciones de la sociedad civil debería concentrarse única y exclusivamente en el objetivo común: curar a los enfermos del virus y detener cuanto antes esta maldita epidemia. Lo demás debe ser secundario y orientado a ello. Todos debemos colaborar y dejar a un lado nuestras diferencias pues, de lo contrario, tardaremos más en salir de la crisis y los daños se ampliarán.
En este sentido, un buen gobierno en una democracia, como puede leerse en la literatura especializada, es un gobierno que resuelve los asuntos relativos al interés general teniendo en cuenta las aportaciones de quienes saben de determinadas parcelas de la realidad. En España hay muy buenos científicos, muy buenos especialistas y muy buenos expertos en materia de epidemias víricas dispuestos a colaborar y que entienden del sentido de los informes y recomendaciones de la OMS o de instituciones internacionales de salud pública. Informes y estudios que se vienen emitiendo desde hace varios meses en relación con el acopio de material sanitario, en relación con la forma de propagación del virus, y que parece que no siempre se han seguido por la autoridad sanitaria.
Un buen gobierno en una situación de emergencia humanitaria procura desde el principio concitar en su entorno, también para las decisiones más graves, a todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria y a todas las instituciones sociales relevantes, sean del color que sean. Por una sencilla razón: en una situación de grave crisis la unión de los agentes políticos y sociales ayuda y anima a la población, que es realmente la que consigue superar con sus sacrificios los retos planteados. Para esta tarea hay que tender la mano, trabajar continuamente desde la metodología del entendimiento, reconocer cuando sea menester los errores que se pueden cometer y mostrar, también gráficamente, la unidad en torno al gran objetivo común.
Un buen gobierno en una situación de pandemia global como la que estamos sufriendo antepone el interés general y el bien común a lo particular, también a la tendencia a controlar la vida social y a moverse exclusivamente en el plano de la propaganda. La comunicación se hace de forma transparente, se brinda una información veraz en tiempo real y se contesta cuantas veces sea necesario para que la población conozca la verdad de lo que acontece. Es más, en una situación tan extraordinaria la calidad y el rigor de la comunicación institucional deben ser ejemplares.
Un buen gobierno en una situación de máxima gravedad como la que nos tocar vivir toma las decisiones necesarias para que los médicos y el personal sanitario dispongan del material de protección para realizar su trabajo en las mejores condiciones posibles. Un buen gobierno en circunstancias extraordinarias procura ser ejemplar en la contratación de bienes y servicios que sean menester para la protección sanitaria de la ciudadanía con sentido de la anticipación y de la previsión. Un buen gobierno, a pesar de las dificultades, comprueba y supervisa que los materiales sanitarios que adquiere funcionan adecuadamente.
Un buen gobierno en una democracia es consciente de que su principal compromiso es la protección, defensa y promoción de la dignidad humana y de todos los derechos fundamentales, sean individuales o sociales. Para ello debe concentrarse en la real realidad y comprometerse de forma patente y genuina con quienes son más frágiles y tienen más dificultades para salir adelante. En este caso, nuestros mayores y quienes tienen graves patologías. Asimismo, debe proteger a los empresarios y emprendedores y a quienes crean riqueza y trabajo.
Un buen gobierno, esto es crucial, debe evitar el virus de la ideologización que conduce a la negación de la realidad, al convencimiento de la infalibilidad de las decisiones, al monopolio del acierto, y a la exculpación de cualquier responsabilidad, que siempre y en todo caso, será del adversario. Resulta que, para los que contraen la «ideologitis» Abel era, es el caso actual, aunque podría en otras circunstancias de forma opuesta, de izquierda, y Caín de extrema derecha. Y desde entonces, desde el origen de los tiempos, quienes son atacados por este virus actúan empapados de una superioridad moral que les impide porque no es necesario, responder de los propios actos u omisiones, pues gozan de esa presunción «iures et de iure».
La real realidad de lo que está aconteciendo todos la conocemos y la estamos viendo por más que se intente edulcorar. Y este Gobierno, como el del 11-M en su día, no está gestionando la crisis con los estándares propios de lo que se denomina «Buen Gobierno». Ahora bien, en un Estado de Derecho el que causa un daño debe responder y eso acontecerá inexorablemente en el momento procesal y político pertinente.
Se impone rectificar el rumbo, pedir disculpas a los ciudadanos, tender la mano a todos los agentes políticos y sociales y, sobre todo, tomarse cuanto antes la vacuna contra la ideologización, de manera que quienes están al frente en estos duros momentos sean conscientes de la realidad, aparquen las diferencias ideológicas, y convoquen ya sin dilaciones, a un gran acuerdo general que facilite una mejor gobernanza y gestión de la crisis. Ahora, no cuando termine esta dura prueba.
El 11-M los muertos los puso el terrorismo. Hoy proceden de un virus que día a día sigue cobrándose muchas vidas humanas por la más que probable imprevisión –no inevitable- y por la consecuente ausencia de medidas acordes con la magnitud de la epidemia al inicio de su andadura. Solo hace falta recordar la fecha en la que la OMS declaró la pandemia y produjo determinadas recomendaciones y cuándo se reaccionó en España: tarde y mal.
Ojalá los actuales dirigentes tengan la valentía de mirar de verdad a las familias españolas, pedirles disculpas, acompañarlos en el dolor por sus difuntos, y contagiarse de su unión y fortaleza, de la resistencia y coraje que muestran día a día, y de la fe y de la convicción y determinación que tienen de salir adelante. Pero para eso hay que recordar algo que se atribuye a Dahlmann: «En todas las empresas humanas, si existe un acuerdo respecto a su fin, la posibilidad de realizarlas es cosa secundario».
Por eso es urgente ya el acuerdo. Como dice un proverbio portugués: «El valor crea vencedores, la concordia crea invencibles». Quien siembra y cultiva concordia, ordinariamente la obtiene, pero quien cree que la concordia se impone o exige, no ha entendido nada. Nada.
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