Psiquiatría
Las experiencias adversas vividas durante la infancia o la adolescencia tienen mayor riesgo de convertirse en traumas
Además, las probabilidades aumentan si éstas han sido provocadas por la acción- u omisión- de personas del entorno cercano
Las reacciones psicológicas y emocionales ante la vivencia de experiencias adversas dependen de una gran variedad de factores, pero hay dos de ellos que determinan con mayor frecuencia que éstas acaben convirtíendose en un trauma: el que nos hayan sucedido durante la infancia o la adolescencia y el que hayan sido provocadas por personas de nuestro entorno más próximo. Así lo afirma el psicólogo clínico británico Walter Lupo.
Trauma significa herida y se refiere a "experiencias con alto impacto emocional en las personas, que producen una ruptura y desequilibrio en su estabilidad anímica, física y social, superando sus capacidades para asimilarlas".
Los traumas pueden ser de diferentes tipos, como catástrofes naturales (terremotos, inundaciones, del medio ambiente) o provocadas por el hombre, como las guerras, el terrorismo, los desplazamientos masivos de personas o la violencia física. Otras experiencias son las que suceden en las relaciones entre las personas, como los diferentes tipos de abuso, físico, emocional y sexual, o la negligencia emocional, que pueden ocurrir en diferentes épocas de la vida, detalla el experto.
Pero no todas las situaciones con potencial de causar un trauma lo hacen, dado que puede ocurrir que "haya una respuesta de estrés agudo durante el primer mes de ocurridos los acontecimientos, como recuerdos angustiosos recurrentes, evitación de los estímulos asociados a los incidentes, estado de alerta e irritabilidad, y alteraciones en el estado del ánimo, pero sin llegar a tener un 'trauma' definido".
¿Qué determina que una experiencia negativa de alto impacto emocional acabe convirtiendose en un trauma? Para Lupo, además de los factores antes citados- que se produzca en la infancia o la adolescencia o que provenga de nuestro entorno intimo- "dependerá de aspectos como la gravedad y duración de estas experiencias, la vulnerabilidad previa, la edad, el género y factores de tipo cultural", explica.
Diferencias en el tipo de trastorno
Cuando se produce la cronificación del trauma, esto puede derivar en dos trastornos diferenciados. Por un lado, el denominado Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) y, por otro, el Trastorno de Estrés Postraumático Complejo. El primero se caracteriza por síntomas intrusivos de reexperimentación de los sucesos, de evitación de los estímulos asociados, un estado de alerta y reactividad, alteraciones cognitivas y del estado del ánimo y una disminución en las capacidades de relación social y laboral. El segundo afecta a personas que han padecido maltrato o negligencia reiterada, especialmente durante la infancia y la adolescencia, y éstas presentan dificultades en la regulación de los afectos, sentimientos de vergüenza, culpa o fracaso, disociación, creencias de poco valor y serios problemas en las relaciones interpersonales que influyen con gravedad en la integración del Yo y la vida social.
Se calcula que el TEPT afecta a entre un 1 y un 2% de la población,y a entre el 15 y el 30% de los que han tenido al menos una experiencia traumática. "El trauma psicológico es un factor de riesgo en los trastornos de ansiedad, depresivos, de personalidad, bipolar, obsesivos-compulsivos, los relacionados con el trauma y el estrés -como el TEPT y TEPT complejo- y los trastornos del espectro de la esquizofrenia".
Drogas psicodélicas
Los tratamientos empíricamente avalados por las principales agencias regulatorias y la OMS son la terapia cognitivo conductual, la EMDR (de reprocesamiento y desensibilización a través del movimiento ocular, por sus siglas en inglés) el tratamiento de exposición y el entrenamiento en inoculación del estrés en diferentes tipos de intervención. Todas ellas tienen una amplia y reconocida evidencia científica.
Pero la medicina psicodélica está mostrando interesantes resultados en el abordaje de estos trastornos. El MDMA (o polvo de ángel) se encuentra en fases avanzadas de investigación ya que ha demostrado su beneficio como adyuvante en sesiones de psicoterapia para el tratamiento del TPEP. De hecho, se espera que la Agencia del Medicamento de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) lo apruebe este año.
"Sabemos desde hace décadas que las memorias relacionadas con el trauma no se recuerdan y se vuelven a guardar intactas, sino que, cada vez que las sacamos a la luz ante un terapeuta, se va modificando su componente emocional. Ahí es donde el MDMA interviene, ya que favorecer el reprocesamiento de recuerdos traumáticos y la participación emocional en el proceso terapéutico. De este modo, se consigue que, al volverlo a guardar en una situación segura, este se vaya matizando hasta, por decirlo de algún modo, deje de doler. Los grupos que estamos trabajando en estos fármacos somos conscientes de que son tan revolucionarios como lo fueron en su momento los antidepresivos", explica Víctor Pérez- Sola, presidente de la Fundación Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Fepsm)
También está en fases iniciales de estudio la dimetiltriptamina (DMT), una potente droga alucinógena a la que apodan como "molécula del espíritu" o “molécula de Dios". "Se están haciendo ahora los ensayos clínicos fase II para comprobar su efecto en el tratamiento del TEPT. El modo de administración es parecido al de la psilocibina, pero este caso por aspiración, en vez de en pastillas", describe el psiquiatra.
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